Por Jesús Pérez Uruñuela
Regional del Sur. 2005
El sexo femenino, como herencia prehispánica tuvo en Ocotepec una posición de inferioridad respecto al hombre. Su obligación de madre era transmitir a sus hijas el cumplir con las obligaciones matrimoniales propias de “una buena esposa”. Además, les inculcaba los preceptos religiosos y morales que había recibido ella de su madre, y obviamente, las capacitaba para cocinar, coser, remendar, barrer y demás actividades hogareñas y agrícolas.
Relación de actividades propias de la MUJER:
Cocinar, “echar tortillas” para la familia, cuidar del aseo de la casa, y transportar agua desde la “pileta” de la Ayudantía Municipal a su hogar en cántaros de barro de tres orejas con capacidad para 8 a 10 litros. El cántaro era sostenido en la espalda con un mecate que pasaba por las tres orejas del jarro y que presionaba el pecho. Además de su continuos embarazos y partos (algunos malogrados), amamantaba y cuidaba a sus hijos (hasta trece en número) y atendía los animales domésticos (gallinas, guajolotes, perros...) y las plantas del jardín. Cuando era temporada de siembra y cosecha, llevaba alimento al campo para su esposo y los peones.
Y por si fuera poca la carga de trabajo (excepto en temporada de siembra y “pixca”) hacía tortillas para venderlas en Cuernavaca: antes de las tres de la mañana, la familia despertaba y estaba lista para iniciar el diario ajetreo. Los hombres de la casa llevaban el nixtamal al molino, y a las cinco, estaba listo el comal sobre el horno para cocer las tortillas. A las once horas, la mujer caminaba seis kilómetros para llegar a la ciudad a hacer “sus entregos” u ofrecerlas en el “Mercado del Reloj”. Como a eso de las cuatro de la tarde, muy cansada la mujer regresaba a Ocotepec (algunas veces) en el camión que iba a Chamilpa, y entonces daba de comer a la familia, atendía los animales domésticos... y “nixtamalizaba” el maíz para el próximo día.
Al acostarse, cumplía con sus obligaciones maritales.
Pese a lo arduo de su trabajo, la mujer ocotepeña, se distinguía por su femenina e impecable presencia: chincuete (falda muy amplia enredada en el cuerpo) y blusa repujada o huipil con fajas, así como delantal. Brillante pelo, arreglado en un par de gruesas trenzas entretejidas con listones de alegres colores. Arracadas, collares y anillos de metal le adornaban las orejas, el cuello y las manos.
Con garbo la mujer caminaba descalza con la cabeza descubierta o tapada con un rebozo de hilo de algodón color gris. Cuando acudía al campo, usaba sombrero de palma de ala ancha y copa cónica. Si llovía, para proteger su carga de tortillas, abría un paraguas. En días de fiesta, usaba guaraches.
La “supermujer” de Ocotepec, siempre, dejaba a su paso el fresco olor a rosas, jazmín o limón, por el uso del aceite rosado de ajonjolí, pintado con clorofila que aplicaba a su negra cabellera.
¿Y qué se cuenta de los “SEÑORONES” de aquel tiempo?
El Señor, en el “cerro de los ocotes”, tenía la tiránica e ilimitada autoridad sobre su esposa e hijos. Cuando él hablaba, ella, con sumisa actitud, inclinaba la cabeza. Al verlo llegar, los críos le besaban la mano en señal de respeto y veneración.
En la temporada de trabajo, los varones adultos de Ocotepec usaban sombrero de palma con ala ancha doble o sencilla, blanqueado con goma y óxido de zinc para soportar el sol y la lluvia. En las fiestas, y ocasiones especiales, portaban sombrero de fieltro o de palma charra con adornos de cuero. Esas piezas de vestir eran adquiridas en la tienda del señor Mitre, ubicada en el centro de la ciudad de Cuernavaca.
Si el hombre era una persona mayor, su ropa consistía en camisa y calzón de manta. Ambas piezas se ajustaban a la cintura con un “ceñidor” de algodón de color rojo o morado. Calzaba guaraches de vaqueta “tres correas”, suelas de hule de llantas de desecho de los automóviles. Cuando debía andar “de parada”, traía guaraches con suelas de cuero.
“Por ai” de los años cuarenta, los jóvenes empezaron a renegar del ropaje masculino tradicional y (aunque seguían con los guaraches) adoptaron la “costumbre citadina” de sustituir el sombrero por la gorra “besibolera” y los pantalones de manta por los de mezclilla ,así como adquirir camisas de algodón con diseños vistosos. Los niños, continuaron con el uso de sombreros de ala corta, de la ropa de manta y el caminar descalzos.
