Un sacudimiento de tierra seguido de un ruido sordo, hizo tintinear la vajilla de cristal del mueble vitrina del comedor, e influyó en que la señora Mary derramara el café sobre la mesa, cuando lo servía en una taza.
-¡Jesús, qué fue eso. . .! -Dijo asombrada.
En ese momento, se escuchó el repetitivo y lejano ulular de las sirenas y el agudo silbato de la empresa minera.
-¡Dios mío…! -Volvió a mencionar, la señora; pero en esa ocasión, se levantó de la mesa y salió al porche, desde donde vio un inacostumbrado movimiento de personas que presurosas se dirigían hacia el centro del pueblo.
Tuvo el presentimiento de saber qué acontecía; no obstante, con temblorosa voz preguntó al vecino que estaba en el patio de la casa adjunta y que también miraba la calle:
-¿Qué sucede Miguel . .? ¿Por qué tanto bullicio. . .?
-No lo sé Doña María, pero se escuchó un gran ruido, como una explosión. . . tal vez “algo pasó allá”. . . en la “compañía minera”. . . -Contestó con ambigüedad.
Ambos conocían el origen de lo escuchado y del temblor que sintieron: era una explosión en las minas de carbón, provocada por una chispa en donde se acumuló el gas grisú. También tenían conocimiento que en los túneles se laboraba en inadecuadas condiciones de seguridad y salubridad: insuficientes ventiladores y obstruidos pozos de ventilación hacia los túneles, lo cual significaba escaso aire y lenta circulación del mismo. Miguel, durante muchos años trabajó en la extracción de la hulla con el pico, y sufrió hacerlo en tan deplorables y peligrosas condiciones: adquirió una afectación respiratoria, debido a la acumulación de polvo en el pulmón; por eso, un año antes fue cambiado a los almacenes, en donde tuvo un trabajo más descansado, aunque sus ingresos se redujeron notablemente, pero continuaba con las prestaciones que otorgaba la empresa a sus trabajadores: casa, servicio médico y hospitalización.
El esposo de la señora Mary, murió en un derrumbe bajo tierra. En vida, tuvo el puesto de Mayordomo, nombramiento que se les daba a los jefes de determinado nivel medio. De él dependían las cuadrillas de “carboneros”, encargados de “tumbar” el carbón de hulla y “palearlo” a los vagones. Ese tipo de mineros trabajaban a destajo: según producían, así se les pagaba. Eran los que más ganaban, pero también los que más exponían la salud y la integridad física. Miguel fue uno de ellos.
En ese momento, una mujer acompañada de dos niñas, abrió la puerta del barandal de la casa de Mary y se introdujo, al tiempo que decía con angustiada voz:
-¡Mamá, hubo una fuerte explosión en la mina. . .! ¡Reportan muchos muertos. . .!
Subió al porche y se abrazó de su madre. Ahogada por el llanto murmuró:
-¡Mamacita, mamacita, Luis estaba adentro de la mina cuando sucedió la explosión. . .!
-¡Ay hija mía, confiemos que Dios proteja a Luisito. . .!
-¡Oye mamá. . .! - interrumpió la recién llegada- ¿Y Pepe, mi hermanito. . .
-¿Qué hay con mi chico. . .? - preguntó doña Mary. Luego, dirigiéndose a Miguel su vecino comentó y preguntó: -“Él sólo trabaja en las oficinas, no adentro de la mina. . .? ¿Verdad. . .?
Miguel se aproximó a la cerca de madera que separaba las dos casas. Mientras se rascaba nerviosamente la nuca, con atropellos trataba de dar una respuesta que no inquietase más de lo que estaba a la preocupada mujer. Trató de explicar con tacto:
- El joven Pepe colabora con el Ingeniero Intendente de Minas. . . aunque no debe estar permanentemente en los túneles, a veces baja con él a. . .
De repente propuso: -“Mejor. . . ¿por qué no vamos allá. . .?
