Por Jesús Pérez Uruñuela
En el amanecer, al sonar de los caracoles, los sacerdotes avivaban el fuego de los pebeteros consagrados a las divinidades ubicados sobre los teocallis de la Huey Altepetl Cuauhnáhuac y de los poblados tributarios circunvecinos.
En tanto, en el interior de los cuartos redondos de adobe y jacales de varas, el hombre aproximaba leña al hogar y la mujer, apresurada, ventilaba con un abanico de palma las brazas ocultas entre las piedras y la ceniza del tlecuilli. Una vez triturado en el metatl el maíz nixtamalizado la noche anterior, ella palmoteaba pequeñas bolas de masa hasta hacerlas tlaxcalli (tortillas), las que dejaba caer con suavidad sobre el caliente comalli de barro…
Más tarde, la majestuosa luminosidad de “el águila que lanza saetas de fuego, el que hace sudar y oscurece los rostros de la gente” poco a poco llenó el firmamento y expandió su luz y calor sobre los barrios Tecpan, Panchimalco, Olac y Xala de Cuauhnáhuac. Alrededor de las pirámides, sacerdotes de tenebroso aspecto, con tilmas de colores negro y verde muy oscuros, daban órdenes a varias jóvenes mujeres y hombres para avanzar en los preparativos de las festividades a Xochiquetzal, diosa de la fertilidad. Los macehuales, ascendían a las pirámides cargando atados de leña y otros bultos. Iban curvados bajo el peso que soportaban sobre sus espaldas y que además sostenían con la correa de yute llamada “mecapal” que pasaban por su frente.
Más tarde, la majestuosa luminosidad de “el águila que lanza saetas de fuego, el que hace sudar y oscurece los rostros de la gente” poco a poco llenó el firmamento y expandió su luz y calor sobre los barrios Tecpan, Panchimalco, Olac y Xala de Cuauhnáhuac. Alrededor de las pirámides, sacerdotes de tenebroso aspecto, con tilmas de colores negro y verde muy oscuros, daban órdenes a varias jóvenes mujeres y hombres para avanzar en los preparativos de las festividades a Xochiquetzal, diosa de la fertilidad. Los macehuales, ascendían a las pirámides cargando atados de leña y otros bultos. Iban curvados bajo el peso que soportaban sobre sus espaldas y que además sostenían con la correa de yute llamada “mecapal” que pasaban por su frente.
Las jovencitas encendían los sahumerios y los surtían de copal; además, embellecían el lugar con flores multicolores. Las adolescentes, cubrían su cuerpo con un cueitl: pieza de tela enrollada que caía de la cintura a la pantorrilla, sostenido por un ceñidor bordado; el busto, lo traían descubierto.
Desde la plataforma tlahuica del Tecpan, ataviado con pomposo policromático traje de papel amate, el gran tlatoani de Cuauhnáhuac, junto a los caciques de los otros tres barrios, presenciaba los preparativos religiosos.
Mientras tanto, en los poblados aledaños, continuaba la acostumbrada rutina diaria:
Desde temprana hora, en Tetela, Ahuacatitlan, Chamilpam, Ocotépetl y Ahuatépetl, en sus terrenos de cultivo, los habitantes perforaban el duro suelo con el palo-coa y en cada hoyo sembraban granos de maíz, fríjol y chìa, productos que al ser cosechados serían para autoconsumo y para almacenarlos en cuezcomates en las cantidades que debían entregar en carácter de tributos al Señor de Cuauhnáhuac y al Imperio Azteca.
Mientras tanto, en los poblados aledaños, continuaba la acostumbrada rutina diaria:
Desde temprana hora, en Tetela, Ahuacatitlan, Chamilpam, Ocotépetl y Ahuatépetl, en sus terrenos de cultivo, los habitantes perforaban el duro suelo con el palo-coa y en cada hoyo sembraban granos de maíz, fríjol y chìa, productos que al ser cosechados serían para autoconsumo y para almacenarlos en cuezcomates en las cantidades que debían entregar en carácter de tributos al Señor de Cuauhnáhuac y al Imperio Azteca.
Esas comunidades indígenas norteñas, por estar en el centro de los bosques de ocotes, madroños y encinos, producían leña para quemar, vigas labradas, planchas y pilares de madera y morillos, los cuales, tiempo después entregarían en calidad de tributos. Tulltenango, Amatiltlan, Analco y Chipitlan, también dedicados a la agricultura, por su proximidad con la ciudad de Cuauhnáhuac, así como por prestar al gran tlatoani servicios de vigilancia y control de los demás poblados, tenían asignadas obligaciones tributarias menos rígidas.
Ya avanzada la tarde, pobladores de Acapantzingo y Chapultépetl, con la preocupación de sus ineludibles compromisos tributarios, seguían desyerbando las milpas maiceras y desviando en los apantles el agua que provenía de los manantiales de la actual “Gualupita”, para regarlas.
En el momento en “el que alumbra” inició su viaje hacia el inframundo: “región de las tinieblas”, con danzas, cánticos y el rítmico sonar del atabal y del teponaxtle, concluyeron los festejos. Luego, sobrevino el silencio, y la noche de Cuauhnáhuac se transformó mágica. En el cielo, aparecieron las cuatrocientas estrellas del sur y los cuatrocientos luceros del norte así como el refulgente “Río Celestial” (Vía Láctea) y la constelación de la Osa Mayor con la forma de un ocelotl: representación felina del dios Tezcatlipoca nocturno. En el firmamento se mostró la Luna Mextli, con el conejo tochtli cargado en sus brazos. Displicente, ella dejaba caer sobre el valle y los cerros, mortecinos reflejos y así cubría todo con su plateado velo. Además, miles y miles de icpitl (luciérnagas) aparecieron para de esa forma aparentar que Cuauhnáhuac lucía ataviada con negro tilmatli tapizado de lentejuelas.
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