Por Jesús Pérez Uruñuela
-¿Por qué hoy me vendes más caro el maíz? -preguntó con sorpresa y enojo el indio Miguel.-Todo ha subido... -respondió con indiferencia el viejo y gordo comerciante, quien permanecía encogido sobre el mostrador observando una revista.
-Pero es que la semana pasada también me cobraste de más y me dijiste que "ya no subiría" por el resto de la temporada...
El comerciante alzó sus abotagados ojos azul cenizo sobre los gruesos lentes que se sostenían sobre su arqueada nariz y con displicencia expuso:-Mira muchacho, eso te dije, pero hace dos días, al reabastecerme yo también tuve que pagar más por cada arroba de maíz (46 kilogramos)
-¡Eso es mentira, porque usted compra el maíz a "los temporaleros" y cada vez les paga menos por sus cosechas!
-¡Tu qué vas a saber de "mercadotecnia" y de lo que la "globalización" afecta los precios internacionales de los granos...! -replicó el mercader con manifiesta altivez e irritación.
Por lo incomprensible de tales tecnicismos, el indio Miguel nada supo que argumentar en contra y con el rostro desfigurado por la indignación y el desconcierto, pagó lo exigido y salió del tendajón con el bulto de maíz, el cual lo colocó en el lomo del burro y de inmediato se encaminó afuera del pueblo, rumbo a su casa.
Miguel era un joven de tez morena color de la tierra; bajo de estatura, pero de complexión robusta. A la usanza lugareña, vestía amplio camisón de manta por fuera del pantalón del mismo material: algodón. Llevaba guaraches y sombrero de paja. Después de caminar entre los magüeyales, se sentó bajo la sombra de un árbol a comer "pozol" y beber agua, mientras refunfuñaba por los múltiples abusos que tenían que soportar los de su "etnia" de parte de los blancos y mestizos:
-¿Hasta cuándo tendremos que aguantar el que nos vean la cara de pendejos? ¡Cuánto me "amuina" el que estemos tan jodidos por el hambre y la necesidad! ¡Estoy seguro que si siempre tuviéramos harto maíz, otra cosa sería... y así, mandaríamos al carajo a esa bola de buitres que nos devoran...!
Poco tiempo después, atiborrado de desagradables pensamientos, se quedó dormido.
Una suave brisa refrescó la calurosa mañana y el súbito descenso de la temperatura, despertó a Miguel, quien no sin sorpresa se irguió al ver frente a él a un extraño personaje que de pie lo observaba atentamente.
-No te asustes -dijo el recién llegado- soy Ch'ul Anjel, también conocido como Chaac o Tlaloc, el divino "Señor de la lluvia y el gran germinador del maíz". Vengo a apoyarte para que realices tus nobles deseos de ayudar a tu pueblo.
El extraordinario individuo, pese a su bajo talle, irradiaba una gran atracción por su inacostumbrada antigua indumentaria: un taparrabo estampado con vistosos colores y figuras geométricas cubría sus "partes nobles". La cabeza estaba coronada con un tocado con mazorcas con dorados y brillantes granos de maíz y exóticas multicromáticas flores. En una mano portaba una barra ceremonial adornada en sus extremos por dos fantásticas cabezas, la cual ponía de manifiesto su altísima dignidad religiosa.
Una vez recuperado de la sorpresa el indio Miguel comentó con ironía: -¿En qué puedes ayudarme? ¿Quién dice que eres dios? ¿Tú...? y empezó a reír con estridencia.
Ch'ul Anjel dijo: -¡Desaparezca del firmamento el padre solar Ch'ul totik y desciendan sobre la tierra los dardos incendiarios de Chauk! Y de inmediato una inmensa nube opacó los candentes rayos solares que inclemente caían sobre la desolada campiña y se precipitaron innumerables rayos y centellas.
Por el sorpresivo e inesperado acontecimiento, el indio Miguel, presa del pánico, se postró de rodillas frente a aquel ser que seguía con imperturbable actitud, al tiempo que le suplicaba: -¡Piedad, ten piedad de mi por ser descreído y torpe! ¡Y te suplico me ayudes para que la situación de mi pueblo cambie...!