Miguel, la madre, hija y dos nietas, caminaron rumbo a la empresa minera, no lejos de ahí. Al pasar por la plaza municipal, cruzaron el jardín, en cuyo centro -junto al kiosko- estaba “La estatua al minero”: una escultura en bronce, en la cual un “carbonero” de rostro inexpresivo, vestido con pantalón corto y equipado con casco de seguridad y lámpara de batería, portaba un pico a punto de impactarlo sobre el imaginario muro de carbón hulla. En la base que descansaba la escultura, había una placa con la leyenda: “Al minero, que desde las entrañas de la tierra forja el futuro de México”. Luego, cruzaron la vía de ferrocarril y se detuvieron en donde un enorme letrero decía: American Smelting and Refining Company (ASARCO).
Un numeroso grupo de personas (mujeres en su mayoría) se amontonaban frente a la gran reja de la entrada, la que permanecía cerrada. Desde adentro, un vigilante les comunicaba:
-¡No pueden pasar. . . por favor, esperen un momento para que les podamos dar un informe exacto de la situación. . .!
Miguel dijo a las mujeres que lo acompañaban:
- Aguarden aquí, entraré “a ver” qué puedo averiguar. . .
Después de hablar con el vigilante, pasó la puerta, y se dirigió directamente a donde estaba el ascensor de jaulas de la mina. Le fue imposible llegar a él, pues el área de maniobras permanecía cercada y “prohibido el paso”. Pero pudo escuchar de un ex compañero minero el relato de lo acaecido:
-Habíamos “tumbado” el carbón –decía el minero- y llenado los vagones y así dejamos todo listo para que los muleros enganchasen las bestias. Con tranquilidad nos dirigíamos a tomar el ascensor de jaulas, cuando oímos tras nosotros el escandaloso ruido de las pisadas y rebuznos de las mulas que venían en dirección nuestra. . . En ese instante supimos de qué se trataba, por lo que corrimos en la búsqueda de un lugar donde refugiarnos. Otros “compitas” y yo, nos metimos en la boca de un túnel ciego en donde -por cierto- su entrada casi la tapaban varios equipos de perforación y unas láminas de acero. Vimos pasar al desbocado atajo de mulas, y a cientos de ratas que hacían otro tanto. Algunos de esos asquerosos “animalejos”, se metieron a donde estábamos y se arrinconaron sin dejar de chillar. Una mula, se detuvo y con insistencia metía la cabeza por el espacio de entrada a nuestra cueva. El pobre animal, también quería acompañarnos. Resoplaba por sus ollares y no paraba de rebuznar, como diciéndonos: -“órale, no sean gachos, déjeme entrar. . .” Con asombro mirábamos su inútil esfuerzo, pues aunque le hubiésemos dado permiso, no hubiera podido introducirse, dado lo voluminoso de su vientre. Creo que pasaron diez segundos o quizá menos, pero para nosotros aquella espera se transformó en eterna. . . Sabíamos que en cualquier momento pasaría frente a nosotros lo que tanto nos aterrorizaba y que también provocó la estampida de los animales. . . De repente: ¡zumm. . .! ¡Aquello fue horrible. . .! Tú, Miguelito, bien sabes a qué me refiero. . .
El minero calló. Por su rostro totalmente cubierto de tizne, corrieron dos lágrimas que se escaparon de sus enrojecidos ojos. De inmediato se limpió las mejillas con un pedazo de estopa que traía en la bolsa de su pantalón recortado a media pierna, como el de “La estatua” del jardín municipal. Nuevamente recuperó la dureza de expresión y la frialdad de su mirada. Dio un profundo suspiro y continuó el relato:
-Una descomunal fuerza, arrolló y se llevó la mula que estaba frente a nosotros, con lo cual quedo libre el espacio de entrada a nuestro refugio. Horrorizados, vimos pasar zumbando con velocidad encabritada al gas grisú encendido. . . Era fuego de vivos amarillo, rojo y anaranjado; lumbre que sentimos nos achicharraría; era como un soplido del diablo, con el cual nos mostraba su enojo por invadir las entrañas de la tierra, que son sus dominios. . . o quizá eran las almas condenadas al fuego eterno en el infierno que huían en busca de una salida y al no encontrarla. . .¡Bumm. . .! estallaron con tanta intensidad que movieron hacia nosotros los pesados fierros, afortunadamente sin dañarnos, pero si dejándonos inconscientes.
