jueves, 30 de octubre de 2008

Un Padre Agustino Recoleto.

Relato basado en la entrevista realizada al padre Eugenio Garayoa, párroco de San Nicolás Tolentino de Ahuatepec, Morelos
por Jesús Pérez Uruñuela


Eran las 4.00 P:M, cuando llegué al templo católico de San Nicolás Tolentino, ubicado en la calle Morelos de Ahuatepec, municipio de Cuernavaca. Ahí, me reuniría con el padre Eugenio Garayoa, oriundo de la vitivinícola región Riojana de Logroño, España, quien a los veintitrés años llegó a México para residir inicialmente en un convento de Querétaro y después de casi un cuarto de siglo de haber estado con un grupo de sacerdotes Agustinos Recoletos en la tarahumara, fue designado párroco del poblado de Ahuatepec.
Afuera, sobre la avenida, en el muro de piedra tezcal almenado que cercaba el atrio parroquial, observé una lámina, la cual, aparte de tener escrita una breve semblanza del Santo Patrón del poblado, decía: Nicolás Tolentino (1245-1305), nativo de San Angelo, Italia. . .
Al cruzar el arcado portón de piedra y tabique, entré al atrio. Contemplé los arriates con plantas ornamentales, el verde pasto recién regado y los enormes y vetustos árboles podados de ramajes secos y percibí que la jardinería en su conjunto armonizaba con la austeridad y sobriedad de las construcciones de aquel espacio cerrado. Caminé por el andador de cemento que conducía al templo, cuya plana y sencilla fachada tenía como coronamiento una cruz. En la parte alta y al centro del frontispicio, estaba una ventana rectangular, la cual había sido colocada en ese sitio para permitir acceder la luz exterior al “mezzanine” (ubicación del coro) en el interior de la nave de la iglesia. Y debajo de esa ventana, un nicho daba albergue a una Virgen de Guadalupe tallada en cantera. Además, en el frontis había un sobrio portón (arco de medio punto) de entrada al templo, flanqueado por dos simuladas columnas que aparentaban sostener un sencillo friso y un relieve, en el cual estaba escrito la leyenda: “Esta es Casa de Oración”.
Tenía dos torres aquel templo. A la izquierda (vista de frente) se erguía la del campanario con un pequeño tragaluz en la parte intermedia. Arriba de ella, una bóveda vaída con cuatro espacios abiertos daba cabida a las bocinas que difundían los sonoros mensajes parroquiales dirigidos a los feligreses de la localidad. También en su cúspide, una bola de concreto servía de base a otra cruz, la que superaba en altura a la colocada en la cima de la fachada. En el extremo derecho del templo, se alzaba la segunda torre; construida en una sola pieza que terminaba en una bóveda cerrada con una esfera de cemento sobre ella.
En el amplio patio, aún cuando los rayos del Sol habían dejado de caer directamente, el calor persistía a pesar que la suave brisa vespertina valsaba los frondosos laureles de la india y los “ficos.
Media hora después de mi llegada, vi entrar por el corredor del atrio al padre Eugenio Garayoa. Caminaba con un casi imperceptible cojear, recuerdo de una antigua afectación. Era él una persona de robustez y recia presencia. Con amable saludo se dirigió a mí y después de comentar algunos tópicos del clima, nos sentamos en una alargada banca de cemento.
Lo primera pregunta que hice fue: -¿Quiénes son los Agustinos Recoletos?
Como respuesta el padre Garayoa, con gran claridad expuso:
-La orden de los Agustinos Recoletos (o Agustinianos descalzos) está integrada por religiosos que llevan una modesta vida en retiro, en recogimiento y atención de Dios y con abstracción de las cosas que distraigan ese objetivo. Surgió a mediados del siglo XVI en Portugal y en España y su aparición funcional propiamente dicha, se debió a la gestoría de un agustino apellidado Aguilar, quien logró la intervención del católico monarca Felipe II para que se aceptara la reforma papal que autorizó en 1589 el establecimiento en “Talavera de la Reina” (Toledo) el primer convento Recoleto con 44 de los más ilustres sacerdotes, algunos maestros en teología. Ese acontecimiento tuvo tal relevancia, que hasta se requirió de los servicios literarios de Fray Luis de León para redactar las primeras Constituciones Recoletas. De entonces a la fecha “La Orden” está presente en todo el mundo.
