(La rebelión de Ciudad Madera Chihuahua)
Por Jesús Pérez Uruñuela
Por Jesús Pérez Uruñuela
Escueta nota periodística fue publicada en las páginas interiores de un diario matutino de la ciudad de México:
Chihuahua, Chih. 24 de septiembre de 1965. El día de ayer un grupo de guerrilleros pretendieron tomar por asalto el cuartel militar de Ciudad Madera, población (centro de una rica zona boscosa de la Sierra Madre) ubicada al noroeste de la capital del estado, a 321 kilómetros por la vía ferrocarril “Chihuahua Pacífico” rumbo a Topolobampo, Sin.
El ataque fue repelido por las fuerzas federales sin que se reportase baja alguna.
Días después en el Palacio Nacional.
Dos personas vestidas con trajes oscuros y portafoloios en mano se introdujeron al despacho presidencial, el cual estaba iluminado por un candil de múltiples cristales. Los exquisitos acabados de la ebanistería del mobiliario, así como el artístico diseño del parquet y de las alfombras de sus pisos, daban a la amplia oficina un ambiente de refinada sobriedad y elegancia. En una de las paredes destacaba el alto estante lleno de libros encuadernados en piel, librero que en sus costados tenía incrustadas dos cariátides que sostenían una corta columna estriada, muestras representativas de las finas obras de arte del tallado en madera que adornaban aquel recinto. A un costado del escritorio y del sillón (este último, tapizado con terciopelo y rematado su respaldo con una águila dorada) estaba una bandera nacional, la cual con sus colores verde, blanco y rojo, daban el toque mexicanista al espacio de trabajo del Primer Mandatario del país.
Los recién llegados se detuvieron frente a un viejo militar que permanecía sentado de cara al escritorio presidencial, quien por llevar en las hombreras un águila y tres estrellas, era General de División. Sin pronunciar palabra entregaron al castrense personaje los documentos que llevaban en los maletines y de inmediato, él con displicencia empezó a revisarlos sin mudar su estatuaria imagen y su inexpresivo y adusto rostro.
En tanto que el General absorto leía, los dos civiles algo murmuraron; luego, uno de ellos salió, mientras el otro (de ancho torax, atlético cuerpo y pronunciada calvicie) se dirigió al gran ventanal por el cual se observaba el zócalo capitalino. Se acercó al grueso y biselado cristal y con interés contempló allá abajo a un grupo de soldados que arriaban el colosal pabellón tricolor de la monumental asta bandera que se erguía en el centro de la explanada.
Con precisa coordinación y marciales movimientos, el lábaro fue recibido y cuidadosamente plegado. Finalmente con máximo miramiento trasladaron el símbólico lienzo patrio al interior del Palacio Nacional por la puerta central del mismo, ante la mirada de numersosas personas que con respeto vallaban el pelotón militar participante en aquella ceremonia.
Transcurridos unos instantes, la circulación vehicular se regularizó en torno al zócalo y de nuevo, sobre aquella área cuadriculada de cemento, los peatones reanudaron su aparente desatinado caminar.
Ningún sonido llegaba del exterior; adentro de la oficina presidencial existía un silencio que solamente era alterado por el ruido que ocasionaba el militar al hojear los documentos engargolados que acuciosamente repasaba.
Una puerta se abrió y por ella entró el Presidente de la República y la persona que veía a través de la ventana con celeridad acudió a reunirse con el General, quien ya estaba de pie en respetuosa posición.
Antes de sentarse en su sillón, el Mandatario comentó;
-Perdón por la demora, pero mi entrevista con “Su Señoría” se prolongó más de lo esperado; no obstante, los resultados de la misma, fueron altamaente productivos. Y agregó: -Tomen asiento por favor –y los dos se acomodaron frente a él.
-Señores –volvió a hablar el gobernante- en la sala de juntas están reunidos los Secretarios de Estado que hoy he convocado para definir la estrategia que nos permitirá enfrentar y corregir la situación de “intranquilidad” que desde el 23 de septiembre existe en la zona montañosa de Madera del estado de Chihuahua. Antes, quise hablar con ustedes: los Secretarios de la Defensa y de Gobernación, quienes coordinarán la actuación gubernamental conjunta que habremos de tener en aquella región y así lo haré saber al resto de mi gabinete.