-Durante no se cuánto tiempo permanecí desmayado por el ruido de la explosión, pero gracias a Dios, ahora sólo estoy un poco más “apendejado” que de costumbre. . . –Agregó, al tiempo que sonreía en forma nerviosa.
-¡Cuéntame. . .! ¿Quiénes iban contigo? –Interpeló Miguel.
-No los conoces porque son “cuates de la nueva camada”. . . Contestó el minero secamente mientras encendía un “delicado”
-¿Y qué “hais” con Luis “el perro” y el Ingeniero Intendente. . .? –Cuestionó Miguel para conocer noticias del yerno de Doña Mary e indirectamente de su hijo Pepe, quien siempre acompañaba al Ingeniero cuando bajaba a supervisar.
-El Ingeniero estuvo temprano con nosotros y luego se retiró, porque creo que se sentía mal - comentó el minero- y dejó a su ayudante para que atendiese otros trabajos.
-¿Te refieres a Pepe. . .?
-¡Claro, a quién más sino a Pepe “La Pulga”, que por cierto, lo vi correr “hecho a la mocha” junto con Luis “el Perro” antes de la explosión. Ya sabes que a donde va “el perro”, va “la pulga”
-¿Y qué pasó con ellos? Insistió Miguel.
-Ni idea tengo, yo me metí en el hoyo y dije “que Dios proteja a los que alcance el fogonazo hijo de la. . .” Perdóname que no te dé más información, pero no supe qué les pasó a los que quedaron atrás de mí. Te juro que sólo me di cuenta “qué chingaos pasaba”, hasta que me llevaban en las jaulas para arriba. . . y aquí estoy.
-
Luis, el yerno de la señora Mary, era jefe de una cuadrilla de “carboneros” Obviamente ganaba bien, pero por los riesgos de su trabajo, había prometido a su esposa, que a principios del siguiente año, solicitaría “la terminación”. Además, le comentó que había aceptado el ofrecimiento de su hermano de ir Estados Unidos a trabajar con él, en la empacadora en donde era capataz.
Luis, era conocido con el mote de “El Perro”, por lo exigente en el trabajo y por la agresiva forma de jugar al basket ball con el equipo del Sindicato de Mineros local, del cual era la estrella. Desde que murió su suegro (quien lo introdujo a la compañía minera y le enseñó todo lo relativo a la extracción del carbón) sintió la necesidad de apoyar a su pequeño cuñado Pepe. Así, fue para él un segundo padre. Cuando Pepe era niño e iba con Luis por la calle, aquel imitaba la forma de caminar de su cuñado-padre y juntaba su cuerpo al de él. Por eso, los mineros, bautizaron a Pepe como “La Pulga”: siempre pegada a “el Perro”.
Otra versión, explicaba que el apelativo de “Pulga”, se le adjudicó por lo pequeño de su cuerpo y delgada complexión física.
El fallecimiento del padre de niño Pepe, así como por la sobre protección de su madre, de su hermana y de su cuñado, le crearon un débil de carácter, lo cual era motivo para que sus compañeros de escuela se burlasen de él. Inclusive, las condiscípulas le negaban su compañía por esa misma razón. Al terminar Pepe la preparatoria, ya no quiso estudiar y pidió a Luis lo ayudase a entrar a la empresa. Mucho se insistió que continuara sus estudios, pero todo fue en vano. Por recomendación del Ingeniero Intendente de Minas (amigo del difunto esposo de doña Mary) fue contratado. Los familiares pensaron que el trabajo lo haría recapacitar, y que la convivencia con las rudas personas de la mina lo fortalecerían espiritualmente.
