¿Retorno de la dignidad? ¡Cuándo?
Por Jesús Pérez Uruñuela
En la alta montaña, en las cañadas y en la selva mexicana, era de noche cuando los negros nubarrones de la tempestuosa tormenta se desvanecieron y apareció un firmamento azul intenso cubierto de millares de refulgentes luceros. En ese instante, como atraídos por un silencioso llamamiento, los pobladores indígenas salieron de sus jacales. Al unísono, todos veían hacia arriba maravillados con tan esplendoroso espectáculo. De improviso, el cielo comenzó a moverse, a agitarse; luego, pareció que se precipitaba como un gran tapete hacia la tierra y a medida que eso sucedía, aquel enorme manto salpicado de estrellas se redujo y paulatinamente adquirió imágenes zoomorfas, hasta que finalmente tocó suelo convertido en un enorme jaguar.
Al desperezarse el musculoso felino, provocó a su alrededor una aura de intensos resplandores rojos, amarillos y anaranjados. La parte superior de su corto y aleonado pelaje estaba plagado de manchas de diversas formas y tamaños. A sus costados, las manchas eran anillos en cuyos centros había otras también de variadas figuras.
Frente a los atónitos nativos, estaba el dios jaguar ocelotl-bolom, el que visto de frente o de perfil simbolizaba la Tierra y su hocico las oscuras cavernas que conducían al tenebroso inframundo. En su maculada piel se observaba el infinito espacio y todos los cuerpos celestes del Universo: él representaba el origen, historia y conciencia de los tiempos inmemoriales.
El majestuoso gatuno caminó sigilosamente; sus garras dejaban profundas huellas en el lodo. La tierra tembló al escuchar su rugir: -Vengo a ustedes con el enfado de haber sido testigo del conformismo y negligencia con que han permitido que el sacro territorio que habitaron sus mayores les sea despojado por innobles seres, sin que de sus corazones haya brotado con furia la dignidad, ira y coraje que de mí, el dios ocelotl-Bolom, les fueron transmitidos al ser creados por las supremas deidades Hunab ku y Ometochtli-Omecíhuatl.
Luego agregó:
-¿Acaso no han descubierto que están ustedes hechos con el fuego y fortaleza que irradia mi sangre? ¿O han olvidado que su cuerpo puede moverse (si se lo propusiesen) con la impetuosidad con que el dios del viento puede desplazar las nubes para que exista lluvia o para que la sequía acabe con todas las formas de vida? Y ustedes "macehuales", culminate hechura de los dioses, ¿por qué permiten que los vean como si fuesen tímidos y lánguidos arroyuelos, cuando se les permitió estar en este planeta con la condición de avasalladores caudalosos ríos?
Finalmente el jaguar se hizo escuchar con manifiesta irritación:
¿Cuánto tiempo más deberán esperar para recuperar el señorío perdido de su raza? ¿Y hasta cuándo habrán ustedes de conformarse con comer xomillih (jumiles), ocuiltin (gusanos) y migajas, si el maíz que abunda en el cuezcomatl (trojes) del "blanco, del mestizo y del ladino", así como el grano que sirvió para hacer las tortillas que se cosen en sus comalli fue cultivado en las milpas que por derecho les corresponden por habérselos heredado sus antepasados? ¿Será que requieren de otros quinientos años?
Sin más, el augusto felino, después de sacudir con fuerza su cabeza, volvió a transformarse en siluetas amorfas hasta que convertido en un tapiz bordado de iluminadas manchas, se elevó para que el cielo otra vez adquiriera el brillante azulado abigarrado de luminosos astros.
Algunos de los indígenas serranos lloraban de vergüenza; los demás, con inocultable indignación (después de muchos siglos) se veían directamente a los ojos. Las opacas y medrosas miradas habían desaparecido. Percibieron que la ardiente sangre del ocelot-bolom quemaba sus venas y que el irrefrenable impulso del dios del viento sacudía sus aletargados espíritus y entonces, decidieron por sí mismos rescatar el honor y la grandeza de los habitantes de la alta montaña, de las cañadas y de la selva.
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