El “señorón” de la familia, fungía como patrón de una empresa familiar agropecuaria, en la cual, tanto la esposa como los hijos e hijas le auxiliaban en las faenas del campo: pastoreo, escardas, cosecha, “pixca”, desgrane del maíz...
Durante tres meses del año, el jefe familiar estaba plenamente dedicado a la agricultura. Después, ocupaba su tiempo en el corte de leña y en la elaboración de carbón, productos que transportaba en bestias de carga para ser ofrecidos en el mercado o bien entregados sobre pedidos previos.
Tenía otras actividades: construir y dar mantenimiento a la casa habitación, así como el tecorral de piedra que rodeaba el solar; acarrear agua en dos botes (alcoholeros) de lámina atados con un mecate a los extremos de un palo llamado “sostenedor” que era cargado por él sobre sus hombros. También proveía de leña al hogar.
En sus días de descanso, se emborrachaba.
FUENTE: “Ocotepec, un cerro de mexicanidad”. PACMYC-CONACULTA. Jesús Pérez Uruñuela
sábado, 8 de noviembre de 2008
¿POR QUÉ CRISTO FUE CRUCIFICADO?
Por Lic. Guillermo Zayas Guerrero
Regional del Sur. 2005
Todos los años, durante la Cuaresma y Semana Santa, muchos creyentes, que se ostentan como cristianos, católicos, evangélicos, protestantes, bautistas, y otros, desvían su rostro y dirigen su mirada hacia la imagen de CRISTO, observando en su piadosa figura el rictus de dolor que le embargaba al morir, y se preguntan: ¿Por qué fue crucificado…? ¿Por qué lo condenaron a muerte…?. Luego, varios de ellos se asoman ante la narración de los evangelios de Marcos, Mateo, Juan y Lucas, que son lo leídos con creciente interés por el sacerdote, el guía espiritual o el pastor, dependiendo de la religión que profesen. Observando que Jesús, murió condenado a una pena infame.
En este breve análisis, respetando la religión de todos, buscamos la respuesta a las interrogantes planteadas, pero desde el punto de vista jurídico.
No debemos olvidar que CRISTO murió en Jerusalén, cuando esa ciudad y otras, estaban habitadas por el pueblo judío, mismo que se encontraba bajo la dominación romana; consecuentemente, en aquella región se aplicaba el derecho hebreo, mismo que era oral y además basado en la Biblia (Deuteronomio, Capítulo 17 y también en las leyes del Imperio Romano)
En las condiciones que anteceden, Jesucristo fue juzgado tanto por las leyes moisenas, como por el Derecho Penal Romano.
Ahora bien, con base a en el Evangelio de Marcos, quien fue el primero en narrar LA PASIÓN DE JESÚS, éste, fue detenido por “una chusma armada con espadas y palos, comandada por los príncipes de los sacerdotes, los escribas y ancianos”. (Sagrada Biblia, Ediciones Paulinas, XXVI, edición, página 1038)
Posteriormente, Cristo es trasladado a la casa del Sumo Sacerdote, quien se reunió con los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos; luego es integrado el SANEDRIN (Tribunal Judío que instauró el proceso a Jesús, la mañana del viernes)
Se buscó inculpar a Jesús por el delito de SEDUCCIÓN (consistente en afirmar que existía otra divinidad aparte de Jehová) Sin embargo, el SANEDRIN no encontró testigos que declararan en su contra. Luego, siguiendo el evangelio de Marcos, se lee que el Sumo Sacerdote le preguntó al Nazareno: “¿Eres Tú el Cristo, el hijo de Dios? A lo que el interrogado respondió: Si, lo soy. Y ya veréis al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Poderoso viendo entre las nubes del cielo” (Marcos 14) Por la respuesta obtenida, el sacerdote (ante los presentes) sostuvo que Cristo había blasfemado y que era reo de muerte.
Ahora bien, conforme al derecho penal hebreo, la Blasfemia se castigaba con la pena de LAPIDACIÓN (se apedreaba a los delincuentes sentenciados por la comisión de ese punible) misma pena que se impuso a Jesús, según lo narra el TALMUD DE JERUSALÉN (Deuteronomio, Capítulo 17, versículo 7)
Posteriormente, según el Nuevo Testamento, se trasladó a Jesús ante Pilatos, personaje que tenía el carácter de Procurador y Administrador de Justicia ante el Pueblo Judío; ello, conforme al principio de IUS GLADIS: Derecho de Espada, delegado por el emperador Tiberio (TEODORO MOMSEM: Derecho Penal Romano, página 361) llevándose en consecuencia el proceso a Jesús, bajo el Derecho Romano.
El citado Procurador no vio culpa en Jesús, ordenando que lo azotaran, según lo narran los evangelistas, pero no debe olvidarse que ese castigo era una preparación para la pena de muerte. Luego, cientos de voces se alzaron en contra de Cristo exigiendo que lo crucificaran, gritando: “Que no tenían más rey que el Cesar y que Cristo se había ostentado como REY DE LOS JUDÍOS y por lo mismo, ello era una afrenta contra el Emperador, ubicándolo dentro del punible de “LESA MAJESTAD”.
Pilatos ordenó que le llevaran un recipiente de agua y se lavó las manos, indicando que no era culpable de la sangre del Justo, pero la sentencia había sido dada: la crucifixión.
CONCLUSIONES:
1) La condena se llevó a cabo por causas políticas, ya que Pilatos no deseaba que se le comunicara al César que perdonó a un reo que se había hecho pasar por “Rey de los Judíos”
2) Entre las irregularidades efectuadas en el proceso a Cristo, encontramos que no hubo testigos que declararan en su contra, respecto de la comisión del delito de Blasfemia, convirtiéndose el Sumo Sacerdote en Juez y parte.
3) Jesús nunca pronuncia el nombre del bendito (Jehová) para que fuera considerado reo de muerte, siendo ello un requisito esencial en la aplicación de la pena de lapidación.
4) En cuanto al proceso penal romano, se requería que Pilatos ratificara su sentencia con el visto bueno del emperador, condición indispensable cuando se sancionaba el delito de LESA MAJESTAD (Digesto 48, 4-3)
5) En la ejecución de la pena de muerte era necesaria la presencia de los lictores y del Segur.
6) Finalmente, Jesús es sentenciado, sin haber cometido delito alguno y no se le siguió el proceso conforme a las leyes hebrea y romana. Esto último, fue analizado por el Dr. Ignacio Burgoa Orihuela al efectuar un parangón del Juicio de Amparo y el proceso de Cristo.
BIBLIOGRAFÍA .
Arragaray Carlos A. “La Justicia en la Biblia y el Talmud”. Ed. Valerio Robledo, Cuernos Airs, Argentina. 1948
Momsem, Teodoro. Derecho Penal Romano. Biblioteca de Filosofía e Historia. Madrid, España. 1940.
Sagrada Biblia. Ediciones Paulina. Edición XXVI. México. 1986.
Zayas Guerrero Guillermo. El proceso a Cristo. Ed. Privada. 1975
ARTE POPULAR EN CUERNAVACA
Regional del Sur. 2005
Por Jesús Pérez Uruñuela
Contrario a la aseveración muy generalizada de que -en el caso específico- del Municipio de Cuernavaca no existe producción de arte popular (“artesanías”) se ha podido comprobar que si se cuenta con personas ocupadas en esa actividad, creadores de piezas de calidad, algunas de ellas presentes en exposiciones nacionales e internacionales y con demanda en los principales centros urbanos del país, e inclusive en el extranjero. Desafortunadamente pocos son los casos que pueden ser incluidos en esta situación de privilegio, porque la mayoría opera en condiciones adversas.
Se pudo comprobar que en el Municipio de Cuernavaca, los artistas populares trabajan en forma independiente (podría decirse dispersos) sin la protección de una organización y un sistema financiero que fortalezca su condición de empresa o de taller familiar. Por lo general, cada artista se atiene a su individual iniciativa y riesgos.
Del 6 al 14 de noviembre de 2004, después de realizar detallada pesquisa de los artistas municipales involucrados en las diversas manifestaciones del arte popular, en el área de exposiciones temporales del Museo Regional Cuauhnáhuac (Palacio de Cortés) coordiné la instalación de “La Muestra de Artesanías Cuernavaquenses”, como parte del Primer Festival Internacional Cultural Cuernavaca 2004, organizado y financiado por el H. Ayuntamiento de la Ciudad. En ella, se colocaron en exhibición 40 piezas elaboradas por los siguientes maestros:
Ignacio López Juárez.- Cerería. Velas escamadas de Ocotepec.
Sicar Trujillo Garduño.- Cartonería y papel maché
Álvaro Sosa Andrade.- Cartonería y papel maché.
Javier Bobadilla Villar.- Cartonería y papel maché.
Cerámica “Santa María”.- Cerámica policromática cocida a altas temperaturas.
Rosario Herrera Talamantes.- Barro cubierto de mosaico de vidrio.
José Hernández Reyna.- Arte Barroco. Imaginiería Retablística Religiosa.