Y con un ademán indicó al General Secretario de la Defensa que expusiese sus puntos de vista.
El encargado del Ministerio de Guerra, era reconocido como un experimentado miltar por haber participado en la Revolución en la División del Norte de Francisco Villa. Pasado el tiempo, llegó a ser Director del Colegio Militar y jefe de varias zonas militares del país. Además, por su probada lealtad y profesionalismo, el Señor Presidente lo estimaba sobremanera.
-Agradezco encarecidamente su alta distinción y confianza –expresó el militar y procedió a informar:
-Con motivo de los desagradables acontecimientos del pasado 23 de septiembre y en atención a sus superiores instrucciones, “implementé” no sólo en la sierra de Chihuahua, sino también en parte de Sonora y Durango, una serie de operativos consistentes en el establecimiento de retenes, patrullajes en caminos vecinales y vuelos de reconocimiento para localizar a los integrantes de aquel grupo rebelde. Como resultado de esas acciones fue aprehendido un número importante de sospechosos pobladores de la región, presuntamente coludidos con los del fallido artero ataque al cuartel militar de ciudad Madera.
-Nuestras metas –continuó el viejo soldado- se lograron, porque recuperamos el estricto control de la zona, razón por la cual no se han repetido otras agresiones del mentado grupo guerrillero. Sin embargo, debo hacer de su conocimiento que existe una manifiesta simpatía del pueblo tarahumara hacia los sublevados, lo cual, si no actuamos adecuadamente y con prontitud, podríamos tener en un tiempo que enfrentarnos a un levantamiento, el que deberá ser sofocado con alto costo social y político.
Sin comentar el Presidente volvió la mirada hacia el Licenciado, Secretario de Gobernación: ágil, manipulador y ambicioso funcionario, gran conocedor de las veladas fuerzas e intereses que accionaban la política interna, las cuales tenía en mente utilizar en su beneficio personal para en el futuro ascender a la máxima posición del gobierno de la nación. Y con voz pausada y monótona expuso sus consideraciones:
Yo también me siento altamaente honrado por la oportunidad que usted Señor Presidente me ha brindado de servirle en estrecha coordinación con el Secretario de la Defensa. Estoy en total acuerdo con mi General, que el caso “Madera” rebasa lo militar y que requiere de medidas adicionales a lo ya realizado. Por ello, presento a su consideración un “programa emergente” que consiste en la participación de los diversos organismos del gobierno identificados con los aspectos sociales, de salud y asistenciales, para que –entre otras acciones- se hagan llegar a aquellas comunidades indígenas despensas, leche, mantas y ropa. La Conasupo puede ser el conducto adecuado para ese propósito. Asimismo, la Secretaría de Salubridad, a través de su Delegación Estatal, podrá emprender una campaña sanitaria y de vacunación y hasta la Secretaría de Educación, se haría presente con una promoción alfabetizadora y con el regalo de libros de texto y desayunos escolares. Y en diciembre repartiremos piñatas, dulces y juguetes para las celebraciones navideñas. Todo eso, servirá para ratificar la presencia siempre oportuna del gobierno de la República en las comunidades que lo requieren y así echar por tierra las demagógicas banderas reivindicadoras de esos agitadores que cobardemente se escudan en el anonimato y en la oscuridad de la noche para atacar a traición y que preteneden deformar con exóticas ideas ajenas a la idiosincracia nacional la manera de pensar y de sentir de nuestro pueblo.
El Presidente sonrió en señal de satisfacción y al hacerlo dejó al descubierto la espléndida dentadura que tanto agrandaba su boca. Sus pequeños ojos brillaron tras los cristales de sus lentes y emocionado exclamó:
--¡Si General, si Licenciado! ¡Ese sentimiento patriótico que tenemos los del “Partido Ofical”, es lo que nos ha hecho herederos del poder en este hermoso país...! -Y de inmediato se puso de pie para resumir lo que habría de tratarse ante los demás encargados de las carteras ministeriales.
