Por Jesús Pérez uruñuela
En el lago del bosque habitan el Señor del Tiempo, quien allá llega por las noches a reposar de su diario trajín y una vetusta tortuga, residente del lago desde el inicio de los siglos.
Y aquella noche bañada por una intensa luz lunar de plenilunio, en el bosque, el Señor del Tiempo lentamente realizaba suaves giros sobre el lago, en tanto la Tortuga impasible le observaba.
El fantástico Señor del Tiempo estaba suspendido en el aire por dos alas que cadenciosamente se mecían, mientras otras dos permanecían inmóviles pegadas a su cuerpo. Las dos alas que estaban en constante movimiento representaban la actividad necesaria que el mundo y el universo requieran realizar en su devenir. Las otras dos alas inmóviles significaban la energía cuyo deber es estar de reserva. Además de lo antes descrito, ese extraordinario personaje tenía seis ojos. Dos estaban en su rostro, con los cuales miraba meticulosamente lo que acontecía adelante (o sea el presente y el futuro). Cuatro se ubicaban en la parte posterior de la cabeza. De estos, dos bien abiertos contemplaban el pasado, mientras los otros dos descansaban cerrados, para luego sustituir en la visión retrospectiva al par de ojos traseros cuando se fatigaran de tanto estar fijos y atentos en los sucesos pretéritos. También de las sienes del Señor del Tiempo salían dos alas. La del lado izquierdo (donde está el corazón) representaba las pasiones; la del costado derecho la mente, la razón.
La imagen de aquel “ente de seis ojos y seis alas” se reflejaba sobre el plateado estanque en el momento en que con potente voz se dirigió a la Tortuga, la que comenzó a caminar con paso lento y pesado sobre las mullidas alfombras de verde musgo:
-Respetable compañera mía –le dijo- has vivido en este lugar alejada de aquello que se llama civilización y apartada de los humanos: esos inestables seres poseídos por incontrolables deseos, pasiones y ambiciones; también inmersos en una insensata lucha contra mí: el tiempo, para saciar su inagotable apetito de poder con el cual pretenden dominar a los de su propia especie. Asimismo, afortunadamente nada te ha obligado a relacionarte con eso que se llama "progreso", el cual envenena el aire y el agua y paulatinamente conduce a la constante aniquilación de las diversas formas de vida existentes en el mundo. También el bosque te ha mantenido aislada de aquellos actos en los que el hombre, con engaños o por la fuerza, utiliza a sus semejantes para su encumbramiento y provecho personal. . .
Tu crítica es válida. –interrumpió la Tortuga y adicionó- Pero no debemos olvidar las enconadas peleas que sin importar el sacrificio de su propia vida, ha dado el hombre para la reivindicación social de los grupos mayoritarios desprotegidos que habitan su planeta . . .
La anfibia detuvo su andar y agregó a su comentario:
-Además, tienes razón al afirmar que poco conozco el mundo y la naturaleza humana, pero tengo fe y esperanza en ellos. Afuera, el hombre se ha enfrentado a condiciones contrarias, hostiles, por lo que su comportamiento -con seguridad- es una natural reacción a esa agresividad ambiental. Aquí, dentro del bosque -continuó la culta anciana - todo es diferente: yo coexisto en absoluta tranquilidad y armonía con la vegetación, con el agua, con el cielo y con los astros. Vengo de insignes familias, progenie de noble estirpe y rancio abolengo del Testudo Quelonio, por lo que me siento orgullosa que se refieran a mí con el sencillo nombre de tortuga, que significa: constancia, paciencia, seguridad, lealtad, paz y amor. Llevo cubierto mi cuerpo con una modesta pero resistente concha y mi cabeza tiene una dura placa, que me protegen del frío y de los rayos solares. Dado que mi cuello es retráctil, puedo contraerlo hacia el interior del caparazón cuando duermo y al despertar lo alargo para solazarme con el verdor del paisaje salpicado de otros vivos colores y gozo enormemente los aromas que la espesura y el estanque expelen.
-Estoy conciente -expuso el Señor del Tiempo- que tu origen se remonta a cuando la Tierra era diferente a como es ahora cuando poblabas las aguas aún tibias de los grandes mares y de los pantanos. Luego, saliste a terrenos secos en donde aprendiste a respirar el oxígeno y a caminar. Después del inicio de la vida - amplió su exposición el Señor del Tiempo- las especies que poblaban el planeta evolucionaron y se adaptaron a las bruscas transformaciones geográficas y climatológicas que en él ocurrieron. No sucedió así contigo, mi enconchada y apreciable amiga, pues sólo experimentaste cambios mínimos en ese largo período, dado que conservaste substancialmente las mismas características desde aquel momento de la creación hasta el presente. Tu evolución fue lenta, después, se detuvo.