Nuevamente cuestioné al párroco, quien permanecía sereno y paciente a mi interrogatorio:
-¿Por qué fue seleccionada su orden religiosa para ir a Chihuahua en aquellos tiempos de tanta convulsión social y política?
-Pienso –me dijo- que fuimos escogidos porque los Agustinos Recoletos, somos –como ustedes los mexicanos dicen “gente bragada que no se arredra ante nadie”. Además, hemos demostrado celo apostólico en las embajadas pastorales realizadas en diversos lugares de la República y seguramente nuestros superiores pensaron que éramos las personas idóneas para reforzar la misión religiosa en donde había escasez de clero y malas vías de comunicación, así como una población indígena con alta propensión a la sublevación por el hambre y explotación a que era sometida.
-¿Ustedes conocían las condiciones sociales y geográficas adversas a que se enfrentarían? –Pregunté
El clérigo tomó un espacio de tiempo para atender mi pregunta. Tal vez por su mente pasaron atropellados recuerdos que le propiciaron un silencio involuntario. Luego respondió:
-Han transcurrido treinta y cinco años, de cuando partimos del seminario de San Pío X de Querétaro hacia una aventura desconocida. Y digo desconocida, porque lo único que se nos había dicho era que nos dirigiríamos a Ciudad Juárez encabezados por el Padre Vicario Justo Goizueta en una misión evangelizadora y para el establecimiento y difusión de los santos sacramentos en aquellas regiones norteñas de México y se nos mencionó someramente que conviviríamos con los indígenas rarámuri de Chihuahua. Semanas después intuimos que la guerrilla de Madera de 1965 estaba muy relacionada con nuestra presencia allá. Según algunas opiniones que llegaron a nuestros oídos, ese fue el motivo “oculto” por el que pensaron poner en Ciudad Madera la sede de una diócesis y entregarla a sacerdotes extranjeros, dada la fuerza apaciguadora de la Iglesia.
-¿Cuáles fueron los resultados obtenidos por ustedes los Recoletos?
-Para 1973, -explicó el cura-“nuestra Orden” había cumplido con parte de lo que la Iglesia nos había encomendado. Las parroquias establecidas con anterioridad, más las de nueva creación, entonces, estaban dirigidas por los veintitrés Recoletos que llegamos a ser. Nuestra presencia se hacía sentir en Madera, Temosachic, Guerrero, Yécora, La Junta, Mesa del Huracán, Nicolás Bravo, Gómez Farías, Namiquilpa, El Terrero, Santa Ana y Bachiniva. Y los resultados obtenidos en nuestra misión evangelizadora y sacramental, fueron evidentes, pues logramos transformar la indiferencia de los indígenas y de los mestizos ante los asuntos religiosos en una real participación en los Congresos Eucarísticos, en el Año Mariano, en las Vigilias de Espigas de la Adoración Nocturna, en las peregrinaciones y en otras actividades religiosas. Respecto a esos trabajos, el Obispo de la Prefectura de Madera como sincero reconocimiento, llegó a comentarnos: “Ha sido una labor insustituible. Prácticamente a partir de 1966 en que se hicieron cargo los Agustinos Recoletos de las parroquias de Santa Ana y de Nicolás Bravo, se inició la evangelización de una manera más ordenada. . .” Obviamente esas palabras de felicitación abarcaban a todos los que pasamos por aquellas tierras y dejamos en ellas lo mejor de nuestros anhelos misioneros.
Y con visible emoción el padre Eugenio Garagoya, mencionó a cada uno de sus compañeros sacerdotes de aquel tiempo:
Basilio Tajadura, Rigoberto Castellanos, Antonio Pérez, Antonio Castellanos, Agustín Tocino, Gabriel García, Carlos López, Alberto Abaigar, Ramón Belloso, Jesús Jiménez, Javier Goizueta, José Luis Garayoa, Ramón Jiménez, Carlos Briceño, Carlos de Felipe, Tomás Pérez, José Luis Jiménez y Mario Sanz. Asimismo, refiero en forma especial a Monseñor Justo Goizueta.