A una leve señal de la ya reconocida deidad, el clima recuperó su estado anterior y se escuchó su voz como cristalina y melodiosa llovizna: -No está en mí el conocer el destino de los hombres ni el provocar que su devenir fluya por causes diferentes a los que las voluntades supremas han determinado. Para eso, sólo un ser en el mundo de lo fantástico tiene la facultad de adivinar el futuro del mundo y de los hombres. ¡Él es el Enano Rey de Uxmal, quien aclarará tus dudas!
-¿Uxmal? No se como llegar allá -expuso el indio Miguel. -Nada difícil es arribar a ese mágico lugar cuando la imaginación y la voluntad son suficientemente poderosas. Mira aquellos montículos que sobresalen en la planicie... si te diriges directo hacia allá, tras ellos, llegarás a Kabak. Ahí, deberás encontrar a la abuela del Rey de Uxmal. Ella te conducirá a su nieto, si le ofreces transportarla sobre tu espalda hacia donde te indique.
Y el indio Miguel partió rumbo al serrano lugar que le dio como referencia el dios Ch'ul Anjel (Chaac-Tlaloc), quien en ese momento, se elevó al cielo dejando tras de sí mantos de tenues y diminutas gotas, las que paulatinamente eran vaporizadas por el calor del medio día.
Atardecía cuando Miguel llegó a Kabak, ubicada en una boscosa zona montañosa. Tuvo a la vista edificios con enormes mascarones de piedra alusivos a Chaac, dios de la lluvia y un templo cuyas puertas tenían dinteles de madera de zapote artísticamente esculpida. Los inmuebles religiosos y ceremoniales lucían suntuosas y las chozas por su recién encalado, reflejaban con intensidad los rayos del Sol. Sin embargo, por la ausencia de habitantes, reinaba un sepulcral silencio.
Después de recorrer el deshabitado pueblo y en varias ocasiones reclamar con fuerte voz la asistencia de algún lugareño, de repente, junto a unos paneles de encaje de piedras con representaciones "serpentiformes" y motivos geométricos, apareció una anciana, quien con dificultad ocasionada por su desdentada boca, habló:
-¿Es a mí a quien buscas?
Al tiempo que se acercaba a ella el indio Miguel, le respondió: -Si eres la abuela del Rey Adivino de Uxmal, estaré feliz... y más lo seré si me conduces a él.
Era ella de baja estatura con rasgos negroides: vestía sucio hipil; permanecía descalza y apoyada en un bastón. Sus pequeños ojos, con escrutadora intención, miraban al recién llegado cuando le respondió con una pregunta: -¿Por qué la abuela del Rey de Uxmal habría de ayudar a un extraño como tú?
-¿Acaso ella rechazaría el ofrecimiento de un hombre fuerte de llevarla sobre la espalda a ver a su adorado nieto? -volvió el indio a contestar con otra interrogante y sin comentario la viejecita trepó al dorso del indígena y se asió a su cuello para que ambos se dirigieran a Uxmal por una sacbé (calzada empedrada de aproximadamente 4 y medio metros de ancho)
En el trayecto la vieja abuela narró a su cargador:
-Durante siglos tuve la custodia de un tunkul (címbalo) y de un soot (sonaja) los cuales poseían la propiedad de transformar en poderoso rey a quien los tocara y obtuviese alegres ritmos. Por la importancia de tal encargo y con el propósito de vigilarlos permanentemente, oculté esos instrumentos debajo del fogón. En una ocasión que salí de mi choza por agua, mi inquieto y curioso nieto, inspeccionó lo que yo guardaba con tanto celo y al descubrir lo que era, tomó los dos instrumentos musicales y ascendió a uno de los cerros en donde los tocó y sus resonancias llegaron a oídos del entonces rey de Uxmal. Esa persona, conocedora de la leyenda, preocupado y celoso, retó a mi nieto a competir en varias justas, quien en todas resultó vencedor, por lo que fue proclamado nuevo rey. Como primer ordenamiento real, mi nieto mandó construir el Palacio del Gobernador, para ahí impartir justicia y luego, erigió como su lugar de residencia, una enorme pirámide llamada del Adivino. Ambas construcciones las veremos cuando lleguemos a Uxmal.
Habían avanzado un buen tramo de aquella avenida cuando escucharon los sonidos de las percusiones de un címbalo y de una sonaja.
-Es mi nieto el Rey quien produce esos sones -comentó con orgullo la abuela.
-Si los escuchamos, significa que estamos por llegar -afirmó Miguel con la respiración sofocada por la fatiga de trasladar a la pequeña pero pesada anciana.