La Tortuga movió la cabeza con intención aprobatoria y agregó a lo escuchado:
-El paso de los años, de los siglos, de los milenios, influyó en mí en forma distinta a las otras especies. Tu, Señor del Tiempo, poco a poco me empapaste de tu esencia, y la eternidad se adhirió a mi piel y a mí concha; luego ella penetró a mis huesos, a mi carne y a mis entrañas, y así recibí de ti otra de tus características intrínsecas: la sabiduría eterna. Tú eres el tiempo, el que mide la duración de las épocas, de los siglos, de los años y de los días; quien en su constante volar establece el principio y el fin de todo y de todos: de la humanidad, de las sociedades, de los más poderosos imperios y de los más soberbios gobernantes. Asimismo, eres el mensajero de los valores espirituales del hombre, porque por tus venas corre el líquido vital de lo inconmensurable y de lo imperecedero. Mientras viajas, esos valiosos tesoros quedan en las aguas del Bosque de las Virtudes, el cual me honra enormemente habitarlo.
La noche seguía con su adormecida placidez. La Tortuga calló por un momento y luego volvió a escucharse su dulce y serena voz:
-Tú mejor que nadie sabes que el hombre apareció en los más recientes instantes de la historia de la Tierra; por lo que mucho deberá andar para que ascienda a niveles de excelencia. Sin embargo, pese a su corta edad terrenal, es el único ser del reino animal que en su comportamiento manifiesta acciones extremas de benignidad y abnegación. . .
Y el Señor del Tiempo replicó:
-Pero también es quien demuestra más perversidad y egoísmo. Es imprevisible cuándo actuará con sinceridad y cuando engañará. Asimismo, se desconoce si ofrendará su vida por sus semejantes o despiadadamente los masacrará. Diferente es en el reino animal, en donde existe un distinto sistema vital que regula la aplicación de la violencia a lo que estrictamente requiere la conservación de las especies: matar como un medio de defensa o para alimentarse, así, la muerte, no es un instrumento de exterminio, sino una forma de preservar la vida.
Sorda a los argumentos negativos del Señor del Tiempo, la tortuga planteó otro razonamiento favorable al ser humano:
"¡Cuánto ha aportado al humanismo y al amor al prójimo!
Y el ser volador impugnó: -¡Y cuántos aberrantes inventos y descubrimientos científicos ha hecho para su autodestrucción! También elabora leyes con profundo sentido social y luego no permite que se apliquen para que su beneficio llegue a los grupos de población para quienes fueron promulgadas.
"El trabajo colectivo del hombre genera riqueza…. –exponía la anciana cuando el Señor del Tiempo la interrumpió:
¿Y cómo la distribuye? – preguntó y dio de inmediato la respuesta: -“Mucho o todo para pocos y poco o nada para muchos”.
Con molesta voz la tortuga expuso otros criterios, con los cuales pensó dar fin a la controversia que sostenía con el Señor del Tiempo. Dijo:
-Aún cuando la balanza que mide el peso de lo bueno y de lo malo del hombre a través de la historia, se llegara a inclinar hacia lo negativo, repito, tengo plena fe y esperanza que en el futuro, la humanidad se redimirá de su perversidad. Afirmo lo anterior, porque estoy convencida que llegará el momento en que el hombre hará que su espíritu llegue a nuestro bosque para beber en el socavón las virtudes que están reservadas para él. Cuando así sea, la sublime potestad que el ser humano recibirá con el agua del manantial divino, producirá en él la gloriosa transfiguración, la verdadera metamorfosis, que le permitirá elevar su especie a las alturas de magnificencia que le corresponde, por ser la suprema obra de la creación.
El Señor del Tiempo nada replicó en esa ocasión a la Tortuga; tal vez no le interesó insistir en sus puntos de vista respecto a la raza humana, porque a él sólo le correspondía “presenciar que sucediera lo que tenía que suceder” o quizá calló por cansancio. Continuó en movimiento suspendido en el espacio (como siempre estaba) y cerró sus seis ojos.
Por su parte, la humanista Tortuga, también agotada por la enconada discusión, en silencio se introdujo al agua. Se desplazó con suavidad y dejó tras de sí ligero oleaje sobre el cual centelleaban los reflejos lunares. En el centro del estanque, accedió a una pequeña isleta y sobre la blanda hierba cómodamente se posó. Con los ojos entreabiertos observó ensimismada el azul cielo lleno de estrellas y el lago ahora de color platino radiante. Sus labios córneos en forma de pico de ave estaban cerrados. Con rítmico vaivén introdujo su largo cuello en el carapacho y poco a poco el ronquido de su dormir fue opacado por el cantar de las cigarras y el silbar del viento que cruzaba los espesos ramajes de la elevada arboleda. La luna se ocultó tras una nube y sobrevinieron las tinieblas, pero el Bosque de las Virtudes siguió iluminado por miles de luciérnagas, cuyos destellos mágicamente centellaban sobre la superficie de la laguna.
