Por Jesús Pérez Uruñuela El Regional del Sur 2004
-Sólo a las personas que son malas, se les aparecen los fantasmas... –mencionó categóricamente el viejo Santos Rangel sentado en una silla, al tiempo que su mano cruzaba con lentitud frente a su rostro para ahuyentar una mosca que insistente lo molestaba.
-Así es pues... –reafirmó lo anteriormente dicho- esos individuos que dicen haber mirado “aparecidos”, nahuales o almas en pena, son de mala calaña: matones, rateros o violadores de mujeres: personas con delito en la “concencia”.
-En los noventa y cuatro años que tengo –continuó Santos- yo nunca he “vido” a ningún difuntito vagando por “ai”. ¿Será porque no soy malo...? o ¿será que soy “rete más pior” que el “mesmo” satanás? ¡Solo Diosito sabe el por qué!
Luego, reacomodándose en el asiento, narró:
-Hubo uno de esos maloras aquí en Ocotepec reconocido como Chón. Cuando él fue topil recaudador, ayudante del Fiscal del Templo, se hurtó los donativos que las “gentes” le dieron p’a la fiesta grande del Divino Salvador. Creo que por ello, el Señor Diosito le retiró su “proteición”, y ya maldecido, a partir de entonces tuvo la maña de andar por lo despoblado para “levantar en su provecho” algo que estuviera sin la guarda y cuidado de su dueño...
-Un día por la mañana, caminaba Chón por los rumbos altos del cerro, cuando al pasar por el “ojo de agua”, “vido” un hombre viejo recogido en un borde, con la cabeza metida entre las corvas; con calzón y camisa de manta y a un lado de él, un morral que parecía estar bien lleno de cosas de valor. Chón preguntó “-¿Qué te pasa compadrito...?” y el ancianito respondió: -“Estoy enfermo... no puedo caminar... Por favor cárgame, que se me hace tarde para llegar a la estación de ferrocarril” .
-Al principio Chón se negó, pero luego pensó: -“Hoy es mi día de suerte... al ratito me ‘apersonalizo’ del morral de este ‘pendejito’, que bien cargado debe estar de cositas...”
-¡De “verdá” que el mentado Chón era más marrullero que un burro matrero..! –comentó Santos, mientras reía y golpeteaba el suelo con su bastón. Luego agregó: -Pero verán lo que vino después:
-“¡Súbete...!” –ordenó Chón y el achacoso trepó a su lomo.
-Ya encaminado a la estación de ferrocarril, Chón respingaba y respingaba como toro semental salvaje para tirar al suelo al viejito que llevaba trepado; pero éste resultó buen jinete... Cuando pasaron las trincheras que por esos lugares habían escarbado los “carrancistas” en tiempos de la Revolución, llegaron a un paraje lleno de yerbajos en donde el hombre se apeó y dijo:
-“Se que ‘trais’ hartas ganas de quitarme mi morral y que quisieras quedarte con él ... Te lo daré si sólo me juras que por siempre lo ‘trairás’ repleto con lo que yo lo he llenado...
–“¡Lo juro... palabra de macho!” –dijo Chón sin perder tiempo.
-“Bien, ahora es tuyo... yo me retiro a descansar.” –Entregó el morral y con paso cansado, el viejo se metió entre los matorrales...
-Chón abrió el morral y con curiosidad miró p’a adentro... Ahí había “munchas”, pero “munchas” pequeñitas personas que brincaban como títeres de feria y aullaban como lobos... Chón se acobardó con aquello, que le pareció el purgatorio con almas condenadas, por lo que trató de aventar bien lejos el morral, pero no pudo, porque estaba pegado a sus manos, las cuales, entonces tenían largas y mugrosas uñas de zopilote. Más se asustó al verse encuerado y su cuerpo... todito peludo, peludo, y que de atrás le colgaba una larga cola... Y que sus pies de humano ya eran “patas de cabra”...
-Cuando Chón escuchó cantar el gallo, allá por la estación de ferrocarril del “Alarcón”, se dio cuenta que eran los doce del día y que él era el nuevo “topil recaudador de almas” del diablo en los altos del cerro Ocotepetl.
