jueves, 30 de octubre de 2008

EN EL BOSQUE DE LAS VIRTUDES

Al entrañable maestro y poeta Manuel Aguilar de la Torre,
quien me honra con su amistad y me hace añorar al hermano
mayor que no tuve.
Escrito en diciembre 5 del 2001 y actualizado el 22 de agosto de2003.

Por Jesús Pérez Uruñuela


¿Qué es lo que existe en el interior del ser humano?
Si se traspasa la piel, se llega a las estructuras muscular y ósea, así como a los vitales órganos del cerebro, corazón, pulmón, estómago o al aparato circulatorio de venas y arterias y a los componentes del sistema nervioso y linfático.
¿Eso es lo que contiene el cuerpo?
Científicamente sí, pero. . . aparte, ¿no será que además de la materia celular y molecular que lo integran, hay, en la mente humana, un mundo no tangible, etéreo, de imaginarios deleitosos floridos parajes bañados (por ejemplo) por tibios rayos solares en donde la revitalizadora brisa y la reconfortante apacibilidad, proporcionan a la atribulada alma, laxitud a las tensiones que le ocasiona la vida cotidiana y sus propios destructivos estados psíquicos?
El humano supone que escapa de las angustias y sufrimientos de su diario existir, si se imagina recibir fugaces placenteras sensaciones que le distraen y le brindan paz emocional.
Sin embargo -por su transitoriedad- esas situaciones no le proporcionan la total plenitud y sí ocasionan que su estado de ánimo se alterne entre la euforia y el desaliento. Aún así, se conforma con esos ilusorios instantes y no aspira realizar un viaje introspectivo que lo lleve a las reales sublimes recónditas zonas de su ser, porque teme transitar por senderos que en su etapa inicial pudieran ser brumosos e inciertos caminos en los que no se vislumbre el final, pero que en la realidad lo conducirán a desconocidas grandezas. Y en lugar de lanzarse a tal aventura, se cuestiona insistentemente: -¿a dónde conducen esas indescifrables vías? ¿Para qué traspasar tan misteriosos senderos si tengo una forma inmediata de dar tregua a mis inquietudes? ¿Qué podré hallar allá. . .?
Lo que el ser humano ignora es que después de los cercanos deleitables espacios a donde regularmente gusta acceder el espíritu cuando se siente agobiado, en un lapso breve de recorrido mental adicional, podrá llegar a un bosque, cuya feraz vegetación da sombra y protección a añejos e imponderables valores de sublime naturaleza, los cuales proporcionarán excelsitud a quien ahí llegue y se impregne de ellos.
Según Séneca, el famoso filósofo moralista romano, los bosques están "poblados de viejos y gigantescos árboles, cuyas entrelazadas ramas impiden ver el cielo. La frondosidad y el misterio de esa selva, la impresión que producen sus profundas sombras, ¿acaso no sugieren la idea que allí reside Dios?"
En tanto el hombre no ose espiritualmente adentrarse a lo inexplorado de su “yo interior”, únicamente podrá estar en las cercanas placenteras zonas del soñar; pero para obtener la paz y felicidad perpetua, deberá estar dispuesto a superar su pusilanimidad y con audaz impulso salvar la inexplicable bruma que aparentemente obstaculiza el acceso al misterioso bosque, el que lo espera para hacer de su conocimiento antiquísimos y promisorios arcanos.
Si así lo hiciese, ya nada lo detendrá, porque en ese momento presentirá las grandezas que habrá de alcanzar. Con vehemencia y empeño, penetrará hasta los hondos parajes de su “yo interno” para arribar a la floresta en cuyo centro verá un lago, al cual alimenta un manantial de fresca agua.
Los pocos que han llegado al núcleo del bosque, mencionan haber sentido una transformación que en nada se asemeja a otra de índole intelectual al contemplar aquellos parajes de una belleza que supera a lo imaginado o existente en la Tierra. Ellos recuerdan haberse visto rodeados de indescriptible espesura de fantástica concepción, así como impregnados con el aroma de flores de variado y exótico colorido, las cuales circundaban el mencionado estanque que se abastecía del borbollón, del que brotaban -desde un profundo desconocido origen- cristalinas aguas con la propiedad de proporcionar a l que las bebiese el conocimiento y posesión de las virtudes supremas del ser humano.
Reza el mandato supremo:
“Quien libe las aguas del Bosque de las Virtudes, adquirirá la fuerza que dio origen y dinámica al Universo; además -ese ser- ya no será sólo la amalgama de materia y energía, pues alcanzará eximia espiritualidad, con un status superior a cualquier otra de índole social o política. Esa persona, además de intempestiva y temperamental, será prudente, con juicio y cordura para realizar todas sus acciones, las que además se caracterizarán por su energía y firmeza. Igualmente, quien haya logrado que su espíritu bebiese las virtuosas aguas, tendrá un alto sentido de la justicia con capacidad para moderar y controlar su apetito de poder y de riqueza, porque antepondrá el interés de sus semejantes al propio. Habrá en él fe en sí mismo y en los demás y la firme esperanza de que la humanidad en el futuro será mejor. Tal proceso de sabiduría le hará irradiar contagiante felicidad y confianza.