Y aquella noche bañada por una intensa luz lunar de plenilunio, en el bosque, el Señor del Tiempo lentamente realizaba suaves giros sobre el lago, en tanto la Tortuga impasible le observaba.
El fantástico Señor del Tiempo estaba suspendido en el aire por dos alas que cadenciosamente se mecían, mientras otras dos permanecían inmóviles pegadas a su cuerpo. Las dos alas que estaban en constante movimiento representaban la actividad necesaria que el mundo y el universo requieran realizar en su devenir. Las otras dos alas inmóviles significaban la energía cuyo deber es estar de reserva. Además de lo antes descrito, ese extraordinario personaje tenía seis ojos. Dos estaban en su rostro, con los cuales miraba meticulosamente lo que acontecía adelante (o sea el presente y el futuro). Cuatro se ubicaban en la parte posterior de la cabeza. De estos, dos bien abiertos contemplaban el pasado, mientras los otros dos descansaban cerrados, para luego sustituir en la visión retrospectiva al par de ojos traseros cuando se fatigaran de tanto estar fijos y atentos en los sucesos pretéritos. También de las sienes del Señor del Tiempo salían dos alas. La del lado izquierdo (donde está el corazón) representaba las pasiones; la del costado derecho la mente, la razón.
La imagen de aquel “ente de seis ojos y seis alas” se reflejaba sobre el plateado estanque en el momento en que con potente voz se dirigió a la Tortuga, la que comenzó a caminar con paso lento y pesado sobre las mullidas alfombras de verde musgo:
-Respetable compañera mía –le dijo- has vivido en este lugar alejada de aquello que se llama civilización y apartada de los humanos: esos inestables seres poseídos por incontrolables deseos, pasiones y ambiciones; también inmersos en una insensata lucha contra mí: el tiempo, para saciar su inagotable apetito de poder con el cual pretenden dominar a los de su propia especie. Asimismo, afortunadamente nada te ha obligado a relacionarte con eso que se llama "progreso", el cual envenena el aire y el agua y paulatinamente conduce a la constante aniquilación de las diversas formas de vida existentes en el mundo. También el bosque te ha mantenido aislada de aquellos actos en los que el hombre, con engaños o por la fuerza, utiliza a sus semejantes para su encumbramiento y provecho personal. . .
Tu crítica es válida. –interrumpió la Tortuga y adicionó- Pero no debemos olvidar las enconadas peleas que sin importar el sacrificio de su propia vida, ha dado el hombre para la reivindicación social de los grupos mayoritarios desprotegidos que habitan su planeta . . .
La anfibia detuvo su andar y agregó a su comentario:
-Además, tienes razón al afirmar que poco conozco el mundo y la naturaleza humana, pero tengo fe y esperanza en ellos. Afuera, el hombre se ha enfrentado a condiciones contrarias, hostiles, por lo que su comportamiento -con seguridad- es una natural reacción a esa agresividad ambiental. Aquí, dentro del bosque -continuó la culta anciana - todo es diferente: yo coexisto en absoluta tranquilidad y armonía con la vegetación, con el agua, con el cielo y con los astros. Vengo de insignes familias, progenie de noble estirpe y rancio abolengo del Testudo Quelonio, por lo que me siento orgullosa que se refieran a mí con el sencillo nombre de tortuga, que significa: constancia, paciencia, seguridad, lealtad, paz y amor. Llevo cubierto mi cuerpo con una modesta pero resistente concha y mi cabeza tiene una dura placa, que me protegen del frío y de los rayos solares. Dado que mi cuello es retráctil, puedo contraerlo hacia el interior del caparazón cuando duermo y al despertar lo alargo para solazarme con el verdor del paisaje salpicado de otros vivos colores y gozo enormemente los aromas que la espesura y el estanque expelen.
-Estoy conciente -expuso el Señor del Tiempo- que tu origen se remonta a cuando la Tierra era diferente a como es ahora cuando poblabas las aguas aún tibias de los grandes mares y de los pantanos. Luego, saliste a terrenos secos en donde aprendiste a respirar el oxígeno y a caminar. Después del inicio de la vida - amplió su exposición el Señor del Tiempo- las especies que poblaban el planeta evolucionaron y se adaptaron a las bruscas transformaciones geográficas y climatológicas que en él ocurrieron. No sucedió así contigo, mi enconchada y apreciable amiga, pues sólo experimentaste cambios mínimos en ese largo período, dado que conservaste substancialmente las mismas características desde aquel momento de la creación hasta el presente. Tu evolución fue lenta, después, se detuvo.