-Sólo a las personas que son malas, se les aparecen los fantasmas... –mencionó categóricamente el viejo Santos Rangel sentado en una silla, al tiempo que su mano cruzaba con lentitud frente a su rostro para ahuyentar una mosca que insistente lo molestaba.
-Así es pues... –reafirmó lo anteriormente dicho- esos individuos que dicen haber mirado “aparecidos”, nahuales o almas en pena, son de mala calaña: matones, rateros o violadores de mujeres: personas con delito en la “concencia”.
-En los noventa y cuatro años que tengo –continuó Santos- yo nunca he “vido” a ningún difuntito vagando por “ai”. ¿Será porque no soy malo...? o ¿será que soy “rete más pior” que el “mesmo” satanás? ¡Solo Diosito sabe el por qué!
Luego, reacomodándose en el asiento, narró:
-Hubo uno de esos maloras aquí en Ocotepec reconocido como Chón. Cuando él fue topil recaudador, ayudante del Fiscal del Templo, se hurtó los donativos que las “gentes” le dieron p’a la fiesta grande del Divino Salvador. Creo que por ello, el Señor Diosito le retiró su “proteición”, y ya maldecido, a partir de entonces tuvo la maña de andar por lo despoblado para “levantar en su provecho” algo que estuviera sin la guarda y cuidado de su dueño...
-Un día por la mañana, caminaba Chón por los rumbos altos del cerro, cuando al pasar por el “ojo de agua”, “vido” un hombre viejo recogido en un borde, con la cabeza metida entre las corvas; con calzón y camisa de manta y a un lado de él, un morral que parecía estar bien lleno de cosas de valor. Chón preguntó “-¿Qué te pasa compadrito...?” y el ancianito respondió: -“Estoy enfermo... no puedo caminar... Por favor cárgame, que se me hace tarde para llegar a la estación de ferrocarril” .
-Al principio Chón se negó, pero luego pensó: -“Hoy es mi día de suerte... al ratito me ‘apersonalizo’ del morral de este ‘pendejito’, que bien cargado debe estar de cositas...”
-¡De “verdá” que el mentado Chón era más marrullero que un burro matrero..! –comentó Santos, mientras reía y golpeteaba el suelo con su bastón. Luego agregó: -Pero verán lo que vino después:
-“¡Súbete...!” –ordenó Chón y el achacoso trepó a su lomo.
-Ya encaminado a la estación de ferrocarril, Chón respingaba y respingaba como toro semental salvaje para tirar al suelo al viejito que llevaba trepado; pero éste resultó buen jinete... Cuando pasaron las trincheras que por esos lugares habían escarbado los “carrancistas” en tiempos de la Revolución, llegaron a un paraje lleno de yerbajos en donde el hombre se apeó y dijo:
-“Se que ‘trais’ hartas ganas de quitarme mi morral y que quisieras quedarte con él ... Te lo daré si sólo me juras que por siempre lo ‘trairás’ repleto con lo que yo lo he llenado...
–“¡Lo juro... palabra de macho!” –dijo Chón sin perder tiempo.
-“Bien, ahora es tuyo... yo me retiro a descansar.” –Entregó el morral y con paso cansado, el viejo se metió entre los matorrales...
-Chón abrió el morral y con curiosidad miró p’a adentro... Ahí había “munchas”, pero “munchas” pequeñitas personas que brincaban como títeres de feria y aullaban como lobos... Chón se acobardó con aquello, que le pareció el purgatorio con almas condenadas, por lo que trató de aventar bien lejos el morral, pero no pudo, porque estaba pegado a sus manos, las cuales, entonces tenían largas y mugrosas uñas de zopilote. Más se asustó al verse encuerado y su cuerpo... todito peludo, peludo, y que de atrás le colgaba una larga cola... Y que sus pies de humano ya eran “patas de cabra”...
-Cuando Chón escuchó cantar el gallo, allá por la estación de ferrocarril del “Alarcón”, se dio cuenta que eran los doce del día y que él era el nuevo “topil recaudador de almas” del diablo en los altos del cerro Ocotepetl.
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