Por Jesús Pérez Uruñuela. El Regional del Sur. 2004
El domingo, era el onomástico de Don Empédocles y para ese día, Doña Cándida (su esposa) como todos los años, desde días antes, procedió a la elaboración del suficiente mole para el siempre concurrido festejo del “jefe de la casa”.
En la tarde de “la víspera”, estaban colgados de una rama del “guayabo” dos guajolotes desplumados y preparados para la comida del siguiente día. Asimismo había harta leña.
Durante la mañana del sábado, la amorosa y complaciente esposa como experta “chimolera”, molió en el “metatl” (metate) los chiles pasilla, ancho y mulato hasta dejarlos compactados en una oscura compacta masa. Posteriormente -también hincada en el suelo- procedió a la molienda de ajonjolí, pepitas de calabaza, almendras (a su esposo le fascinaba el mole con esa semilla), plátanos machos “sococidos”, y a la argamasa resultante, le agregó canela y chocolate.
En tanto doña Cándida con fuerza y destreza empujaba y jalaba el “metlapilli” (mano del metate), unas vecinas “picaban” la cebolla, el jitomate y el ajo y trituraban pimienta, clavo y otras especias en el “molcaxitli” (molcajete).
Don Empédocles llegó al jacal, acompañado de dos amigos, cargaba una enorme cazuela de barro, la cual colocó sobre las tres piedras del “tlecuilli” (fogón), y comunicó a doña Cándida:
-Aquí te manda tu comadre Adela la cazuela que le pediste prestada...
Dicho lo anterior, “Empe”, como también era conocido, salió con sus “cuates” al patio y se sentaron bajo el “guayabo” a beber de una de las dos botellas de aguardiente que tenían, para continuar con las celebraciones previas al cumpleaños.
Una vez que la manteca de puerco que una de las ayudantes había echado a la cazuela, empezó a vaporizar, Cándida la “chimolera” vació en ella los chiles y demás ingredientes molidos y empezó a moverlos con una grande cuchara de palo.
Pasado un tiempo, a pesar del intenso y constante fuego del fogón, aquel brebaje... ¡no hervía!
Estaban la “chimolera” y sus auxiliares en esa incomprensible situación, cuando llegó la comadre Adela y sin formalidades indicó:
-Pensé que tendrían problemas con esta cazuela, por eso aquí estoy...
-¿Qué sucede...? -preguntó con el rostro sudado doña Cándida.
-Se me olvidó advertirle a mi compadre “Empe” que le presté una “cazuela borracha” y ahorita, verán hervir el mole “bien sabrosito”
Adela, salió al patio. Sin explicación alguna y ante el asombro de Empédocles, se apoderó de la segunda botella de aguardiente y presurosa regresó al jacal y vació una buena cantidad de licor en la cazuela; además ordenó:
-A ver comadrita, échese un trago de aguardiente... ¡Así, así, tómele con ganas...! ¡Vamos a cantar y a bailar...!
Y empezó la comadre a entonar alegres melodías, al tiempo que daba acompasados pasos alrededor del fogón, acompañada de Cándida, quien brincaba en forma grotesca.
Las vecinas auxiliares, Don “Empe” y sus amigos las miraban sorprendidos
Durante un tiempo, los “tragos de aguardiente”, cánticos y “bailables” continuaron. De improviso... ¡el contenido de la cazuela comenzó a hervir!
-De ahora en adelante –sugirió Adela a Cándida- platíquele a la cazuela, dígale cosas bonitas, para que le salga “bien rico” el mole...
-A ver linda cazuelita, te voy a cantar un canción para que te alegres; o ¿quieres que te cuente un chiste...? –hablaba doña Cándida, mientras mezclaba los ingredientes del mole con la cuchara de madera y daba otros “tragos” a la botella.
-¡Chin...! –exclamó Don Empédocles- ¡Lo único que faltaba en mi casa: una chimolera y una cazuela que se beben mi aguardiente!
COMENTARIOS:
Algunas mujeres dicen que existen cazuelas con alma, a las cuales les agrada la música, la alegría y emborracharse con alcohol para cocer el mole. Sin embargo, otras personas “descreídas”, aseguran que ese tipo de cazuelas, por ser de grueso barro o por haber sido “mal cocidas en su elaboración” no se calientan fácilmente con el calor del “tlecuilli” (fogón), y el alcohol (con acción catalizadora) resuelve tal problema.
