Por Jesús Pérez Uruñuela
Según Fray Diego de Durán, los indígenas de mesoamérica realizaban -entre otros- diversos cultos a los muertos; dos sobresalientes relacionados con la agricultura: el primero denominado “Fiesta de los muertecitos” (Miccailhuitontli) por el mes de agosto. El segundo festejo se llamaba “La gran fiesta de los muertos” (Hueymihcailhuitl).
Para el antiguo nahua, la vida y la muerte eran parte de un mismo proceso: el ser humano estaba en este mundo para adorar los dioses y agradecerles que lo hubieran creado. Posteriormente habría de ir al lugar que sería su residencia definitiva, con lo cual se evidenciaban las profundas inquietudes filosóficas existenciales del mexica, a pesar de que estuvo integrado a un sistema militar: el más poderoso de su época.
Al fallecer el nahoa, era velado sobre esteras durante cuatro noches y días. “Llegaban amigos y parientes y lo envolvían... en quince o veinte mantas ricas entretejidas... y metíanle una piedra en la boca o una esmeralda de valor que los indios llamaban chalchiuitl. Decían que aquella piedra le ponían por corazón...” (Fray Bartolomé de las Casas. Los Indios de México y de Nueva España.)
Este cronista también describió: “El cuerpo amortajado y cubierto el rostro, poníanle encima una máscara pintada... Todas sus mujeres y parientes y amigos... que lo llevaban al templo iban llorando y algunos otros cantando... delante del templo principal quemábanlo con tea o leña de pino y con cierto género de incienso que llamaban copalli...
“Antes que lo sacasen de su casa le ponían muncha comida... y munchas rosas y flores...Y para que guiase al difunto y acompañase o guardase por el camino, matábanle un perro; la muerte que le daban era flechándolo con una saeta por el pescuezo...
“Otro día cogían la ceniza del señor muerto, y si había quedado algún huesezuelo que no se había consumido, poníanlo en una caja junto con los cabellos (cortados antes) y buscaban la piedra que le habían puesto por corazón y también la guardaban dentro. Encima de la caja hacían una figura de palo que era imagen del señor difunto... “...cada año hacían memoria ante la caja y hacínale sacrificar codornices, aves y mariposas y conejos; ponían también ante la caja e imagen mucho incienso y ofrendas de comida e vino y rosas...”
El perro (tepetzcuintle) sacrificado, era de color marrón para que transportase sobre su lomo el alma al cruzar el río de las nueve aguas, llamado Chicnahuapan que corría por debajo de la tierra de Occidente al Oriente y que constituía el primer nivel que transitaría para llegar al descanso eterno.
Asimismo –el alma- debía pasar por otros siete lugares con alto grado de dificultad y peligrosidad, en los cuales se probaba una vez más la entereza del “espíritu peregrino del azteca”, para que al final llegase (después de cuatro o seis años) al noveno y último de los inframundos: el Mictlan: “el lugar de reposo de los descarnados... mundo del que nadie tiene noticias, en el cual los caminos no conducen a lugar alguno y reina el total olvido de todo lo pasado y se pierde la esperanza de salir de él... la morada de Mictlantecuhtli y Mictancíhuatl: señor y señora del reino de los muertos.
La costumbre de acompañar con un perro al cuerpo del fallecido, aunque es referida por los historiadores como frecuente del período azteca, se remonta a épocas mucho más lejanas, cuando los olmecas sureños llegaron al actual Estado de Morelos.
En el Municipio de Tlaltizapán, Morelos, en la llamada “Cueva del Gallo”, se encontraron los restos disecados de un niño, y junto a él, un perro en el mismo estado de momificación envuelto en un petate como complemento del entierro del infante. Según los expertos, ese hallazgo corresponde a la época del Preclásico Formativo (400 o 300 a. C.).Este descubrimiento, quizá sea uno de los antecedentes más antiguos en que se presenta “un perro en entierros humanos” dentro del pensamiento religioso mesoamericano.
LOS NAHOAS Y LA MUERTE.
Estos pueblos pensaban que el ser humano tendría un destino diferente en “la otra vida”, según fuese la causa de su fallecimiento y no por su virtuoso o pecaminoso comportamiento iban a las moradas de los dioses a acompañarlos en la eternidad.
Cuando el guerrero azteca moría en el campo de batalla, o bien inmolado en la piedra de los sacrificios, su espíritu ascendía al Tonatiuhchan, residencia del Sol en la parte Oriental del cielo. Ahí, ofrendaba al dios solar Tonatiuh la vitalidad de su sangre e iba con él en su viaje diario por el firmamento hasta el cenit.
En ese momento astronómico, las almas de quienes en vida fueron muertos con violencia y que acompañaban al Sol, se transformaban en mariposas y colibríes, los cuales, en rítmico y cadencioso vuelo descendían a los jardines terrestres y celestiales a revolotear entre las flores para polinizarlas y con ello contribuir a que la policromía y belleza se perpetuara en el divino Tamoanchán y en la superficie de la tierra.
A partir del cenit, el Sol era acompañado por las almas de las mujeres muertas durante el parto (cihuateteo). Ellas eran diosas de blanca piel, quienes en su vuelo resplandecían por la blancura de sus atavíos.
Aquellos niños que fallecían sin haber probado otro alimento que el proveniente del pecho materno, iban a Xochiatlapan o Tamoanchán (Lugar de Nuestro Origen), para posarse en las ramas que en forma de cunas tenía el árbol nodriza chichihualcuahuitl, el cual –también- amamantaba a esos pequeños, porque de sus ramas goteaba savia en forma de fresca leche.
Los habitantes de Anáhuac que sucumbían por ahogamiento, electrocutados en una tormenta eléctrica o por hidropesía, sus almas iban al Tlalocan (edén del dios de la lluvia Tláloc) en donde se aseguraba, tendrían una placentera y despreocupada eternidad de diversiones y juegos.
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS:
Fray Bernardino de Sahagún.- Historia general de las cosas de la Nueva España.
Sandra Cruz Flores. Blanca Noval Vilar.- Religiosidad y depósitos mortuorios: un caso de estudio para el período preclásico en Morelos. “El Correo del Restaurador”. INTERNET
Miguel León Portilla.- La Filosofía Náhuatl. UNAM.
George C. Vaillant. La Civilización Azteca. FCE.
Walter Krickeberg Las Antiguas Culturas Mexicanas.. FCE.
Jacques Soustelle. La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista.
domingo, 26 de octubre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario