Sincretismo indo-cristiano en el norte de Cuernavaca
Por Jesús Pérez Uruñuela
Por Jesús Pérez Uruñuela
SABÍA USTED, que cada año, durante la noche del primero de noviembre, del cementerio local del poblado de Ocotepec –al norte de Cuernavaca- las ánimas de los cuerpos que reposan allá, abandonan sus tumbas, caminan por las empedradas calles (obviamente) sin ser vistas por la gente que a esas horas transita con largas velas sin encender y ramos de flores para llevarlos a la casa del “muertito”, en cumplimiento de lo que se llama la ceremonia de “la cerería”. Los andariegos espíritus, siguiendo un sendero de pétalos de flores de Cempaxúchitl, llegan al frente de las casas que habitaron en vida, entonces adornadas con flores, velas y papel picado. Ingresan a ellas, sorprendiéndose con un ALTAR iluminado con veladoras, y en la pared imágenes de santos y/o de vírgenes, así como la fotografía de ellos. También, se percatan de que está puesta otra larga mesa con mantel blanco, y sobre él, la forma de un ser humano acostado, hecha con plátanos machos y panes, cubierto con una sábana; sobrepuesta a ella, ropa y zapatos nuevos, de acuerdo al sexo del difunto; además, guantes simulando las manos. Como cabeza, una calavera de azúcar con sombrero o rebozo. Así, queda simulado el cuerpo vestido del difunto. A esto, se le llama OFRENDA NUEVA O DE CUERPO PRESENTE.
Abajo, en las cuatro esquinas de la mesa con el “cuerpo presente” (emulando los cuatro punto cardinales), hay bebidas (cervezas, vinos, refrescos…) ceras encendidas, incienso de copal y un petate, que representan los cuatro elementos vitales; agua fuego, aire y tierra. No falta como adorno del recinto fúnebre las flores cempaxúchitl, el mole con pollo, frutas, y todo lo que fue en vida del agrado del difunto.
El día dos, la parentela y amistades acuden al cementerio con los adornos de la ofrenda domiciliaria y allá participan en una misa, algunas veces oficiada por el señor Obispo, a donde llevan la Virgen de la Asunción. También llevan comida.
A las cuatro de la tarde, los responsables de los barrios y fiscales del templo, (según antigua tradición), deben recoger la fruta y panes de las OFRENDAS DE CUERPO PRESENTE de cada casa con el propósito de ser distribuidas en la Parroquia de “San Salvador” entre la población del poblado. El mole y pollo, de la ofrendas -para entonces,-debieron haber sido obsequiados al “rezandero o rezandera” de los 9 días del Rosario anteriores al día primero de noviembre.
La mesa del ALTAR y el petate que representa la tumba, o sea la TIERRA, deben continuar en la casa por ocho días más, porque en ese lapso, contrario a lo que acontece en otros lugares (ej. Pátzcuaro) en donde el día dos regresan a sus tumbas, en Ocotepec, el fallecido permanece por ocho días más fuera de su sepulcro…
ASÍ ES, del día dos hasta el nueve de noviembre, el grupo de espíritus, (aseguran los ancianos del poblado) deambulan alegremente por el pueblo y por las faldas del cerro; van vestidos a la usanza antigua: los hombres con camisa y pantalón de manta, refajo de color, huaraches y sombrero de paja, colgado del hombro un morral, lleno de la esencia de las ofrendas que le dejaron junto al altar. Las ánimas femeninas: vestidas con “chincuete” (falda tableada, larga enrollada a la cintura que baja hasta los talones), refajo multicolor en la cintura, huipil y descalzas, también con morral.
PERO, ES PROBABLE QUE NO SEPA, que al frente del grupo espiritual, va un anciano arropado con zarape y sombrero de ala ancha, carga un pesado libro de pastas apergaminadas, en el cual hace anotaciones… ¿Qué escribe…? Nada menos que ¡los nombres de quienes habrán de morir durante el próximo año…! Se asegura que el vetusto personaje (conocido como “el secretario”), tiene esta información, dado que en las noches visita el mundo de los sueños de los habitantes del poblado y ahí se entera de problemas, enfermedades, preocupaciones, y otros males que inciden sobre la salud. El día nueve de noviembre con el grupo de espíritus, regresa al “Más Allá”… ¿A rendir cuentas? ¿A quién? ¿A Mictlantecuhtli en el inframundo ?
EFECTIVAMENTE, el día nueve de noviembre, a las siete de la tarde, en tanto se escucha el doble toque de las campanas del templo mayor del “Divino Salvador”, despidiendo a los difuntos, se levanta el ALTAR y se recoge la MESA y petate. En ese momento, los espíritus cruzan el arcado portón del panteón, en el cual se lee: “Aquí terminan las penas y “comiensan” los recuerdos”, y regresan a sus fosas rumbo al descanso eterno.
¡Ah, olvidaba…! Desde el día anterior de la partida del “difuntito”, al “mundo de los muertos”, se acostumbraba que sus familiares mayores le prepararan para el camino, un itacate ligero (lonch light), consistente en pan de maíz martajado, calabacitas, chayote y otras verduras cocidas de fácil digestión; esto, para que no fuera a “padecer problemas digestivos” en la larga jornada que le esperaba. Desgraciadamente para las ánimas que siguen viniendo cada año a Ocotepec, en muy pocos casos continúa esta ancestral costumbre.