Don Eugenio me había relatado con sumo orgullo su exitosa misión religiosa realizada en la Sierra de Chihuahua. Sin embargo, aquella tarde me surgieron varias dudas, las cuales, no sin temor que fuesen hirientes, las expuse sin ambages: -En esos veinticuatro años que estuvo usted Padre en la Tarahumara, ¿qué afectaciones tuvo su sentir, no como religioso, sino como ser humana? ¿Qué sucedió con el coraje e indignación que en forma natural debe manifestarse en una persona de su sensibilidad, el ver durante un cuarto de siglo a hombres, mujeres y niños tarahumaras permanecer en condiciones infrahumanas de vida inalterables? ¿Acaso se acostumbró y vio normal la constante explotación, engaño y denigración de aquellos seres humanos, peyorativamente llamados “indios”?
En esa ocasión el muy interrogado Presbítero no vaciló en responder, parecía que desde el principio de nuestra entrevista esperaba tales cuestionamientos. Con firmeza y claridad así lo hizo:
-La vida eclesiástica de una persona “ordenada clericalmente” como yo, no tiene como único fin el celebrar el sacrificio de la misa; el compromiso personal adquirido con Dios y con uno mismo, va más allá que eso: evangelización y difusión sacramental son otras dos funciones implícitas a nuestra naturaleza mística, aunque también debemos participar en la solución de la problemática social de nuestra Iglesia; pero, con una sola limitante: no intervenir en asuntos políticos. O sea, es difícil saber cuándo una situación comunitaria deja de ser religiosa y social para ser considerada política, porque esas tres materias se entrelazan estrechamente, de la misma manera que la naturaleza humana y la esencia existencial del sacerdote constituyen un todo indisoluble. Sin embargo, el haber sido “ordenado y ungido por Dios Nuestro Señor” no nos restringe o prohíbe la rebeldía, aún cuando en múltiples ocasiones debamos reprimir el coraje y la indignación ante el irracional racismo, ante la injustificada y absurda mortandad infantil por desnutrición o por el inclemente clima y ante la degradación por el alcoholismo de un pueblo noble, enemigo de la violencia, como lo es el tarahumara. Asimismo, me irritó sobremanera la descarada forma en que se efectuaba el “ecocidio” de los recursos forestales con la complacencia de los representantes comunales y ejidales, previamente corrompidos y sobornados por la empresa trasnacional International Paper Company y por los dueños de aserraderos y taladores que sin miramientos realizaban “la rapazón de los bosques” y con descaro transportaban en incesantes caravanas de traileres, miles y miles de troncos de pinus pondarosae, los más cotizados por la industria celulosa.
--¿Y las autoridades forestales. . . y los gobierno en general? –interrumpí.
-Ambos permiten –contestó con enojo el Párroco- ese saqueo, bien por colusión, bien por presiones de los fuertes intereses económicos y políticos de los grupos allá “avecindados”, o bien por debilidad, incapacidad y apatía institucional.
Y luego agregó:
Como respuesta a ese entorno de injusticia, el 23 de septiembre de 1965 hubo en Madera acciones guerrilleras que enarbolaban serias y profundas demandas sociales del indígena. Aunque el gobierno federal trató de minimizarlas, fue el primer brote insurgente organizado de los tiempos modernos en la República mexicana realizado por un grupo de jóvenes civiles que pretendieron apoderarse del cuartel del ejército. Entonces fracasaron, pero ese movimiento sedicioso continuó y siguió vigente hasta el 17 de septiembre de 1973, cuando en una zona citadina de Monterrey, Nuevo León, en un intento de secuestro resultó muerto Eugenio Garza Sada, influyente y poderosa persona en el mundo de los negocios. Ahí terminó la denominada: “Liga 23 de septiembre”. No obstante, esas inquietudes revolucionarias luego reaparecieron más intensas en Chiapas con el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)
¿Y usted señor Cura, simpatizó y simpatiza con esos movimientos rebeldes? –interpelé con fingida inocencia a un Padre que ya estaba presionado por la cercanía de varios “fiscales” de su iglesia, quienes lo requerían para que los acompañase a la sacristía a atender asuntos parroquiales. Don Eugenio, se puso de pie y murmuró:
-Entiendo la intención de tu pregunta. Te mencionaré algunos detalles que seguramente darán luz a tu curiosidad: Estaba tan inconforme con la eterna e irresoluta situación del tarahumara, que llegué a comentar a los otros sacerdotes con quienes convivía, que el único camino recomendable para lograr el cambio resolutivo de la conflictiva existencia de los habitantes de aquella zona montañosa de Chihuahua, era el levantamiento armado. . . y mis amigos misioneros, en un principio estuvieron de acuerdo con mi planteamiento. Un día, molesto por el eterno sacrificio de aquellos abnegados indígenas, dije: -“Tengo lista la gente ( y así era) para iniciar el alzamiento de esta región; luego se nos unirán otros pueblos indígenas afectados. . .” Una vez que expuse el plan de insurrección, unos presentaron excusas y razones para no apoyarlo; otros, se retiraron sin pronunciar palabra y de esa manera me sentí atrapado en una soledad copada de buenas intenciones de reivindicación social. . . ¿y te confieso una cosa...? ¡Me dio miedo!