Inexplicablemente, en el transcurso del Siglo XX, pocos hombres permitieron que su alma “impenetrara” a ese bosque para deleitarse con la contemplación de su feracidad; con las suaves caricias del viento y con los olores del follaje, así como para llenarse de sabiduría espiritual con las mágicas aguas del socavón, y disfrutar las virtudes, que ahí permanecen disponibles para su auge hasta llegar a la cumbre.
¡Desafortunado desperdicio, porque cuánto necesita el mundo actual de esos iluminados!
La noche del 4 de diciembre de 1939, la intensa luz lunar de plenilunio plateaba las copas de los árboles del bosque de las virtudes. El lago simulaba. . .“al mismo tiempo señal de infinito y claro reflejo ¡un todo de mundos que se va para adentro! (dentro de sí mismo y dentro del espejo) Hasta el fondo las luces del cielo, el retrato acuoso enseña al espacio su infinito cuerpo. . .” (*)
El ruido y el bullicio de los ramajes irrumpieron el silencio de aquel deleitoso lugar. De entre la enramada surgió una figura espiritual. Era una infantil alma de tenue transparencia, de menudo tamaño y aparente frágil imagen la que, con lentitud pero decidida postura, caminó sobre el húmedo musgo. Con nerviosismo anhelantemente escudriñaba a su alrededor. Después de unos instantes, la cantarina fuente que brotaba entre lotos y helechos y que abastecía de agua al estanque atrajo su atención. Al verla, aquella sutil silueta sin vacilar se dirigió al venero, el que en ese instante se agitó con más violencia, pero en vez del acostumbrado ruido del borbolleo, se escuchó la VOZ: “Dios en fusión con el cielo. . .”(*) y existente en el interior del hombre:
-´¨Se quien eres y aguardaba por ti. Te conozco desde que fuiste concebido y cuando en el vientre, tu madre te contagiaba de su sensibilidad y temperamento artístico. Bienvenido seas... dijo LA VOZ.
El niño sintió la caricia “del viento impalpable. . . y (le estimuló) la risa del agua que jugaba con la luna”(*). En seguida comentó a la fuente de agua y a la VOZ:
-No soporto que la energía vital se me acumule y aprisionada no emerja para manifestar mis más abismales emociones, por lo que temo que explote con violencia volcánica como la magna que escapa del incandescente núcleo terráqueo hasta su erupción. Me siento “espiga extraña, cuya respiración abre un milímetro de vida en el desierto de trigales apagados”. También, percibo que “el tiempo se encharca, se cansan los pasos, se parten las células, se sueña demasiado. . .”(*) y por lo tanto vengo a beber el agua balsámica del virtuoso bosque para excarcelarme de tan atormentada situación emocional.
Mientras “las estrellas se asomaban por las hojas de los viejos árboles para mirar” (*) al frágil espíritu, la VOZ proveniente del cristalino socavón una vez más se oyó:
-¿Qué esperas recibir con tal prodigio?
-A mí y a los de mi especie -respondió la pequeña ánima- “nos ahoga la soberbia soledad (que padecemos) en el Universo, en el satélite y en el sistema solar”.(*) Deseo dignificar la gris mansión corpórea que me hospeda para hacerla merecedora de “¡Este afán de vivir! ¡Esta brega en el fuego!”(*). Anhelo poseer “un trozo de vida”, para que en esa fracción infinitesimal de tiempo, convenza con mis palabras a mis congéneres a amarse intensamente, a que sean felices con sólo percibir el frío matinal o los cálidos rayos solares vespertinos sobre la superficie epidérmica de su cuerpo desnudo y que sin inhibiciones dejen que el aire expanda por el espacio sus risas y que al llorar, sus lágrimas rieguen -como rocío- rosas rojas y rosas blancas.
-¡Anda bebe –exhortó la VOZ- sacia tu sed e imprégnate con la sabiduría eterna, para que cada día de tu existencia sea un “trozo de vida” durante los cuales de tu boca -como manantial de elocuencia- brotarán palabras con belleza florida y con armonía musical. Tu verbo será flor y canto y en tus trozos de vida -que por cierto serán muchos y grandiosos- dejarás huellas poéticas que te darán la inmortalidad. ¡Refréscate con el sagrado líquido
El alma infantil bebió con avidez el agua del manantial y por ello adquirió clara trasparencia; también su fragilidad anterior se transformó en robustez y de su boca brotaron flores y cantos que se esparcieron en el espacio. Más tarde, el iluminado infante cómodamente se posó sobre la blanda hojarasca del bosque y poco a poco su adormilado sereno respirar fue opacado por el estridente y monótono ruido de las cigarras y el silbido del viento que cruzaba los espesos ramajes de la elevada arboleda.
–Finalmente dijo la VOZ: -Duerme “Immanu-el, Dios está en ti y en nosotros”. Duerme, que mañana, tus palabras tendrán alas de águila y la altivez de la torre, para elevarse hasta las alturas de la sublimidad.
Al siguiente día, al escuchar el poema compuesto por el pequeño Manuel, su padre se turbó de tan eminente virtuosismo e inspiración; en tanto su madre -sin manifestar sorpresa- se recreó con la precocidad de su vástago, quien así declamaba:

