Sucedió en Cuernavaca y en Acapulco
Por Jesús Pérez Uruñuela
Por Jesús Pérez Uruñuela
Esta es la historia de “Chaicos”,
el trovador de Guerrero:
ese cantante costeño,
ese hacedor de ilusiones
el que al trovar sus canciones
nos llena de amor sincero.
CANTABA el moreno "Chaicos"
con el acompañamiento
de guitarra y sentimiento.
Lanzaba versos al aire
de nostalgia y desaire
y el pueblo, lo escuchaba atento:
-Al nacer me dio Tatah Dios,
el mejor de los colores
y el cantar de ruiseñores;
por eso, soy “el moreno”
su amigo más fiel y bueno,
trovador de trovadores...
-Mi madre fue una mulata,
que allá por Pie de la Cuesta,
sin pregunta ni respuesta,
me engendró bajo un palmar,
en la costa frente a un mar
de azules y altas crestas...
-De mi padre poco supe:
pescador y guitarrero,
cariñoso y “piropero”,
un fregón en los quereres,
cumplidor con sus deberes:
hombre leal y sincero...
-Antes de yo venir al mundo
a mi padre el mar tragó;
mi madre sola quedó
a merced de gente indina,
sin poder poner sordina
a los agravios que escuchó...
-Aquí estoy, es lo importante;
con Dios muy agradecido,
por dejarme haber nacido
sin rencores ni una pena,
por ser yo de piel morena
y a mi padre parecido.
Todas las tardes, en aquel pueblo cercano a Cuernavaca, capital de Morelos, cuando cantaba el moreno “Chaicos”, el sol iniciaba su desplome tras la torre del campanario de la iglesia. La sombra de los enormes y frondosos tulipanes africanos y laureles de India, cubrían las bancas de concreto del jardín, que ocupaban los asistentes de siempre, quienes, como en otras ocasiones, charlaban. Mientras tanto, por los adoquinados andadores, corrían los niños para llegar a donde los atraían los vendedores de globos, helados y golosinas.
Sus coplas, así decían:
-Me llamo Pedro “Chaicosqui”,
como el gran compositor
de clásica música autor.
Me puso así mi padrino,
al bautizarme con vino,
con aguardiente y con ron...
-Pero soy “Chaicos” pescador,
que navega con el viento
barlovento a sotavento,
para traerles a ustedes
en los piolas de mis redes,
los poemas que yo siento...
-Mi infancia no fue de juegos,
mucha miseria y solfeos,
con castigos y arreos,
por nota pude tocar
la guitarra “p'a” sacar
tan hermosos “requinteos”...
-Dura fue mi adolescencia;
nunca a la escuela asistí,
pero a muchos trabajos sí:
la hice de marinero,
y otras veces de “coprero”.
¡Flojo pachucho no fui...!
-Cuidé de mi “madrecita”
hasta el extremo momento,
en que el último aliento
la llevó a la eternidad,
heredándome orfandad,
soledad y desaliento...
-Al verme huérfano y solo,
pronto emprendí la huida,
pues no había otra salida
que vagar por la playa
para ganar la batalla
que me daba la vida...
-Anduve por “Costa grande”,
de “Coyuca” a “Barra Vieja”,
sin que notaran mi queja
de desconsuelo en el alma,
de perturbación sin calma
y de un dolor que no ceja...
-Cantaba todo con gusto,
pues mi verso era alegría
y mi música algarabía.
La gente lo disfrutaba
y en mis adentros pensaba:
un nuevo “Chaicos” renacía...
-Un día en un restaurante,
hubo un gran guateque,
donde entoné el "reque"
y el “picoso” "Toro rabón"
para agradar al patrón,
el famoso gran "Chaneque"...
-Allí comí como nunca
el pescado a la Talla,
y un guiso de “mantarraya”:
¡en sabrosura los mejores!,
porque tienen los sabores
a cielo, mar y playa.