Sin agregar otro comentario, el Párroco se dirigió a donde estaba aquel grupo de personas que lo esperaban con ansiedad y se introdujo con ellos en la Sacristía.
Volví a quedarme solo en el atrio, pero entonces alterado por una serie de ideas que revoloteaban en mi cabeza. El sol estaba a punto de ocultarse y el clima se había transformado más agradable. Tenía urgencia de regresar a mi casa para sentarme a vaciarlas en el papel; pero por otro lado sentí la necesidad de tranquilizarme y decidí que en el interior del templo reordenaría mis atropellados pensamientos.
Inmediatamente, después de cruzar la puerta de la Iglesia, pasé frente al confesionario y a la pileta con agua bendita. En aquella nave predominaba el color blanco. Seguí por el pasillo central que había entre las bancas de madera, mientras a mis costados miraba los nichos pintados de azul, en los cuales estaban las representaciones de San Antonio de Padua con el niño Dios en los brazos, del Cristo Resucitado en el momento de su elevación, del Señor San José y una imagen Guadalupana. Al levantar la vista, contemplé los níveos abovedados techos, en los cuales se distinguían azuladas figuras de follajes y flores, que sugerían una incipiente decoración plateresca.
Llegué al fondo de la nave y tuve frente a mí la zona del altar sacramental; me impresionó sobremanera el baldaquín, que en su interior cubría a un Cristo crucificado.
Al admirar aquella obra de mampostería, recordé que en la antigüedad las grandes personalidades eran protegidas del sol con doseles elaborados con urdimbre de hilos de seda y oro; asimismo vino a mi memoria que en los “pasos sevillanos” de la Semana Mayor, diversas imágenes divinas son transportadas en parihuelas que llevan pabellones similares. Y qué decir del impresionante baldaquín de bronce sostenido por cuatro columnas entorchadas, que junto con la majestuoso cúpula de “Cátedra de San Pedro”, constituyen dos de las grandiosas obras escultóricas de Juan Lorenzo Bernini que engalanan el Vaticano.
Deduje que el arquitecto responsable de la construcción de la parroquia de Ahuatepec, quiso colocar en el altar a Jesús en la cruz, con la distinción y tratamiento que le correspondía a su altísima dignidad y realeza divina como hijo de Dios que es.
El modesto y a la vez excelso baldaquín de Ahuatepec, (semejante a otro de estilo románico del siglo XII localizado en la capilla del monasterio de San Juan de Duero, en Soria, España) tiene cuatro triples columnas estriadas y anilladas, con bases independientes y acopladas en su parte superior por capiteles compuestos, adornados con volutas y hojas de acanto, a la manera corintia. Las doce columnas, (que sugieren los doce apóstoles) sostienen una bóveda celeste, sobre la cual, entre blancas nubes, varios ángeles se asoman, en tanto que otro seráfico niño, de pie, ufano sostiene una cruz.
Finalmente, me senté en la primera banca, frente al baldaquín y al Cristo crucificado y al contemplarlos un estado de laxitud corporal me sobrevino y la inquietud poco a poco se desvaneció. Pensé en la zona rarámuri, así como en otras regiones indígenas de México, donde persiste la misma ancestral situación de injusticia social y económica y me surgieron varias reflexiones: -¿Por qué un importante sector de la “pensante sociedad civil” permanece ciega, sorda y muda ante los manipuleos políticos de nuestro país, para aparentar estar inmersos en la búsqueda de soluciones a la marginación de aquellos grupos étnicos? ¿A qué se debe el exacerbado desprecio que algunas personas sienten por nuestras raíces. . .?
Ahuaepec, Morelos. Primavera del 2001.

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