Por Jesús Pérez Uruñuela. El REgional del Sur. 2004
Envuelto en un sarape de lana, Santos bajó la cuesta del cerro de Ocotepec, conocida como Tepepan hasta llegar a la honda cañada, que le impidió el paso, porque en su interior aún corría agua, pese a que días antes habían caído las últimas lluvias de la temporada. Cruzó por donde el barranco era menos profundo; luego, atravesó la vía del ferrocarril y así continuó por la vereda que lo conduciría a su terreno, entonces sembrado de maíz.
En el oriente, a lo lejos, un ligero matiz de luminosidad aclaraba el negro firmamento y una tenue silueta de la serranía del Tepozteco comenzaba a marcarse. El amanecer estaba próximo.
Instantes después, llegó a la milpa, la cual tenía altas cañas rebozantes de “jilotudos elotes” que se mecían con la brisa. Se introdujo, y al andar, sus guaraches dejaban huella entre los surcos; el tupido follaje lo acariciaba al abrirse paso entre él y su pecho se henchía al inhalar el fresco aire matinal, aromatizado con la excitante fragancia de tierra mojada y del verde-yerba olor del maizal.
-¿Qué carajos... pasó aquí...? -Exclamó Santos sorprendido al ver frente a él un espacio de la milpa arrasada y ahí algunos cañutos quebrados y hojas regadas por doquier. Nada pudo aclarar.
Al siguiente día regresó a sus sembradíos y nuevamente encontró otra superficie con el mismo tipo de deterioro, repetido en los siguientes amaneceres.
-¿Quién me estará haciendo “malobra”...? se cuestionaba en cada frustrado intento por desentrañar el misterio; y llegó a creer que lo que sucedía era obra de... ¡un brujo-nahualli (*) quien transformado en un terrible monstruo devoraba su siembra...!
Comentó con los ancianos sabios del pueblo su dificultad y ellos le sugirieron que colocara junto a la milpa una navaja de pedernal adentro de una olla de barro con agua para que, cuando pasase por ahí el nahualli, al verse reflejado en el líquido huyera y ya no lo molestara. Así lo hizo sin ningún resultado. Inclusive, la vasija apareció vacía, -¡El “tal por cual” se bebió el agua...!
Y decidió velar la siguiente noche para esperar al “maloso”.
Como a eso de las dos de la mañana, llegó a él un fuerte resoplido (o bufido) y al aproximarse al lugar de donde provenía aquella violenta extracción de aire, creyó escuchar burlones risas que salían de un indefinible bulto que se alejaba y se perdía en la oscuridad.
Santos corría tras la escurridiza sombra, cuando vio a su primo Daniel, quien afuera del maizal giraba el rostro en una y otra dirección con actitud indagadora.
-Buenas, pariente... -saludó Daniel a Santos al percatarse de su presencia y también le comentó: -Ando buscando mi macho... ¿no lo has “devisado” por estos rumbos...? Esa bestia es harto mañosa, todas las noches se suelta de la reata con que lo amarro y se me pierde...
¡Así que es tu animal el que se mete en mi sembradío y “se atasca” de mi “maiz”...? Exclamó el agraviado con ira.
Daniel comprobó con asombro los destrozos que había hecho su acémila en la milpa de Santos y prometió a su “consanguíneo” resarcirlo luego de los daños ocasionados por ella.
Semanas después, al jacal de Santos Rangel llegó su pariente con un “macho” cargado con altos y pesados manojos de zacate (hojas y cañutos de maíz) y mazorcas.
-Esto te repone lo que mi ladina bestia hizo en tu solar, dijo Daniel a Santos, al tiempo que bajaba del animal lo transportado.
Santos comentó: -¡Caramba... y yo que pensé que un brujo-nahualli se comía mi “maiz”... y resultó ser esta bruta y estúpida bestia...!
Antes de retirarse, Daniel volvió a presentar sentidas disculpas a Santos y una vez más recriminó con dureza al “mulo”, el cual aparentaba sumisión y arrepentimiento.
Finalmente, Daniel y su cuadrúpedo equino emprendieron el retiro. Habían avanzado unos cuantos metros cuando el “macho” detuvo sus pasos; volvió la cabeza hacia el jacal en donde permanecía Santos junto al zacate y las mazorcas y resopló con fuerza; luego, sin dejar de mostrar su blanca y enorme dentadura, lanzó una serie de rebuznos, los cuales el joven Rangel oyó -igual que en la milpa- como burlonas carcajadas.
(*) “La imaginación popular representaba (los nahualli) bajo figuras espantosas y extravagantes. Ya era un indio viejo transformado a fuerza de los años en terrible animal. Ya un anciano de ojos escoriados y sin pestañas, de rostro despellejado, de dientes blanquísimos, descubiertos siempre por sonrisa diabólica, con grandes uñas en los dedos de las manos y de los pies, y cubierta su piel con plumas que la gente vulgar afirmaba les nacían a modo de cabellos...” Diccionario de Mexicanismos de Francisco J. Santamaría.