La Tortuga movió la cabeza con intención aprobatoria y agregó a lo escuchado:
-El paso de los años, de los siglos, de los milenios, influyó en mí en forma distinta a las otras especies. Tu, Señor del Tiempo, poco a poco me empapaste de tu esencia, y la eternidad se adhirió a mi piel y a mí concha; luego ella penetró a mis huesos, a mi carne y a mis entrañas, y así recibí de ti otra de tus características intrínsecas: la sabiduría eterna. Tú eres el tiempo, el que mide la duración de las épocas, de los siglos, de los años y de los días; quien en su constante volar establece el principio y el fin de todo y de todos: de la humanidad, de las sociedades, de los más poderosos imperios y de los más soberbios gobernantes. Asimismo, eres el mensajero de los valores espirituales del hombre, porque por tus venas corre el líquido vital de lo inconmensurable y de lo imperecedero. Mientras viajas, esos valiosos tesoros quedan en las aguas del Bosque de las Virtudes, el cual me honra enormemente habitarlo.
La noche seguía con su adormecida placidez. La Tortuga calló por un momento y luego volvió a escucharse su dulce y serena voz:
-Tú mejor que nadie sabes que el hombre apareció en los más recientes instantes de la historia de la Tierra; por lo que mucho deberá andar para que ascienda a niveles de excelencia. Sin embargo, pese a su corta edad terrenal, es el único ser del reino animal que en su comportamiento manifiesta acciones extremas de benignidad y abnegación. . .
Y el Señor del Tiempo replicó:
-Pero también es quien demuestra más perversidad y egoísmo. Es imprevisible cuándo actuará con sinceridad y cuando engañará. Asimismo, se desconoce si ofrendará su vida por sus semejantes o despiadadamente los masacrará. Diferente es en el reino animal, en donde existe un distinto sistema vital que regula la aplicación de la violencia a lo que estrictamente requiere la conservación de las especies: matar como un medio de defensa o para alimentarse, así, la muerte, no es un instrumento de exterminio, sino una forma de preservar la vida.
Sorda a los argumentos negativos del Señor del Tiempo, la tortuga planteó otro razonamiento favorable al ser humano:
"¡Cuánto ha aportado al humanismo y al amor al prójimo!
Y el ser volador impugnó: -¡Y cuántos aberrantes inventos y descubrimientos científicos ha hecho para su autodestrucción! También elabora leyes con profundo sentido social y luego no permite que se apliquen para que su beneficio llegue a los grupos de población para quienes fueron promulgadas.
"El trabajo colectivo del hombre genera riqueza…. –exponía la anciana cuando el Señor del Tiempo la interrumpió:
¿Y cómo la distribuye? – preguntó y dio de inmediato la respuesta: -“Mucho o todo para pocos y poco o nada para muchos”.
Con molesta voz la tortuga expuso otros criterios, con los cuales pensó dar fin a la controversia que sostenía con el Señor del Tiempo. Dijo:
-Aún cuando la balanza que mide el peso de lo bueno y de lo malo del hombre a través de la historia, se llegara a inclinar hacia lo negativo, repito, tengo plena fe y esperanza que en el futuro, la humanidad se redimirá de su perversidad. Afirmo lo anterior, porque estoy convencida que llegará el momento en que el hombre hará que su espíritu llegue a nuestro bosque para beber en el socavón las virtudes que están reservadas para él. Cuando así sea, la sublime potestad que el ser humano recibirá con el agua del manantial divino, producirá en él la gloriosa transfiguración, la verdadera metamorfosis, que le permitirá elevar su especie a las alturas de magnificencia que le corresponde, por ser la suprema obra de la creación.
El Señor del Tiempo nada replicó en esa ocasión a la Tortuga; tal vez no le interesó insistir en sus puntos de vista respecto a la raza humana, porque a él sólo le correspondía “presenciar que sucediera lo que tenía que suceder” o quizá calló por cansancio. Continuó en movimiento suspendido en el espacio (como siempre estaba) y cerró sus seis ojos.
Por su parte, la humanista Tortuga, también agotada por la enconada discusión, en silencio se introdujo al agua. Se desplazó con suavidad y dejó tras de sí ligero oleaje sobre el cual centelleaban los reflejos lunares. En el centro del estanque, accedió a una pequeña isleta y sobre la blanda hierba cómodamente se posó. Con los ojos entreabiertos observó ensimismada el azul cielo lleno de estrellas y el lago ahora de color platino radiante. Sus labios córneos en forma de pico de ave estaban cerrados. Con rítmico vaivén introdujo su largo cuello en el carapacho y poco a poco el ronquido de su dormir fue opacado por el cantar de las cigarras y el silbar del viento que cruzaba los espesos ramajes de la elevada arboleda. La luna se ocultó tras una nube y sobrevinieron las tinieblas, pero el Bosque de las Virtudes siguió iluminado por miles de luciérnagas, cuyos destellos mágicamente centellaban sobre la superficie de la laguna.
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