En un jardín encantado
donde moraban las hadas,
donde formaban sus nidos
las cantadoras calandrias,
donde el césped era de oro,
donde la luz pedrería,
donde el murmullo del agua
reía, reía, reía...
había rosas azules,
sus pétalos como el cielo,
sus pistilos oro y plata,
su fino talle pequeño;
había azucenas hermosas
de verdadero color,
gardenias color de rosa
frescos naranjos en flor;
blancas violetas,
sí blancas,
blancas como una ilusión,
finamente perfumadas,
perfume del corazón;
de lustroso raso negro
los enlutados claveles,
de encaje la nubecilla,
de las lilas, ricas mieles,
de las finas telarañas
que colgaban de las hojas,
se columpiaban alegres,
alegres y juguetonas,
hasta caer en el cáliz
de las azuladas rosas,
unas perlas cristalinas
o de rocío las gotas.

En una límpida fuente
donde nacía el arroyuelo
mil ninfitas prodigiosas
se lavaban el cabello.

Dejé este panorama
tan encantador,
tan bello,
para encontrarme
en mi cama,
viendo que todo era un sueño.(*)

(*) Textos y referencias de poemas de Manuel Aguilar de la Torre. (1926 -2003)
“La calle de los peatones tristes”(1957), “La Voz” (1952), “Paralelo mínimo” (1951)
“Sueño de un jardín encantado” (1933)

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