Un instante después, en el costado izquierdo del camino, el cansado indio y la vetusta señora que cargaba vieron el Palacio del Gobernador: singular construcción que lucía majestuosa y armónica. Una alargada plataforma servía de base a tres edificios separados por dos pasajes abovedados, los que en su fachada principal se observaban varias puertas. De las tres construcciones, la de en medio era la de mayor dimensión y como las otras tenía en la parte superior mascarones adornados con figuras zoomorfas y con otros elementos, así como con celosías, grecas y cubos de piedra. Desde la distancia en que la abuela y el indio iban, se apreciaba a lo largo del friso, el efecto óptico de una serpiente en ondulatorio movimiento.
Atrás del impresionante Palacio del Gobernador, sobre las colinas sobresalía una hilera de elevadas cresterías, rematadas en forma de peine, triangulares, con multitud de pequeñas casillas de forma rectangular, como si estuviesen dispuestas para fungir como "casa de las palomas".
-¡Allá está la Pirámide del Adivino de mi nieto! -dijo emocionada la anciana, en tanto señalaba una construcción revestida de toscas piedras, de aproximadamente 35 metros de altura, semejante a un cono invertido con esquinas redondeadas, asentada en una base elíptica. Dos escalinatas con una pendiente pronunciada daban acceso a la parte superior. Arriba, una persona que salía del templo, observaba a los recién llegados.
La anciana bajó de la espalda del indio y le indicó: -Sube a donde está el Rey de Uxmal. Yo, estaré aquí en espera de ustedes cuando desciendan.
Al trepar por los 54 escalones de la empinada escalinata, Miguel pudo ver a lo lejos el juego de pelota y la pirámide del cementerio, así como un agrupamiento de construcciones ricamente adornadas con frisos, figuras de aves, serpientes y representaciones del dios de la lluvia Chaac, las que circundaban un gran patio central en forma de cuadrilátero (de las Monjas), al cual se entraba por una escalinata y un pasillo abovedado.
-Bienvenido sea a mi casa, quien desde Kabak trajo a cuestas a mi respetable abuela -escuchó Miguel, mientras contemplaba desde lo alto de la pirámide el esplendoroso conjunto de obras arquitectónicas estilo Puuc de Uxmal.
Quien lo recibía, era un enano de cortos y regordetes brazos y piernas. Estaba embadurnado de negro y rojo, ataviado con una braga (ex) cuyos extremos que colgaban por el frente y por atrás se veían ricamente bordados con figuras geométricas y antropomorfas. Anudado a uno de los hombros de aquel grotesco hombre caía sobre su pecho y espalda una especie de tilma (pati) de piel de leopardo y calzaba sandalias de cuero seco de venado sin curtir, con taloneras que rebasaban el tobillo en donde se ataban con cuerdas de henequén. De gran vistosidad era el tocado que llevaba: una armazón de mimbre cubierta con piel de jaguar, con un penacho de plumas y varios tipos de piedras preciosas en él incrustadas, coronaban su prognato rostro y desproporcionada cabeza respecto al tamaño del cuerpo.
-Soy el Rey de Uxmal -dijo con arrogancia el diminuto ser.
-Por los prodigios que se dicen de tu virtud de penetrar el pasado y vislumbrar el futuro, he venido a verte... -Expuso el indio, pero el enano lo interrumpió; parecía que tenía prisa por atender y despachar a su visitante.
-Previamente fui enterado de tu visita por el dios Ch'ul Anjel... ¿Qué puedo hacer por ti?
-Tu sabes los profundos padecimientos de mi pueblo; estás enterado de los abusos que recibe de los mestizos y blancos, los cuales durante siglos lo han hecho padecer hambre e injusticia... -Sí, sí...! -volvió el enano a interrumpir la explicación del indio y con manifiesto apremio aclaró: -Se por qué has venido a mí y daré respuesta a tus preguntas, pero antes escúchame:
-Debes saber y hacerlo del conocimiento de los tuyos, que por la voluntad de Hunab-ku, el Supremo e invisible, en el pasado bajaron del cielo para los pueblos mayas, hermosos abanicos y enramadas de hojas y ramilletes perfumados; pero a partir de que la guerra y la destrucción fueron el deleite de los habitantes de Mayapán y de Chiché Itzá y sus aliados, desde las alturas sonó el tambor atabal de la desolación y pronto cayó la desgracia sobre los sordos y estúpidos que no estuvieron atentos al divino mensaje. A partir de entonces, cundió la tristeza y la congoja, debido a que los hijos de mujer e hijos de hombre fueron aniquilados y a que sobrevinieron los tiempos de los grandes amontonadores de calaveras, porque las orgullosas albarradas que protegían las ciudades fueron derribadas y la destrucción y muerte se introdujeron a ellas... Pero, ¡oh indolentes y necios seres humanos, ignoraron la gran advertencia! Luego, los sobrevivientes tuvieron que huir y la floresta recuperó los espacios que el hombre le había quitado. . .