O O O
Miguel, antes de regresar a la puerta de entrada de la empresa, en donde cuatro ansiosas mujeres lo esperaban, interrogó a otros mineros, quienes coincidían en dar pocas posibilidades de vida a los que hubiesen sobrevivido a la explosión, porque –según ellos- los túneles quedaron totalmente bloqueados por rocas, por lo que morirían asfixiados en aquellos espacios tapiados, sin ventilación y con escaso aire viciado por el polvo y los gases. Además, el personal de rescate no podría hacerles llegar a tiempo el aire por medio de las compresoras o por los tanques de oxígeno para que resistieran en la espera de atención médica.
El apesadumbrado Miguel no sabía cómo llevar tan pesimistas y desalentadoras noticias, así que se ocupó en platicar con otros amigos de trabajo para hacer tiempo y pensar cómo exponer tal información recibida.
Mientras tanto abajo, muchos metros bajo tierra, ¿qué sucedía realmente?
Varias cuadrillas de rescate habían descendido hasta los túneles afectados por la explosión, pero tuvieron que detenerse, pues el paso estaba obstruido por inmensas rocas. También, se había intentado entrar por los pozos de ventilación, pero estos estaban tapados con piedras, yerbas y arbustos que habían crecido por la falta de mantenimiento. A sabiendas del prolongado tiempo que llevaría abrir un boquete para por él pasar y llevar oxígeno y ayuda médica, se iniciaron los trabajos de demolición y perforación.
O O O
Tras los muros de roca, en donde estaban los mineros aislados, la explosión había dejado una neblina de polvo y regados por todas partes restos humanos y tasajos de mulas, revueltos con una mezcla de lodo y sangre. Un olor azufroso y a podrido, así como la tos y los quejidos de los sobrevivientes, complementaban el dantesco espectáculo.
Adentro de una gruta, que antaño fue parte de un túnel de ventilación, entonces obstruida por el derrumbe de rocas y gruesos maderos que apuntalaron las galeras, estaban con vida dos trabajadores. ¡Eran Luis “El Perro” y Pepe “La Pulga”. El primero, tenía presionadas las piernas por una pesada viga. El otro, se veía –salvo pequeñas contusiones y heridas- en perfecto estado de salud; pero eso si, notoriamente asustado, con los ojos desorbitados fijos en su cuñado que lo llamaba:
-¡Pepe, Pepe. . .! ¡Pepe, Pepe. . .! ¡Por qué no contestas? -preguntó con enojo el cuñado mayor.
Pepe permanecía en silencio con el rostro desencajado. Luis se percató del estado de schok en que estaba y trató de calmarlo.
-¡Pepe, escúchame. . .! - le dijo. Estoy atrapado por este pinche madero. . . Es muy probable que tenga las piernas fracturadas. . . Si tú sigues así como estás, a los dos, nos va a llevar la que tú ya sabes. . . De ti dependen nuestras vidas. ¿Me has escuchado? ¿Entiendes lo que te digo: Tienes que ayudarnos a salir. . .
-¿Cómo quieres que te ayude. . .? –Replicó Pepe con llorosa voz.- Cuando estabas desmayado traté de levantar la viga y no pude siquiera moverla un poco. Bien sabes que no tengo fuerza para eso.
-¡Cálmate, cálmate. . .! –Sugirió Luis. Lo primero que harás es salir al túnel a pedir ayuda a quienes puedan dárnosla. . .
-¿Y cómo quieres que salga si tenemos enfrente un montón de piedras. . .?
-Mira, fíjate bien: debajo de ese tronco, hay una hendidura por la cual sale el polvo que flota en el aire. Eso quiere decir que ahí están flojas las piedras. Si las mueves, podrás hacer un hoyo para pasar al otro lado. .
-¡No voy a poder, no voy a poder. . .!
-¡Con una “chingada”, claro que vas a poder. . .! ¡Párate y empieza a mover las piedras!
