jueves, 30 de octubre de 2008

El Teniente Coronel

Por Jesús Pérez Uruñuela
Aquel 20 de noviembre, Don Mauricio estaba en el Monumento de la Revolución junto a otros soldados veteranos integrantes de una compañía de indios tepehuanes pertenecientes a la -en el pasado- famosa “División del Norte” del “movimiento armado de 1910”. Ellos, al igual que otros antiguos militares de diferentes bandos revolucionarios, eran invitados especiales de la Presidencia de la República a la ceremonia conmemorativa de ese día, la cual tuvo la presencia de los más importantes funcionarios del gobierno y de altos jefes del ejército.
El Primer Mandatario de entonces, con diferentes palabras, repitió el mismo mensaje de otros años: - “… La Revolución Mexicana, que ha creado la grandeza y modernización del México actual, presenta grandes y fecundas perspectivas para apreciar ahora los problemas del país y proyectar las nuevas soluciones. Antes que otros pueblos, nuestro país encontró en la Revolución las normas de su transformación que todos anhelamos… Al final del discurso, se dirigió a los veteranos de la Revolución: “Estén seguros que mientras yo me “halle” en Palacio Nacional, estará también el ideario de la Revolución. La deuda que el Gobierno de la República tiene con ustedes que la han hecho posible - gracias a su sacrificio y a su esfuerzo- será una deuda que habrá que saldar…”
Acto seguido, el Presidente prendió doradas medallas con listones tricolores en los pechos de los veteranos de aquella gesta heroica. A Don Mauricio también lo “medalló”, no sin dificultad por encontrar un espacio libre donde clavar la condecoración en la pechera y solapa de su desgastada “chaquetilla”, porque eran tantas las que traía colgadas, que parecía el Señor de los Milagros. Además, a cada ex-revolucionario se le entregó un cheque por cien pesos (un mes de pensión), por servicios prestados a la patria.
Después de escuchar el Himno Nacional, concluyó la ceremonia.
Los veteranos revolucionarios se reunieron para intercambiar saludos y conocer las “últimas nuevas de quién había fallecido”. Mientras charlaban, los funcionarios del gobierno, vestidos con abrillantados trajes de alpaca importada, partían en lujosos vehículos, seguidos por los “coches escolta” de su seguridad personal.
-Allá van los integrantes del régimen de la Revolución –comentó el más viejo del grupo de veteranos guerrilleros del estado de Durango, “el abogado”, llamado así, por ser el “más docto” del grupo, persona que poco hablaba, pero, cuando lo hacía, los dejaba atónitos.
Rieron por la ironía de sus palabras y esperaron lo que no tardó en decir:
-A los que nos la jugamos en la Revolución, una vez al año se nos reconoce en público lo que hicimos. En cada ocasión, somos exhibidos en una ceremonia como los bla, bla, bla. . . Nos clavan una medalla y nos dan un mezquino abono a la deuda que habrá de saldar… ¿Quién? pues el gobierno ¿Cómo? con limosnas. Y para deshacerse de nosotros, con aplausos nos mandan a volar sin que a nadie le importe nuestros achaques y miseria, esperando no vernos vivos el siguiente año…
Y siguió con el comentario:
-Dicen con toda razón en mi pueblo: “mal de muchos, consuelo de pen. . .tontos”. Para consuelo de ustedes, les aseguro que no somos los únicos pertenecientes al “tontarreaje” existente en este país, porque por ahí andan los jubilados y pensionados que, por estar igual o peor que nosotros, nos ayudan en el otro lado de la yunta a jalarla. . .”
Los veteranos en silencio lo escuchaban; sólo intercambiaban miradas. Por último, “el abogado” mencionó:
-¿Por qué los jóvenes forjadores del nuevo futuro de nuestro país nos menosprecian y humillan. . .? ¿Les ofende nuestro origen indígena y nuestra piel “prietita”? ¡Será porque algunos todavía usamos huaraches?¿Acaso es porque ahora no servimos más que para una fregada? ¡Les guste o no, nosotros y los viejos maestros y burócratas, así como muchos más, somos los ignorados protagonistas de la transformación histórica que ha tenido el México actual!