El domingo, era el onomástico de Don Empédocles y para ese día, Doña Cándida (su esposa) como todos los años, desde días antes, procedió a la elaboración del suficiente mole para el siempre concurrido festejo del “jefe de la casa”.
En la tarde de “la víspera”, estaban colgados de una rama del “guayabo” dos guajolotes desplumados y preparados para la comida del siguiente día. Asimismo había harta leña.
Durante la mañana del sábado, la amorosa y complaciente esposa como experta “chimolera”, molió en el “metatl” (metate) los chiles pasilla, ancho y mulato hasta dejarlos compactados en una oscura compacta masa. Posteriormente -también hincada en el suelo- procedió a la molienda de ajonjolí, pepitas de calabaza, almendras (a su esposo le fascinaba el mole con esa semilla), plátanos machos “sococidos”, y a la argamasa resultante, le agregó canela y chocolate.
En tanto doña Cándida con fuerza y destreza empujaba y jalaba el “metlapilli” (mano del metate), unas vecinas “picaban” la cebolla, el jitomate y el ajo y trituraban pimienta, clavo y otras especias en el “molcaxitli” (molcajete).
Don Empédocles llegó al jacal, acompañado de dos amigos, cargaba una enorme cazuela de barro, la cual colocó sobre las tres piedras del “tlecuilli” (fogón), y comunicó a doña Cándida:
-Aquí te manda tu comadre Adela la cazuela que le pediste prestada...
Dicho lo anterior, “Empe”, como también era conocido, salió con sus “cuates” al patio y se sentaron bajo el “guayabo” a beber de una de las dos botellas de aguardiente que tenían, para continuar con las celebraciones previas al cumpleaños.
Una vez que la manteca de puerco que una de las ayudantes había echado a la cazuela, empezó a vaporizar, Cándida la “chimolera” vació en ella los chiles y demás ingredientes molidos y empezó a moverlos con una grande cuchara de palo.
Pasado un tiempo, a pesar del intenso y constante fuego del fogón, aquel brebaje... ¡no hervía!
Estaban la “chimolera” y sus auxiliares en esa incomprensible situación, cuando llegó la comadre Adela y sin formalidades indicó:
-Pensé que tendrían problemas con esta cazuela, por eso aquí estoy...
-¿Qué sucede...? -preguntó con el rostro sudado doña Cándida.
-Se me olvidó advertirle a mi compadre “Empe” que le presté una “cazuela borracha” y ahorita, verán hervir el mole “bien sabrosito”
Adela, salió al patio. Sin explicación alguna y ante el asombro de Empédocles, se apoderó de la segunda botella de aguardiente y presurosa regresó al jacal y vació una buena cantidad de licor en la cazuela; además ordenó:
-A ver comadrita, échese un trago de aguardiente... ¡Así, así, tómele con ganas...! ¡Vamos a cantar y a bailar...!
Y empezó la comadre a entonar alegres melodías, al tiempo que daba acompasados pasos alrededor del fogón, acompañada de Cándida, quien brincaba en forma grotesca.
Las vecinas auxiliares, Don “Empe” y sus amigos las miraban sorprendidos
Durante un tiempo, los “tragos de aguardiente”, cánticos y “bailables” continuaron. De improviso... ¡el contenido de la cazuela comenzó a hervir!
-De ahora en adelante –sugirió Adela a Cándida- platíquele a la cazuela, dígale cosas bonitas, para que le salga “bien rico” el mole...
-A ver linda cazuelita, te voy a cantar un canción para que te alegres; o ¿quieres que te cuente un chiste...? –hablaba doña Cándida, mientras mezclaba los ingredientes del mole con la cuchara de madera y daba otros “tragos” a la botella.
-¡Chin...! –exclamó Don Empédocles- ¡Lo único que faltaba en mi casa: una chimolera y una cazuela que se beben mi aguardiente!
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Algunas mujeres dicen que existen cazuelas con alma, a las cuales les agrada la música, la alegría y emborracharse con alcohol para cocer el mole. Sin embargo, otras personas “descreídas”, aseguran que ese tipo de cazuelas, por ser de grueso barro o por haber sido “mal cocidas en su elaboración” no se calientan fácilmente con el calor del “tlecuilli” (fogón), y el alcohol (con acción catalizadora) resuelve tal problema.
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