Pepe se levantó y empezó a jalar una piedra, la cual permaneció inmóvil ante sus esfuerzos.
-¡Te lo dije: no puedo, no puedo! –repetía.
-¡Hazlo de nuevo! -Insistió una vez más Luis.
Pepe volvió a tirar de la piedra.
-¡Jala con fuerza. . .! ¡Así, así. . .! ¡Ves, empieza a aflojarse! Muy bien, descasa un poco. . . Ahora, de nuevo ¡jala con más fuerza. . .! ¡Bien, bien, dale un poco más. . .! ¡Ya casi la sacas. . .! ¡Eso es, eso es! ¡Muy bien, lo lograste! ¡Cuidado, retrocede que pueden caerte encima esas otras piedras!
-El agujero es muy pequeño, por él no podré sacarte -dijo Pepe.
-Es muy pequeño para mí, pero tú si pasas por él. Anda métete y ve a buscar ayuda. . .
-¿Y si se derrumban las piedras cuando esté a mitad de cruzarlo.
-Si se derrumban, te mueres y quedarás enterrado, no te preocupes. . . Ándale pásalo y ya no pienses en “pendejadas”.
Por fin Pepe salió al túnel. Luis, adentro de la caverna, veía las ratas salir por el nuevo hoyo y recapacitaba sobre la actitud de su joven cuñado:
-Con tanta protección -se decia- le hemos formado un carácter de “pulga”. Hace rato, cuando zarandeaba las piedras, pese a su flacura, demostró tener fuerza y coraje, aún cuando no se percató de ello. Ojalá y no se desplome al ver el espantoso espectáculo de muerte del túnel y haya entendido que la responsabilidad de que salgamos con vida, está en sus manos.
Luis recordaba las veces que tuvo que ir a la escuela primaria de “Pepito” a defenderlo de los compañeros que lo asediaban y molestaban. También vino a su memoria las veces que lloró los desprecios de “La presumida Lucy”, aquella jovencita de rubia cabellera, ojos claros y de una piel que rayaba en una blancura casi transparente, de quien decía estar enamorado.
-¡Diantre de muchacho este, lo quiero como al hijo hombre que no tengo!
-¿“Perro”, estás bien? –se escuchó del lado del túnel.
-¿Yo? ¿Cómo quieres que esté? ¡Igual o más “jodido” que antes! Y tu “Pulga” ¿Cómo ves la cosa? ¿Van a venir ayudarnos?
-Nadie puede venir a echarnos la mano - respondió Pepe- Los que están vivos, quedaron más fregados que tú. Además todo el cañón es un verdadero desmadre. Van dos veces que me vomito de ver tanta sangre, carne regada y porquería por todas partes. Pese a eso, pude hacer otro boquete para ir a ver a los del fondo del túnel, a quienes también aisló la explosión. Tosía y decía: Cuán difícil es respirar. Pienso que se nos acerca la hora. . .
-Nada de esos pensamientos, mi “querida pulguita”, Dios y tú nos sacarán de esta ratonera en la cual estamos atrapados.
-No te burles de mí, que yo soy el que más acabado estoy.
-¡No te me “achicopales”, échale más ganas al asunto!
- ¡Ya no puedo, ya no puedo. . .!
-Piensa en tu”guerita” que cada día está más guapa. . . ¿Sabes? me late que en el fondo no le eres indiferente, y que nada más espera que “te le avientes en serio” para darte el sí ¿Verdad que así es “Pulga”?.
-¡Pepe, Pepe, sigues ahí. . .!
-¡Pulga, pulga. . .!
Nada se escuchó del otro lado; no hubo respuesta. Luis desvalido por la falta de oxígeno y por la pérdida de sangre, intentaba no dejarse dominar por el sueño. Pensaba en su esposa y en sus dos hijas. Imploraba a la Virgen que sucediera un milagro que los salvara a todos.
O O O
Habían pasado varias horas desde que llegaron a la ASARCO y Miguel se decidió comunicar las tristes noticias a la madre de Pepe y a la esposa de Luis.