El Rey calló por un momento, luego su voz se escuchó con gran estruendo:
-¡Años después, provenientes de oriente, llegaron a las playas de nuestros mares el terrible Ayin (cocodrilo), el maligno Xooc (tiburón) y otros aterradores demonios. Caminaron tierra adentro con las fauces abiertas para devorar a cuanto ser vivo se cruzase en su camino. Entonces, no sólo los habitantes de las montañas y de los bosques mayas lloraron, sino también los que poblaban el mundo entero, pues el Buho-tecolote y los perros siniestros asentaron sus linajes en nuestros templos y palacios y en nuestros pozos y grutas para impedir que los aborígenes bebieran la fresca y cristalina agua y así se generalizara la muerte de venados, de tigres y de águilas y cundieran las gusaneras y moscas.
-Eso fue en el pasado -interrumpió Miguel con voz temblorosa- ¿Y qué vendrá luego? ¿A partir de ahora, qué nos espera a los pueblos indígenas?
-El futuro, de ustedes dependerá -contestó con sequedad el Rey de Uxmal; luego, agregó solemne:
-Los descendientes de aquellos que llegaron de ultramar a posesionarse de la nobleza, de la integridad y de las riquezas de los habitantes de estas tierras, aún hoy conservan en sus corazones la misma insaciable ambición de sus antepasados y están al acecho para usurparles a ustedes lo poco o mucho que aún permanece en propiedad suya. Ese tiempo está por llegar y sucederá cuando la soberbia y el odio domine el corazón de la nación... pero ¡cuidado! porque a la sazón, las pugnas e intereses partidarios se acrecentarán y harán que todo arda en la tierra y en el cielo y de nada valdrá implorar... porque, decaídos estarán los campos de cultivo y se verá que los gobernantes y poderosos son nada para impedirlo.
-¿Y podremos evitarlo? -Volvió a preguntar Miguel.
-Sólo ustedes serán capaces, bien lo sabes -respondió el monarca enano. Sin embargo -agregó- tienes la opción de solicitarme un deseo; ¡pero únicamente uno...! el cual deberás considerar como la base para que los problemas de tu gente comiencen a encausarse a una solución definitiva... Pero debes tener la seguridad que tu petición sea la correcta y que habrá de proporcionar felicidad, porque si tu petición provocase nuevas desdichas, el destino que le han asignado a tus pueblos los dioses se realizará con mayor rapidez.
-¿Un deseo...? -dijo emocionado el indio Miguel y sin mucho meditarlo profirió:.
-¡Claro, ya se cuál: pido que las milpas de los pueblos indígenas, por siempre, den hartas mazorcas y demás frutos!
-¡Si eso es lo que deseas, así se hará! -concretó el Rey de Uxmal y acompañado de Miguel descendió de la pirámide hasta el primer escalón en donde estaba sentada la vieja abuela, quien al verlos llegar se levantó.
Nada más comentaron y el indio Miguel empezó a retirarse. Unos cuantos pasos había dado cuando atrás de él escuchó la voz de la abuela:
-¡Que los dioses te protejan y que tu deseo lleve ventura a los tuyos. . .!
Miguel volteó la cabeza hacia la Pirámide del Adivino y para sorpresa suya… ¡el Rey enano y su abuela habían desaparecido...!
Por la noche, Miguel caminó en la oscuridad, aparentemente sin rumbo preciso; pero antes del amanecer llegó al camino que lo conducía a su casa en cuyo trayecto fue enterado de la sorprendente nueva: ¡Hoy amanecieron las milpas de maíz con hartos elotes, jitomates, chiles...!
OOO
La nueva situación de abundancia alimenticia, generó la desbordante alegría entre la población indígena; no fue lo mismo para los comerciantes de víveres, quienes veían con asombro el prodigio sucedido en los anteriormente improductivos e infértiles campos de cultivo indígenas.