Recordó “Pedro Chaicos” que en aquella ocasión en Barra Vieja, cantó hasta que los últimos rayos del sol agonizaban en la blanca espuma que las olas abandonaban sobre la arena, en la cual, persistían las huellas de los famélicos caballos que allá rentaba a visitantes "chilangos", el Abuelo Guatemala, viejo caballerango, oriundo de los manglares de la laguna “Tres Palos”.
Durante la noche, cuando las “palapas” playeras estuvieron vacías, “Chaicos” quedó solo frente a un mar, en el cual se reflejaba el infinito cielo plagado de refulgentes estrellas. Recostado en una hamaca, al son del retumbo de las olas, con suaves arpegios en su guitarra, copleó para que la brisa llevara a los frondosos mangos y a los esbeltos cocotales su nostalgia:
-Soy yo como el pez “cuatete”,
“bagre” de sensual bigote,
“bandera” sin otro mote
que el americano “cat fish”.
Llámenme cuando ustedes “wish”,
que experto soy “p'al borlote”...
-Canto sólo porque quiero,
porque sólo quiero cantar;
mi guitarra manosear,
para que con sus sonidos
a mis cánticos unidos
hagan las estrellas bailar...
-Soy trovador de la noche;
mis trovas son como una
serenata a la luna,
de ensueños y fantasías
de vacías elegías:
¡Y no tengo amante alguna!
Y también “Chaicos” remembró el día cuando llegó a aquel pueblo de Morelos, para participar en los espectáculos de las fiestas, que con motivo de la celebración del santo patrón local, ahí se realizaban año con año. En esa ocasión, cuando "lanzaba sus coplas al viento...", vio entre el público a una graciosa rubicunda jovencita, quien embelesada lo veía. Al sonreír, coquetamente le mostraba los hoyuelos de sus mejillas e insinuante lo abrumaba con su mirada. Ella era la "Veva Infante": muchacha de más o menos buena presencia, de más o menos buena familia y de “más o menos buena reputación”.
“Chaicos” quedó prendado de los hoyuelos, de la rubia cabellera, de los ojitos y del resto de la humanidad trasera y delantera de la "Veva" y atrapado como "camarón en una red de arrastre", según expresión suya. Por eso se avecinó en aquel pueblo, formó un conjunto musical para trabajar localmente. Dos meses después, se desposó con quien a partir de entonces adquirió el nombre de María Genoveva Infante de Chaicosqui.
En el tiempo de casados no tuvieron familia. Argumentaba su esposa -lo que muchas recién casadas sugieren- la conveniencia de “esperar para conocerse y divertirse (¿ella sola?)”, sin tener la obligación del cuidado y atención de un pequeño. El bueno de “Chaicos” se preguntaba: -¿Cuál es el propósito del matrimonio, si no el de tener y criar hijos. . .?
Lo que realmente sucedía, era que la Veva, con el matrimonio adquirió la libertad que no tenía cuando era soltera e hija de familia. Como la “señora Chaicousqui”, no tuvo necesidad de rendir cuentas a sus padres ¡ni a su marido! Frecuentemente salía a “compromisos sociales” con sus amigas en reuniones y fiestas, celebradas muchas veces en "lugares no propios para damas honorables". Además, mucho se rumoraban las oscuras relaciones que mantenía con un agente viajero de una empresa de detergentes y dentífricos de la capital del país. Así, sucedió lo que tenía que suceder:
-La infiel se largó con otro.
Se llevó “Veva” mi honor.
Me dejó un inmenso dolor,
noches solas y con frío
y en el alma un gran vacío,
de amargura y desamor...
-¿Por qué lo hizo la ingrata
si siempre le daba todo. . .?
¿Por qué me llenó de lodo
si mi vida era ella. . .?
Al sentirme sin su estrella,
songo estoy sin acomodo...
-Mucho le ruego a la Virgen
que a mi alma le de la paz
y permitirme ser capaz
de otorgarle mi perdón,
porque mi loco corazón
cada día la extraña más.