El Sol declinaba sobre la lejana serranía y la temperatura se hizo más agradable. En la entrada de la empresa, continuaban menos personas. Se habían retirado las que se enteraron que su familiar había sido rescatado vivo, muerto o herido. Quienes aún carecían de noticias, permanecían tras la puerta. Obviamente entre ese grupo estaban la señora Mary, su hija y nietas.
Cuando Miguel llegó frente a ellas, poco tuvo que exponer respecto a la situación de Pepe y de Luis, así como de las pocas posibilidades que se tenían de rescatarlos con vida. La expresión de su rostro y lo abotagado de sus ojos llenos de lágrimas, expusieron la dramático situación que era de esperarse.
Sin embargo, tenían que esperar, y así lo hicieron.
O O O
Los rescatadores continuaban con la perforación y demolición de la sólida roca que obstruía el paso al túnel de la explosión. El Ingeniero Intendente, estaba a cargo de tal misión y calculaba las posibilidades de éxito de tales trabajos.
-Pensar que pude estar adentro. . . –decía- Sólo Dios sabe por qué me salvé. . . ¿Cuántos sobrevivientes habrá? ¿Llegaremos a tiempo para sacarlos con vida. . .?
El repetitivo ruido de los taladros, el golpeteo de los picos y las desordenadas voces de los trabajadores, llenaban el cerrado espacio de aquella mina. De repente, el Ingeniero gritó con fuerza:
-¡Paren las compresoras y taladros. . .! ¡Guarden silencio. . .!
Uno de los ayudantes se acercó y preguntó sorprendido: -¿Qué sucede? - en tanto el resto de los trabajadores murmuraban entre ellos.
El ingeniero insistió, con mayor energía:
-¡He dicho que se callen! ¡Escuchen…!
Hubo un silencio sepulcral; se miraban unos a otros sorprendidos, pues nada se oía. O más bien nada escuchaban porque los sentidos auditivos estaban atrofiados por el intenso y constante resonar de los equipos de excavación que llevaban en la operación de rescate.
Un rato después, se oyó el continuo goteo de agua del techo del túnel y hasta captaron las pisadas de una rata que corrió.
El ingeniero dijo con voz suave:
-Vengan, presten atención aquí. . . en esta área de rocas. . .
Los trabajadores se aproximaron. Acercaban sus cabezas a donde el ingeniero señalaba.
Un instante después, se percibió un lejano chocar de dos piedras. El ingeniero tomó un guijarro y golpeó la roca dos veces. El sonar del otro lado se suspendió. Después el ingeniero volvió a chocar contra el muro la piedra otras dos veces y en contestación, hubo dos golpes; siguieron tres y la misma respuesta fue inmediata. . .
La algarabía del grupo rescatador fue inmediata:
-¡Están vivos, están vivos! -Gritaron al unísono.
-¡Silencio!- -De- nuevo –alzó- la -voz el ingeniero y ordenó a un enfermero: -“Préstame tu estetoscopio”.
Colocó los auriculares en sus oídos y probó el aparato en varios lugares de la roca por donde suponía que procedía el golpeteo del otro lado.
-Aquí debemos perforar –Ordenó- No solamente nos están diciendo que están vivos; también indican el lugar en donde el muro de la roca es más estrecho. . . ¡Vamos, a darle con ganas!
En poco tiempo, se logró abrir el boquete; era pequeño, pero suficiente para oír con claridad del otro lado una débil voz que repetía: -“Ayúdenos, por favor. . .” Era Pepe “La Pulga”, quien se había introducido entre las piedras por el otro lado del muro en un intento de acortar la distancia de la excavación que realizaba la brigada de rescate. ¡Y lo logró!