-Con esas mismas palabras, quiero que ustedes dos expongan ante sus “colegas” el espíritu republicano y nacionalista que deberá inspirar nuestras acciones para evitar que aquellos desventurados indígenas del norte de nuestro país sean presa del comunismo internacional. Además, les comunico que “Su Señoría” me ofreció que, con el fin de coadyuvar a los objetivos de “estabilidad y paz” de los habitantes de la zona chihuahuense de Madera, en estos días, él enviará un grupo de sacerdotes a reforzar e intensificar la evangelización católica entre los tarahumaras que tan erradamente piensan que el embrutecimiento con alcohol del maíz los acerca a Dios Nuestro Señor. Los prelados misioneros serán Agustinos Recoletos, recién llegados de España...
-Dispense Señor Presidente, ¿por qué extranjeros? –interumpió el Secretasrio de Gobernación.
-Esa misma pregunta me hizo “Su Eminencia Ecleciástica” y ¿se imaginan qué explicación le dí?: -Si enviáramos a aquellas comunidades curas mexicanos, se correría el riesgo de que en corto tiempo, alguno de ellos, se involucrara tanto en la problemática local que decidiera organizarlos en una incipiente revuelta contra el gobierno. Y ¿qué tendríamos qué hacer? ¿Eliminarlo o encarcelarlo? ¡No nada de eso es recomendable, porque se provocaría un escándalo público! Sin embargo, si los sacerdotes son de otros países, estarán tan ocupados en comprender las costumbres, tradiciones y forma de pensar de los indígenas que requerirán de muchos años para identificarse plenamente con ellos. Y si alguno de esos curas resulta conflictivo y revolucionario, disponemos de dos recursos: la excomunión y la deportación.
-¿Qué les pareció mi razonamiento? –agregó con tono irónico el gobernante y los tres rieron con estridentes carcajadas, después de las cuales, el mandatario con recuperada seriedad ordenó:
-Vayamos en este momento a la sala de juntas para exponer los objetivos de trabajo de la Presidencia en el caso “Madera”.
-Un comentario final –dijo el Secretario de la Defensa:
-Si señor General, diga usted.
-Lo que vamos a realizar en Chihuahua, me parece lo más adecuado –expuso el militar- sin embargo, pienso que esas medidas las deberíamos hacer extensivas con carácter preventivo a las otras zonas del país en donde la población indígena es numerosa.
-Entiendo el sentido de sus palabras –replicó el Presidente- pero estimo que no estamos en una situación que justifique actuar así a nivel nacional. Mire usted, aparte de lo acaecido en ciudad Madera y salvo algunas gavillas de maleantes que actúan en Guerrero, ¿en qué otros estados pudiéramos tener descontento social? ¿Aquí en la capital? Obviamente que no, porque, aunque los jóvenes constituyen el sector “más inquieto”, bien sabemos que para la UNAM y el POLI tenemos previstos los “elementos y contactos adecuados y necesarios” para mantenerlos “en un puño”. Por ello, nunca tendremos problemas mayores con “esos muchachitos”. Además, al sindicalismo, al sector popular y al campo, los controlamos con “las confederaciones”
Luego el gobernante, al tiempo que alternaba su mirada con los dos interlocutores, cuestionó:
-¿Realmente creen ustedes que pudieran haber acciones rebeldes de los indios del Valle del Mezquital, de los mayas de Yucatán, de los mixtecos o zapotecas de Oaxaca, o de los chamulas y tzotziles de Chiapas, ¡por favor...no nos calentemos demasiado, que... en México no pasa nada...!
El Primer Mandatario acompañado de los dos Secretarios salió del depacho en dirección de la sala de juntas, en tanto afuera había anochecido y el zócalo resplandecía con el alumbrado público y las imágenes luminosas alusivas a los personajes de la Revolución Mexicana, formadas con miles de pequeño focos de colores.
En un costado de la monumental plaza, sobresalía el esplendor y la majestuosidad de la Catedral Metropolitana, construcción de estilo barroco neoclásico. En el otro extremo, el anterior edificio del Ayuntamiento (sede del Gobierno del Distrito Federal) lucía su también alumbrada fachada en cantera, adornada con escudos elaborados con azulejos poblanos.
A un costado del antiguo inmueble de los “Mercaderes”, la refulgente y serena efigie de Emiliano Zapata, “el Caudillo del Sur”, miraba fijamente al Palacio Nacional, el cual también reflejaba las luces de las candilejas de un optimista presente y de un eterno ilusorio futuro.
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