El elocuente militar calló y nadie hizo comentario alguno. Pero un momento después, los compañeros de armas tepehuanes se retiraron y Don Mauricio, el viejo teniente coronel quedó solo frente a una banca de cemento, en la cual se sentó en el corredor lateral del Monumento de la Revolución. Permanecía inclinado con el mentón apoyado en el puño de un bastón asido con ambas manos. Manifestaba cargar en sus hombros el agobiante peso de los años de existencia.
Recias facciones configuraban su indígena tostado rostro por el sol, estigmatizado por el hastío, por el cansancio y por el paso del tiempo. El pelo cano se cubría con quepí militar, adornado en la frente con un escudo tricolor y dos estrellas de teniente coronel. Atrás de los gruesos cristales de los lentes, una mirada llena de nostálgica paz, se perdía en el vacío.
Y ahí seguía el viejo revolucionario, cuando la algarabía de un conjunto de muchachos y muchachas, vestidos con alegres trajes deportivos que cruzaban la explanada de la Plaza de la República, interrumpió su estado melancólico. El desfile había concluido, lo que significaba que estuvo inmerso en su memoria durante varias horas. De repente, su rostro perdió la anterior rigidez y con nerviosismo empezó a golpetear el suelo con el bastón. Quizá tuvo un nuevo pensamiento (¿optimista?). Y masculló:
-En verdad, la miseria hace al hombre irreflexivo y la indigencia lo obliga a aceptar migajas, cuando tiene derecho a la telera completa de pan. . .Para mí, ¡eso se acabó! – Dijo con enfado y dejó de percutir con el bastón. Enseguida, añadió:
-Porque una parte – aunque pequeña- de lo bueno que ahora se disfruta en esta nación, se debe a mis sacrificios…. y porque no merezco el trato que se me da… ¡por dignidad, no volveré a prestarme a ser la burla en ninguna otra ceremonia! La mísera pensión mensual que recibo, ¡me la gané a ley! Respecto a la medalla y al cheque anual. . . ¡que hagan con ellos lo que les de su re. . .sobrada gana!¡Ya veré a qué me dedico para subsistir, ya Dios dirá!
El veterano teniente coronel se levantó de la banca. Frente a la fría voluminosa masa de concreto sostenida por cuatro gruesas columnas del magno monumento, con manifiesta exasperación lanzó doliente increpación: -¡Cabrones: no la jodan, respétenos!
Se escuchó a la enorme bóveda del Monumento de la Revolución repetir el reproche, una, dos, tres. . . muchas, pero muchas veces. Tal vez en cada eco iban las voces de los sin nombre (los héroes anónimos) que también reclamaban el reconocimiento justo, real y permanente de lo glorioso de sus existencias.
Por un largo instante, saludó militarmente la gran bandera tricolor que ondeaba movida por la brisa. A continuación, apoyado en su bastón, caminó hasta cruzar la calle y detenerse frente al edificio del “Frontón México” a esperar un autobús urbano que lo llevase a casa.
Permanecía erguido, con la verticalidad de una torre. Su rostro expresaba alegre dignidad. La mirada ya no era oscura ni se dirigía al vacío; los ojos estaban llenos de un brillante resplandor, combinación de esperanza y coraje. Sintió que el líquido sanguíneo corría violenta y ardientemente por sus venas y que su desalentado espíritu se había revitalizado para transformarlo en el apasionado revolucionario que antes fue.
Emocionado se pregunto: - Si Villa resucitase, ¿qué pensaría y qué haría al conocer lo que sucede en el México de hoy por el cual luchamos…? Pocos segundos después, volvió a cuestionarse: -¿Por qué hago preguntas “pendejas”, si conozco bien la respuesta? Y con decisión afirmó: - Por lo que a mí respecta, al ver otra vez vivo al Centauro del Norte, sin mayor dilación, me acercaría a él y me “cuadraría” para decirle,” ¡Que bueno que está de regreso mi General! ¡A sus órdenes, con Usted sí, como siempre, hasta morir!”

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