A continuación un breve anticipo de los antecedentes prehispánicos de lo anterior:
Según la tradición (y el códice Vaticano), el indígena que fallecía de muerte natural, al ser tragado por el dios Tlaltecuhtli (o sea la TIERRA), debía pasar por nueve niveles de inframundo para llegar al Mictlan, lugar del descanso eterno. El primer nivel era un gran río que habría de cruzar ayudado por un perro color marrón (que conocemos como café, aunque esto no es color sino bebida). Luego, se enfrentaba a un cansado peregrinaje lleno de incidencias, que duraba (según varias crónicas) entre 4 a 6 años. (*) FUENTE: Jesús Pérez Uruñuela, “Ocotepec, un cerro de mexicanidad” PACMYC-CONACULTA-MORELOS. 2003, capítulo “Los Días de Muertos”, p.p. 89 al 194.
Abajo, en las cuatro esquinas de la mesa con el “cuerpo presente” (emulando los cuatro punto cardinales), hay bebidas (cervezas, vinos, refrescos…) ceras encendidas, incienso de copal y un petate, que representan los cuatro elementos vitales; agua fuego, aire y tierra. No falta como adorno del recinto fúnebre las flores cempaxúchitl, el mole con pollo, frutas, y todo lo que fue en vida del agrado del difunto.
El día dos, la parentela y amistades acuden al cementerio con los adornos de la ofrenda domiciliaria y allá participan en una misa, algunas veces oficiada por el señor Obispo, a donde llevan la Virgen de la Asunción. También llevan comida.
A las cuatro de la tarde, los responsables de los barrios y fiscales del templo, (según antigua tradición), deben recoger la fruta y panes de las OFRENDAS DE CUERPO PRESENTE de cada casa con el propósito de ser distribuidas en la Parroquia de “San Salvador” entre la población del poblado. El mole y pollo, de la ofrendas -para entonces,-debieron haber sido obsequiados al “rezandero o rezandera” de los 9 días del Rosario anteriores al día primero de noviembre.
La mesa del ALTAR y el petate que representa la tumba, o sea la TIERRA, deben continuar en la casa por ocho días más, porque en ese lapso, contrario a lo que acontece en otros lugares (ej. Pátzcuaro) en donde el día dos regresan a sus tumbas, en Ocotepec, el fallecido permanece por ocho días más fuera de su sepulcro…
ASÍ ES, del día dos hasta el nueve de noviembre, el grupo de espíritus, (aseguran los ancianos del poblado) deambulan alegremente por el pueblo y por las faldas del cerro; van vestidos a la usanza antigua: los hombres con camisa y pantalón de manta, refajo de color, huaraches y sombrero de paja, colgado del hombro un morral, lleno de la esencia de las ofrendas que le dejaron junto al altar. Las ánimas femeninas: vestidas con “chincuete” (falda tableada, larga enrollada a la cintura que baja hasta los talones), refajo multicolor en la cintura, huipil y descalzas, también con morral.
PERO, ES PROBABLE QUE NO SEPA, que al frente del grupo espiritual, va un anciano arropado con zarape y sombrero de ala ancha, carga un pesado libro de pastas apergaminadas, en el cual hace anotaciones… ¿Qué escribe…? Nada menos que ¡los nombres de quienes habrán de morir durante el próximo año…! Se asegura que el vetusto personaje (conocido como “el secretario”), tiene esta información, dado que en las noches visita el mundo de los sueños de los habitantes del poblado y ahí se entera de problemas, enfermedades, preocupaciones, y otros males que inciden sobre la salud. El día nueve de noviembre con el grupo de espíritus, regresa al “Más Allá”… ¿A rendir cuentas? ¿A quién? ¿A Mictlantecuhtli en el inframundo ?
EFECTIVAMENTE, el día nueve de noviembre, a las siete de la tarde, en tanto se escucha el doble toque de las campanas del templo mayor del “Divino Salvador”, despidiendo a los difuntos, se levanta el ALTAR y se recoge la MESA y petate. En ese momento, los espíritus cruzan el arcado portón del panteón, en el cual se lee: “Aquí terminan las penas y “comiensan” los recuerdos”, y regresan a sus fosas rumbo al descanso eterno.
¡Ah, olvidaba…! Desde el día anterior de la partida del “difuntito”, al “mundo de los muertos”, se acostumbraba que sus familiares mayores le prepararan para el camino, un itacate ligero (lonch light), consistente en pan de maíz martajado, calabacitas, chayote y otras verduras cocidas de fácil digestión; esto, para que no fuera a “padecer problemas digestivos” en la larga jornada que le esperaba. Desgraciadamente para las ánimas que siguen viniendo cada año a Ocotepec, en muy pocos casos continúa esta ancestral costumbre.
A continuación un breve anticipo de los antecedentes prehispánicos de lo anterior:
Según la tradición (y el códice Vaticano), el indígena que fallecía de muerte natural, al ser tragado por el dios Tlaltecuhtli (o sea la TIERRA), debía pasar por nueve niveles de inframundo para llegar al Mictlan, lugar del descanso eterno. El primer nivel era un gran río que habría de cruzar ayudado por un perro color marrón (que conocemos como café, aunque esto no es color sino bebida). Luego, se enfrentaba a un cansado peregrinaje lleno de incidencias, que duraba (según varias crónicas) entre 4 a 6 años. (*) FUENTE: Jesús Pérez Uruñuela, “Ocotepec, un cerro de mexicanidad” PACMYC-CONACULTA-MORELOS. 2003, capítulo “Los Días de Muertos”, p.p. 89 al 194.
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