-No entiendo que fue lo que pasó aquí -comentó el gordo mercader del tendajón del pueblo al estar frente a una milpa, la que antes era un verdadero páramo, pero que entonces se veía rebosante de verduras y hortalizas. Quienes lo acompañaban agregaban con insistencia:
-Esto debe ser producto de algún acto diabólico; bien sabemos que a los indios les da por la hechicería y la magia negra. Deberíamos traer al Señor Cura para que haga un exorcismo...
Y así fue, durante varios días el Párroco local, anduvo dedicado al rocío de los maizales con agua bendita, pero nada sucedió, porque después que los indígenas recolectaban los elotes y demás productos, al día siguiente volvían a brotar en las plantas
Varios meses habían transcurrido y los habitantes indígenas no acudían a los establecimientos comerciales a adquirir víveres y los preocupados propietarios de los mismos decidieron reunirse con el representante de la Secretaría de Agricultura del gobierno, así como con el presidente de la Cámara de Comercio regional, para determinar qué hacer ante la crisis provocada por la "extraña alta productividad" de las milpas y la consecuente ausencia de compradores en sus negocios.
El gordo comerciante expuso a grandes rasgos la situación:
-¡Esto que padecemos nos llevará a la ruina! Imagínense ustedes, si lo que ha sucedido con los alimentos, también pasase con el vestido, con los refrescos, con los cigarros, con los vinos y otros artículos de primera necesidad, ¿de qué viviríamos nosotros, las fuerzas productivas del país? ¿Y el gobierno, de dónde obtendría los impuestos que les pagamos sin protestar y sin evasiones?
De parte de la Secretaría de Agricultura, un connotado economista (considerado un "todólogo") expuso una interpretación agrícola-económica y socio-política sobre el motivo de la reunión:
-He recorrido las milpas de la región -dijo- y me parece que estamos ante un evento ocasionado por causas exógenas, fuera de nuestro control. Aquí, los productos agrícolas tienen un proceso autogenerativo de por sí sorprendente, el cual, solamente ha contribuido a que el modus vivendus de nuestros pobladores indígenas sea placentero, aunque en nada ha propiciado el despegue o cambio en las condiciones de vida de esos grupos que la injusticia social ha mantenido en la más absurda marginación. En otras palabras, el que nuestros indígenas tengan asegurado el sustento diario, en nada les ha propiciado su desarrollo social como individuos o grupos comunitarios. Pero si en cambio, los ha sumido en un más profundo adormecimiento, inclusive apatía.
Los asistentes escuchaban atónitos al experto tecnócrata en cuestiones "todológicas", quien continuó su docto planteamiento: -Con seguridad ustedes no se han percatado de la cantidad de maíz, de jitomates y otras legumbres y verduras que permanecen tiradas en el suelo de las milpas en estado de descomposición y eso se debe a que a sus dueños solamente les interesa apropiarse de lo que requiere su alimentación diaria y de ninguna manera aprovechar con sentido comercial el gran potencial productivo, por lo que dejan que se pudra...
Y finalmente agregó: -Señores, ustedes han calificado de maldición lo que aquí ha pasado... pero ¡No! ¡Están equivocados, porque esto es una bendición para nosotros, la cual debemos aprovechar!
¡Entiendo! -dijo el presidente de la Cámara de Comercio -¡Cada día, después que ellos tomen lo que han de comerse, a cambio de minucias nosotros retiraremos el resto de los productos agrícolas (que es la mayor cantidad) para llevarlos a "precios convenientes" a las ciudades en donde sigue el hambre y la escasez como características típicas de sus habitantes. Y entonces: ¡Negocio en grande!
¡Claro! ¡Bravo! Excelente! -expresaron los asistentes, en tanto que el brillante economista "todólogo" fumaba un enorme habanero.
El indio Miguel, se percató de la maniobra de los comerciantes y con celeridad acudió a advertir de lo que sucedía a los indígenas de las milpas, de quienes tuvo como respuesta los siguientes comentarios:
-¿Qué caso tiene que trabajemos para cuidar nuestras tierras de cultivo, si ellas por sí solas dan sus frutos? ¿Para qué meternos en eso de "la comercialización" si, sin hacerlo tenemos suficiente para comer? Con lo que me pagan por cortar y llevarse el maíz que no me como, tengo suficiente para comprar tabaco y mezcal, ¿qué más puedo pedirle a la vida?