Envuelto en un sarape de lana, Santos bajó la cuesta del cerro de Ocotepec, conocida como Tepepan hasta llegar a la honda cañada, que le impidió el paso, porque en su interior aún corría agua, pese a que días antes habían caído las últimas lluvias de la temporada. Cruzó por donde el barranco era menos profundo; luego, atravesó la vía del ferrocarril y así continuó por la vereda que lo conduciría a su terreno, entonces sembrado de maíz.
En el oriente, a lo lejos, un ligero matiz de luminosidad aclaraba el negro firmamento y una tenue silueta de la serranía del Tepozteco comenzaba a marcarse. El amanecer estaba próximo.
Instantes después, llegó a la milpa, la cual tenía altas cañas rebozantes de “jilotudos elotes” que se mecían con la brisa. Se introdujo, y al andar, sus guaraches dejaban huella entre los surcos; el tupido follaje lo acariciaba al abrirse paso entre él y su pecho se henchía al inhalar el fresco aire matinal, aromatizado con la excitante fragancia de tierra mojada y del verde-yerba olor del maizal.
-¿Qué carajos... pasó aquí...? -Exclamó Santos sorprendido al ver frente a él un espacio de la milpa arrasada y ahí algunos cañutos quebrados y hojas regadas por doquier. Nada pudo aclarar.
Al siguiente día regresó a sus sembradíos y nuevamente encontró otra superficie con el mismo tipo de deterioro, repetido en los siguientes amaneceres.
-¿Quién me estará haciendo “malobra”...? se cuestionaba en cada frustrado intento por desentrañar el misterio; y llegó a creer que lo que sucedía era obra de... ¡un brujo-nahualli (*) quien transformado en un terrible monstruo devoraba su siembra...!
Comentó con los ancianos sabios del pueblo su dificultad y ellos le sugirieron que colocara junto a la milpa una navaja de pedernal adentro de una olla de barro con agua para que, cuando pasase por ahí el nahualli, al verse reflejado en el líquido huyera y ya no lo molestara. Así lo hizo sin ningún resultado. Inclusive, la vasija apareció vacía, -¡El “tal por cual” se bebió el agua...!
Y decidió velar la siguiente noche para esperar al “maloso”.
Como a eso de las dos de la mañana, llegó a él un fuerte resoplido (o bufido) y al aproximarse al lugar de donde provenía aquella violenta extracción de aire, creyó escuchar burlones risas que salían de un indefinible bulto que se alejaba y se perdía en la oscuridad.
Santos corría tras la escurridiza sombra, cuando vio a su primo Daniel, quien afuera del maizal giraba el rostro en una y otra dirección con actitud indagadora.
-Buenas, pariente... -saludó Daniel a Santos al percatarse de su presencia y también le comentó: -Ando buscando mi macho... ¿no lo has “devisado” por estos rumbos...? Esa bestia es harto mañosa, todas las noches se suelta de la reata con que lo amarro y se me pierde...
¡Así que es tu animal el que se mete en mi sembradío y “se atasca” de mi “maiz”...? Exclamó el agraviado con ira.
Daniel comprobó con asombro los destrozos que había hecho su acémila en la milpa de Santos y prometió a su “consanguíneo” resarcirlo luego de los daños ocasionados por ella.
Semanas después, al jacal de Santos Rangel llegó su pariente con un “macho” cargado con altos y pesados manojos de zacate (hojas y cañutos de maíz) y mazorcas.
-Esto te repone lo que mi ladina bestia hizo en tu solar, dijo Daniel a Santos, al tiempo que bajaba del animal lo transportado.
Santos comentó: -¡Caramba... y yo que pensé que un brujo-nahualli se comía mi “maiz”... y resultó ser esta bruta y estúpida bestia...!
Antes de retirarse, Daniel volvió a presentar sentidas disculpas a Santos y una vez más recriminó con dureza al “mulo”, el cual aparentaba sumisión y arrepentimiento.
Finalmente, Daniel y su cuadrúpedo equino emprendieron el retiro. Habían avanzado unos cuantos metros cuando el “macho” detuvo sus pasos; volvió la cabeza hacia el jacal en donde permanecía Santos junto al zacate y las mazorcas y resopló con fuerza; luego, sin dejar de mostrar su blanca y enorme dentadura, lanzó una serie de rebuznos, los cuales el joven Rangel oyó -igual que en la milpa- como burlonas carcajadas.
(*) “La imaginación popular representaba (los nahualli) bajo figuras espantosas y extravagantes. Ya era un indio viejo transformado a fuerza de los años en terrible animal. Ya un anciano de ojos escoriados y sin pestañas, de rostro despellejado, de dientes blanquísimos, descubiertos siempre por sonrisa diabólica, con grandes uñas en los dedos de las manos y de los pies, y cubierta su piel con plumas que la gente vulgar afirmaba les nacían a modo de cabellos...” Diccionario de Mexicanismos de Francisco J. Santamaría.
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