Lo ayudaron a salir y al intentar subirlo al exterior, se negó abandonar a quienes aún seguían adentro en peligro de muerte y pidió le permitiesen regresar con la manguera del aire, porque consideraba que (por la estructura de su cuerpo) él era el único que podía desplazarse por aquel agujero. Y no estaba equivocado, porque pasó a través del muro varias veces con la manguera del aire, con medicinas y con agua, en tanto continuaban los taladros y compresoras en la demolición de la roca. Dos horas después, los socorristas y médicos atendían a los heridos, quienes poco a poco fueron llevados al exterior para de inmediato trasladarlos al hospital. El rescate de los fallecidos fue doloroso y tremendo, pero también se hizo.
Al anochecer, todo había concluido y nadie estaba a la entrada de la ASARCO.
Un mes después.
Para los habitantes de aquel pueblo que perdieron un familiar en la explosión del pasado verano, el luto aún continuaba. Sin embargo, para la empresa minera parecía que nada había sucedido. Y para quienes tuvieron sobrevivientes que fueron rescatados con bien, seguían con el amargo sabor de aquella pesadilla.
En días pasados, en el edificio del Sindicato Minero, en una ceremonia privada, a nombre de la “empresa”, el Delegado Sindical entregó a los deudos de los fallecidos una “simbólica gratificación” y asunto liquidado.
También, en esas mismas fechas, de La Secretaría del Trabajo, enviaron un grupo de técnicos especializados en seguridad industrial para que investigase a fondo el desastre que tantas vidas humanas costó. Después de estar recluidos (los técnicos) durante el día en el Foreing Club de la ASARCO, y pasar una noche en la zona roja, se regresaron y nada se supo del dictamen de los susodichos peritos. Tampoco al Sindicato le interesó averiguarlo.
Por su parte Luis, quien tenía enyesadas ambas piernas, esperaba que soldaran sus fracturas para tramitar su ida a Estados Unidos.
Pepe, tuvo cuatro semanas de licencia como reconocimiento a su intervención en el rescate. El domingo antes de reincorporarse al trabajo, en la tarde, estaba en el portal de su casa cuando vio llegar a Miguel el vecino en “sabroso estado de alegría”. Al ver a Pepe, se dirigió a él. Abrió la puerta del barandal y fue a saludarlo:
-“Buenas “héroe”, como la llevas?
-Hay nomás, tranquila -respondió. Vienes con “olor a caña húmeda” ¿Verdad?
-Vengo con eso y mucho más mi “querido Pepito”. ¿Qué cuentas de nuevo. . .?
-Que regreso a la escuela. . . No sé si me vaya a la capital. . .
-¡Vete al “DeFe” o a cualquier otro lugar, pero sal de este pinche pueblo! Yo a ti. . . te aprecio y te respeto porque vales mucho. . .¿Quieres que te diga un secreto. . .? Hoy en la mañana estuve con Luis tu cuñado. ¡Caray, cuánto te quiere “ese pelao” y también cuánto te admira! ¿Sabes lo que me dijo? Te lo voy a decir: -“Ese José vale diez veces lo que pesa” Te llamó José, no Pepe ni “La Pulga”. . . ¿Sabes por que te llamó José. . . ¡Porque te admira y también te respeta. . .¡ ¡Yo también te admiro y te respeto!
Miguel guardó silencio por un momento; se mecía asido al barandal del porche mientras Pepe lo observaba con seriedad.
-¡Perdóname José. . . Yo también te llamaré de ahora en adelante José. . . ¡Sí, perdóname; hablo mucho porque estoy con copas de más! ¡O quizá de menos. . . ¡Ja, ja. . .! - Rió estruendosamente.