Transcurrió un largo año,
y el pueblo igual seguía:
la gente iba y venía
sin pensar en otros temas
que en los múltiples problemas
que tenían día con día.
Sin embargo, algo cambió:
ya no hubo trovadores,
ni niños ni vendedores,
ni tardes de algarabía,
porque en el parque había
faena y trabajadores.
“Chaicos” cambió de opinión:
seguir otro derrotero,
como un barco carguero
que pesquisa en lontananza
nuevo puerto de esperanza
con cálido atracadero.
Se reunió con los amigos
de bohemias realizadas,
donde hasta las madrugadas
bebían como los cosacos
para quedar tal macacos
yertos en las enramadas.
Esa noche, “Chaicos” copleó
con un sentimiento quejón,
y aprovechó la ocasión
como triste despedida
pues pronto sería su ida
a una lejana región:
-Quiero cantarles a ustedes
y hacerlo con muchas ganas
porque tal vez los mañanas
ya no tengan mi presencia,
me puede ganar la ausencia
en tierras harto lejanas...
-Por siempre “Chaicos” tendrá
guardados en un santuario,
cual sagrado relicario,
el recuerdo y la añoranza
de su amistad y confianza
que me ofrecieron a diario...
-No me olviden compañeros
que este pobre los adora,
pues hincado al cielo implora
su eterna felicidad,
que no sepan de maldad
en el futuro y ahora...
-¡Levanto mi copa y brindo:
por el amor que nos mata
de aquella mujer ingrata,
que con oscuros tapujos,
con embustes y embrujos,
las querencias arrebata...!
-También alzo este vaso
lleno ahora de mezcal
por mi pasión musical:
la guitarra. . . que asemeja
esa mujer que se deja
en los brazos arrullar...
-¡Hagamos otro gran brindis
con toda solemnidad:
que siempre en la eternidad
perdure y nunca se muera
la magnífica, sincera
sólida y pura amistad!
La fiesta se prolongó
hasta casi el día siguiente.
Temprano se fue la gente.
“Chaicos” quedó acompañado
por “Pacho”, su amigo amado,
arpista y fiel confidente.
El moreno “Chaicos”, permanecía con los brazos sobre una mesa tapizada de ceniceros llenos de colillas de cigarros, vasos y envases vacíos de cerveza. Sobre sus piernas, dormitaba apacible y silencioso, el fiel instrumento musical de madera.
Largo rato estuvieron sin pronunciar palabra. “Pacho” destapó una "corona"; luego, la chocó contra el vaso -medio vacío- de mezcal de “Chaicos” para insinuarle un brindis y clavó sus mirada en los dedos de las manos de “Chaicos”, los que automáticamente se deslizaban sobre las cuerdas, a través de los trastes del diapasón de la guitarra. La caja de madera vibró por la resonancia; de su redonda boca brotó como un gemido un tembloroso y doliente arpegio, luego otro y otro, hasta integrar la cascada de acordes de una improvisada y melancólica interpretación musical.
De improviso, el moreno, dejó de tocar. Con sensual y tierna suavidad, empezó a acariciar las femeninas y laqueadas formas de la madera de la guitarra. Al apretujarla contra su pecho, de sus ojos brotó un borbollón de lágrimas y de lo más hondo de su alma ahogados sollozos. “Pacho”, lanzó palabras de consuelo:
-¡Ánimo hermano “Chaicos”,
no se apachurre ni “aguite”!
Pronto vendrá el desquite,
cuando la "jija" regrese
para suplicar le diese
amor, ternura y confite...
-Las penas y las traiciones,
hacen la vida cansina;
si son por una ladina,
piensa que para evitarlas
sólo tienes que curarlas
en el rincón de una cantina.