Miguel estaba consciente que la actitud de sus "paisanos", habría de llevarlos a hundirse en una peor situación que la que vivían en la antigüedad, por lo que, en un arranque de desesperación, en febril carrera, atravesó llanos, magüeyales y lomeríos, en unas ocasiones iluminados con la luz del día y en otras oscurecidos por las tinieblas de la noche, porque el Sol y la Luna se alternaban en el firmamento. Finalmente llegó a Kabak, entonces en notable estado de destrucción. Después de infructuosamente buscar a la abuela, recorrió el sacbé rumbo a Uxmal y al aproximarse a la Pirámide del Adivino, se percató que el entorno de magnificencia y esplendor de aquella ciudad se había esfumado, porque los monumentos y edificios estaban en ruinoso estado y muchos de ellos se veían cubiertos por la tierra, las yerbas, los arbustos y el tiempo.
Al llegar a aquel lugar, en múltiples ocasiones invocó la presencia del Rey enano adivino sin obtener resultado alguno. Abatido se sentó en el primer escalón de la pirámide y sintió que copiosas lágrimas corrían por sus mejillas:
-¡Perdón, perdóneme...! decía con doliente voz.
En forma inesperada apareció Ch'ul Anjel: Señor de la lluvia y de la germinación, quien con suave pero enérgica voz lo interpeló: -A quienes evocas, jamás volverás a ver -Y le explicó: -debes tener el convencimiento que en el deseo de ayudar a tu etnia, has provocado un enorme desequilibrio en el cielo y en la Tierra. Al pedir que existiera espontánea abundancia de productos agrícolas, negaste mi influencia en el proceso vital del planeta. También los dioses del Sol y del Viento están molestos contigo, porque han dejado de ser importantes para la agricultura. Por otro lado, fomentaste en los de tu raza la irresponsabilidad y la indolencia, contrarias a lo que ellos requieren.
Por último, la pluvial deidad manifestó: -Deberás entender que sólo con el aprovechamiento del suelo, del agua, de los cambios climáticos y del Sol, junto con el trabajo conjunto y organizado de la comunidad, realizado con un espíritu solidario inquebrantable, podrán obtener el constante sustento. Regresa nuevamente con los tuyos y refiéreles la negra historia que tuvieron que padecer sus antepasados (los nobles indígenas de este país) que los condujo a la indigna situación actual. Ve a ellos y también recuérdales que nacieron de la tierra, por lo que sus milpas son patrimonio sagrado, herencia divina. Que las protejan, que las cuiden y cultiven con amor, porque de ahí conseguirán nuevos granos de maíz con más brillo y valor que el oro, lo cual permitirá aspirar a forjar su propio destino y encontrar el camino de la superación como seres humanos y como pueblo. Eso, no habrá de ser fácil, porque muchas pero muchas personas tratarán de evitarlo.
Nada más dijo el dios de la lluvia.
Miguel observó que Ch'ul Anjel flotaba y que luego ascendió para dar varios giros sobre la pirámide y en su subida, sintió que él también era elevado con furiosa violencia. Al ver que era transportado a través de los elevados y álbeos cirros del cielo, el indio cerró con fuerza sus ojos y luego perdió el conocimiento.
Al despertar, se vio bajo la sombra del mismo árbol, en cuyo tronco seguía atado el burro que llevaba el bulto de maíz que había comprado en el tendajón del pueblo.
¿Acaso había soñado al dios Ch'ul Anjel, al Rey adivino de Uxmal y a su abuela y también fue una ilusión onírica la forma increíble en que las milpas del pueblo producían alimentos? Lo cierto era que él nada podía asegurar.
Al desatar el burro, se percató que una extraña luz salía de entre el tejido del yute del costal que había colocado en el lomo del animal. La curiosidad lo hizo abrirlo y con admiración contempló que los maíces de su interior emitían una brillante luz dorada. Eran como los áureos granos de las mazorcas que llevaba Ch'ul Anjel en la cabeza.
Entonces Miguel entendió plenamente el mensaje de aquella deidad amiga: el maíz brillaba como si fuera de oro, representando el valor que solamente da el trabajo a las cosas y con ese menaje para sus compañeros indígenas presuroso prosiguió el retorno a su casa.
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