Se acercó a Pepe y lo abrazó por los hombros. Con la vista clavada en sus ojos le dijo con voz queda; casi le murmuró:
- Tú, no eres Pulga. Aunque te lo digan, no hagas caso porque no es cierto. Tu nombre es José, ningún otro. Pero tienes que salir -repito- de este pueblo, porque a los que nos quedamos aquí, se nos suben varias pulgas a la espalda y no podemos quitárnoslas. La primera pulga, la más grandota, es la “empresa”, que nos explota y chupa la vida al hacernos trabajar en las peores condiciones, a cambio de un mísero sueldo y una tuberculosis como la mía. La segunda, no más pequeña que la anterior, es el Sindicato, guarida de pillos que nada hacen por nosotros. ¡Bola de vendidos al patrón! La tercera es. . .Te diré cuál es y estarás de acuerdo conmigo. . . La tercera pulga es la Cooperativa de Consumo. Igual que en las tiendas de raya del “porfiriato”, ahí también dan “atole con el dedo”, porque en el fondo no es más que otro botín para los líderes sindicales. La cuarta, es una “pulguita” que por ratos nos divierte y nos hace felices. Esa, se llama: “vicio y prostitución”. ¿Estás enterado que. . . Bueno, tu debes saberlo porque ya estás “grandecito”. . . que en este pueblo, por cada escuela que hay, existen diez o más cantinas y “casas con chicas malas”, que por cierto, algunas están “bien buenas”. Y volvió a reír. Luego con el dedo índice en los labios, en señal de silencio, murmuró al oído de Pepe:
-Debo hablar “quedito”, para que tu mamacita no escuche las groserías que digo. . .Pero esas pulgas y otras más, como los agiotistas y “los aboneros”, son las que nos chupan la vida y la sangre a los cerca de tres mil empleados de la compañía minera. . .
-Sinceramente te digo, mi respetable José. . . ¡Fíjate, nuevamente te llamé José, no Pepe . . . Me dará mucho gusto cuando Luis y tú se alejen de este pulguiento lugar y se lleven a Doña Mary. . . Ese día, los voy a extrañar “un chingo”. . .
-Nosotros también te echaremos de menos - respondió Pepe.
Sin decir adiós, Miguel se retiró silenciosamente; caminaba vacilante. Salió a la calle y al entrar al patio frontal de su casa, durante un instante permaneció parado de frente hacia Pepe, que le sonreía y con ternura lo veía.
Miguel valsaba y con frecuencia entrecerraba los ojos. Levantó la mano y la movió en señal de negación al tiempo que decía:
-¡Tu nombre no es Pulga, te llamas José, recuérdalo siempre! -sin decir más, se introdujo en su casa.
En ese instante, sonó el silbato de la Empresa: eran las seis de la tarde, lo cual significaba que en la mina nuevo personal cubría el tercer turno. Con seguridad, los elevadores suben mineros con el cuerpo cubierto de polvo negro; con rostros indiferentes, cansados, como la estatua del `parque municipal. También otro grupo de “carboneros” deben bajar a la mina, con los ojos iluminados por la esperanza.
José (Pepe), extasiado contemplaba la enorme chimenea de la empresa minera que sobresalía en el paisaje y que –inclemente- exhalaba el humo de los hornos de carbón cok, para formar una grisácea nube tóxica que amenazadora se expandía hacia el poblado ubicado en una amplia hondonada. Aquel enorme caserío estaba atravesado por sucios arroyos y por calles y callejones carentes de pavimento y (en grandes áreas) de los servicios de agua potable y drenaje, en donde compartían juegos y existencia niños y perros.
Sobre las colinas del área urbana, se asentaba la “colonia americana” exclusiva para el personal y familias de los altos ejecutivos norteamericanos de la ASARCO. Una cerca de alambre periférica, con estricta vigilancia en sus accesos, le daba “intimidad y protección”. Asimismo, la elevada ubicación de esa zona residencial, ofrecía un mejor clima en los veranos de 45º y 50º centígrados de temperatura; a la vez que ahí, los vientos preservaban contra la contaminación del polvo y gases emanados del procesamiento industrial del carbón y del Zinc.
Se iniciaba el atardecer. Un Sol de color rojo encendido caía para ocultarse tras la lejana serranía; mientras tanto, Pepe salía de su casa para encontrarse con la “guerita Lucy”, quien desde días antes había aceptado pasear por el parque e ir al cine con él, como novios que ya eran.