domingo, 26 de octubre de 2008

UN BRUJO NAHUALLI


Por Jesús Pérez Uruñuela. El REgional del Sur. 2004
Envuelto en un sarape de lana, Santos bajó la cuesta del cerro de Ocotepec, conocida como Tepepan hasta llegar a la honda cañada, que le impidió el paso, porque en su interior aún corría agua, pese a que días antes habían caído las últimas lluvias de la temporada. Cruzó por donde el barranco era menos profundo; luego, atravesó la vía del ferrocarril y así continuó por la vereda que lo conduciría a su terreno, entonces sembrado de maíz.
En el oriente, a lo lejos, un ligero matiz de luminosidad aclaraba el negro firmamento y una tenue silueta de la serranía del Tepozteco comenzaba a marcarse. El amanecer estaba próximo.
Instantes después, llegó a la milpa, la cual tenía altas cañas rebozantes de “jilotudos elotes” que se mecían con la brisa. Se introdujo, y al andar, sus guaraches dejaban huella entre los surcos; el tupido follaje lo acariciaba al abrirse paso entre él y su pecho se henchía al inhalar el fresco aire matinal, aromatizado con la excitante fragancia de tierra mojada y del verde-yerba olor del maizal.
-¿Qué carajos... pasó aquí...? -Exclamó Santos sorprendido al ver frente a él un espacio de la milpa arrasada y ahí algunos cañutos quebrados y hojas regadas por doquier. Nada pudo aclarar.
Al siguiente día regresó a sus sembradíos y nuevamente encontró otra superficie con el mismo tipo de deterioro, repetido en los siguientes amaneceres.
-¿Quién me estará haciendo “malobra”...? se cuestionaba en cada frustrado intento por desentrañar el misterio; y llegó a creer que lo que sucedía era obra de... ¡un brujo-nahualli (*) quien transformado en un terrible monstruo devoraba su siembra...!
Comentó con los ancianos sabios del pueblo su dificultad y ellos le sugirieron que colocara junto a la milpa una navaja de pedernal adentro de una olla de barro con agua para que, cuando pasase por ahí el nahualli, al verse reflejado en el líquido huyera y ya no lo molestara. Así lo hizo sin ningún resultado. Inclusive, la vasija apareció vacía, -¡El “tal por cual” se bebió el agua...!
Y decidió velar la siguiente noche para esperar al “maloso”.
Como a eso de las dos de la mañana, llegó a él un fuerte resoplido (o bufido) y al aproximarse al lugar de donde provenía aquella violenta extracción de aire, creyó escuchar burlones risas que salían de un indefinible bulto que se alejaba y se perdía en la oscuridad.
Santos corría tras la escurridiza sombra, cuando vio a su primo Daniel, quien afuera del maizal giraba el rostro en una y otra dirección con actitud indagadora.
-Buenas, pariente... -saludó Daniel a Santos al percatarse de su presencia y también le comentó: -Ando buscando mi macho... ¿no lo has “devisado” por estos rumbos...? Esa bestia es harto mañosa, todas las noches se suelta de la reata con que lo amarro y se me pierde...
¡Así que es tu animal el que se mete en mi sembradío y “se atasca” de mi “maiz”...? Exclamó el agraviado con ira.
Daniel comprobó con asombro los destrozos que había hecho su acémila en la milpa de Santos y prometió a su “consanguíneo” resarcirlo luego de los daños ocasionados por ella.
Semanas después, al jacal de Santos Rangel llegó su pariente con un “macho” cargado con altos y pesados manojos de zacate (hojas y cañutos de maíz) y mazorcas.
-Esto te repone lo que mi ladina bestia hizo en tu solar, dijo Daniel a Santos, al tiempo que bajaba del animal lo transportado.
Santos comentó: -¡Caramba... y yo que pensé que un brujo-nahualli se comía mi “maiz”... y resultó ser esta bruta y estúpida bestia...!
Antes de retirarse, Daniel volvió a presentar sentidas disculpas a Santos y una vez más recriminó con dureza al “mulo”, el cual aparentaba sumisión y arrepentimiento.
Finalmente, Daniel y su cuadrúpedo equino emprendieron el retiro. Habían avanzado unos cuantos metros cuando el “macho” detuvo sus pasos; volvió la cabeza hacia el jacal en donde permanecía Santos junto al zacate y las mazorcas y resopló con fuerza; luego, sin dejar de mostrar su blanca y enorme dentadura, lanzó una serie de rebuznos, los cuales el joven Rangel oyó -igual que en la milpa- como burlonas carcajadas.
(*) “La imaginación popular representaba (los nahualli) bajo figuras espantosas y extravagantes. Ya era un indio viejo transformado a fuerza de los años en terrible animal. Ya un anciano de ojos escoriados y sin pestañas, de rostro despellejado, de dientes blanquísimos, descubiertos siempre por sonrisa diabólica, con grandes uñas en los dedos de las manos y de los pies, y cubierta su piel con plumas que la gente vulgar afirmaba les nacían a modo de cabellos...” Diccionario de Mexicanismos de Francisco J. Santamaría.

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