Instantes después, la juerga terminó. Cada uno de los dos amigos se fueron por distintos rumbos: “Chaicos”, emprendió el regreso a casa. Cargaba en el estuche, además de la guitarra, nostalgias, soledad y penitencias. “Pacho” arrastraba el arpa y una bien ganada “guarapeta”. Al siguiente día, el intenso dolor de cabeza de la cruda resaca y el fuerte toqueteo en la puerta despertaron a “Pacho” el arpista. Todo daba vueltas a su alrededor. Un niño, sin explicación le entregó un sobre. Al abrirlo, reconoció la letra de “Chaicos”. Con gran esfuerzo por vencer la vorágine cerebral y por aclarar y ordenar su mente, leyó:
-Querido amigo “Pacho”:
para seguir tus consejos,
debo yo partir muy lejos
donde mi vida “reordenar”,
pues debo volver a empezar
sin rencores ni complejos...
-Tendré que matar al “Chaico”,
para que renazca luego
y deje de ser un lego
en asuntos de mujeres
y atienda esos menesteres
como si fuese un juego...
-Pienso enterrar mis penas
en el rincón de una esquina
o en alguna oscura cantina,
pero he de salir avante,
y si estoy de buen talante,
liquidaré a mis "muinas"...
-No quiero apenarte más
con mis “pasguatos” pesares
los que digo en mis cantares
cuando en ellos debería
transmitir fe y alegría,
ánimo y amor a mares...
-Porque he reconocido
que a ustedes les he fallado,
al haberles suplantado
el amable optimista
por el hostil pesimista,
negativo y abrumado...
-Vaya donde vaya, ahí
Morelos está conmigo;
tú, como el mejor amigo,
colega de profesión,
arpista sin comparación.
¡Eso, a todos les digo...!
-Cuando vengas a Guerrero,
donde quiera que tu vayas
si lo deseas me hallas
de trova en trova a la vez,
en “Hornitos”
y “Puerto Marquez”
o en otras hermosas playas...
-También allá
verás a “Chaicos”
en cualquier cantor moreno
que errante ande sereno,
con la guitarra en el pecho,
y un poema ya hecho
de alivio al dolor ajeno...
-Muchas veces me verás
en inspirados troveros,
en cada buen cancionero
que te dirá: ¡Ea paisano!,
¿Cuáles te canto mi hermano?
¡Seguro las de Guerrero...!
-Le dirás: ¡órale "brodi",
échate la “Sanmarqueña”,
aquella canción sureña
con tanto y tanto albur
o "Por los caminos del Sur"
del alma “acapulqueña”..!.
-Si amigo “Pacho”, te digo:
seré el eterno “trovista”;
por la música: corista;
bardo en la inspiración;
payador en improvisación
y de la bohemia: un artista...
-Aunque muera, no moriré,
porque en el trovador casual
vive la trova inmortal
y si él fallece, un día
su alma rebuscaría
un costeño “p'a” reencarnar...
-El hombre nace y muere.
Su espíritu no perece,
inmutable permanece
cuando siente libertad,
de poder ir a abordar
otro ser que lo merece...
-Yo, si la muerte me ordena:
-"¡eh ‘Chaicos’,
vente conmigo!"
le diré: -"¡luego te sigo,
primero voy a Morelos
a decirles que en los cielos,
allá tendrán un amigo...!”
-Me verás en la “Costa Chica”,
o bien en la “Costa Grande”,
allá donde el mar se expande,
del cual, Dios fue el creador,
donde cualquier trovador
canta sólo lo que Él mande...
-Que Dios te llene de gozos,
al darte su santo abrigo
y que la paz sea contigo,
te desea sinceramente,
quien te tiene presente:
Moreno “Chaicos”,
tu amigo.
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Grandiosa es la amistad
Que une a los humanos
y da a los pueblos lejanos
lazos de solidaridad,
de amor, de apoyo e identidad
para hacerlos hermanos.
Por eso estaban unidos
con un afecto sincero,
“Chaicos”, el de Guerrero
y “Pacho” el cuernavaquense,
de corazón morelense,
pomarrosa y guayabero.
1 comentario:
Hermosa lectura me gustaria saber si chaicos se refiere a la apellido o es solo un sobrenombre
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