Jorge Alfaro Orozco.- Tallado de miniaturas en madera.
Baldomero Pérez de la Rosa.- Tallado en piedra.
Cooperativa “Yoliztli”.- Piezas religiosas del antiguo EMAUS.
El viernes 18 de febrero del año en curso, nuevamente coordiné la exhibición de Arte Popular con obras de los mismos maestros -pero entonces- en el “Centro de Encuentros Culturales de Cuernavaca”, ubicado en la avenida Río Balsas Número 9, colonia Vista Hermosa, lugar también sede de la Dirección de cultura y Actividades Artísticas del Ayuntamiento, local con espacio abierto para la realización de diversas actividades culturales.
Se está consciente que la difusión por medio de una o dos exposiciones no es la solución a la problemática que obstaculiza el desarrollo de las artesanías; porque además se requieren plantear estrategias de producción y comercialización, para que la oferta sea acorde a la demanda en calidad, cantidad y precios.
Se considera al turismo como uno de los mercados naturales de las artesanías. Sin embargo, las optimistas ventas que a través del turismo se esperaban en los últimos cuatro años, no fueron halagüeñas, en virtud de que -en el período indicado- se observó que del total del gasto realizado por los turistas nacionales y extranjeros en nuestro país, únicamente se destinó a la adquisición de artesanías, entre el 4 y 5%. Proporción que bien podría aplicarse al caso de Morelos en general.
Ante la imposibilidad de –por el momento- ahondar en los antecedentes del pesimista panorama señalado, es factible señalar algunas de las sus causas hipotéticas: 1) Oferta artesanal con características distintas a los gustos de los demandantes; 2) Desconocimiento en el mercado de las piezas producidas por los artistas de Cuernavaca; 3) Precios-costos; 4) Marginal o nula difusión en los principales centros urbanos del país y en ciudades del extranjero; 5) Piratería, contrabando e importaciones de artesanía oriental; 6) Deficientes o nulos apoyos financieros e institucionales. Existen instancias públicas y privadas especializadas en la asesoría técnica y en el financiamiento (FONART, BANAMEX…) sin embargo, en muchos casos, cuando proporcionan su ayuda, ésta, resultan en la práctica parcial o insuficiente.; 7) Efecto de crisis económicas nacionales y externas…
Como consecuencia de lo anterior, se mencionan cuatro casos:
a) Tradicionalmente, San Antón y Sacatierra de Cuernavaca eran reconocidos como lugares productores de una prestigiada alfarería (ollas, macetas…); hoy, eso es historia, porque ese tipo de piezas de barro que allá se venden, en su mayoría no se producen localmente, sino son abastecidas de Tlayacapan y Cuautla.
b) La guarachería, que en el pasado caracterizó a La Carolina, ha desaparecido y ha dejado de ser una fuente de trabajo en aquel barrio.
c) La cerámica tradicional de la “Tres de Mayo”, está siendo sustituida por productos chinos que llenan los estantes de los centros comerciales, con consecuentes acciones demoledoras en las posibilidades de subsistencia de los talleres especializados de esa región del Estado de Morelos.
d) La prestigiada empresa “Cerámica Santa María”, se retiró del mercado.
Por la importancia social y cultural de la producción de piezas de arte popular, el desarrollo de esta actividad, debe basarse en la coordinación de programas y trabajos específicos entre las instancias turísticas y culturales de los gobiernos municipal, estatal y federal, a fin de que se logren metas más ambiciosas.
Por otro lado, en estos esfuerzos, no debe desdeñarse la participación de las universidades que cuenten con carreras especializadas en diseño artístico, las que podrán aportar un nuevo enfoque, una nueva visión de piezas con mayor aceptación y demanda en los mercados.
A manera de un brevísimo glosario de conclusiones, se considera necesario que se defina y ponga en práctica, una política de desarrollo de la producción del arte popular, por medio de la cual se logre condiciones favorables de comercialización, se promuevan formas de organización de los productores y se les de el acceso a sistemas blandos de financiamiento: medidas que, aparte de preservar el patrimonio cultural que cada una de las piezas elaboradas lleva implícito, redundarán en beneficio social y económico personal y familiar de los artistas del ramo.
Por Jesús Pérez Uruñuela
Contrario a la aseveración muy generalizada de que -en el caso específico- del Municipio de Cuernavaca no existe producción de arte popular (“artesanías”) se ha podido comprobar que si se cuenta con personas ocupadas en esa actividad, creadores de piezas de calidad, algunas de ellas presentes en exposiciones nacionales e internacionales y con demanda en los principales centros urbanos del país, e inclusive en el extranjero. Desafortunadamente pocos son los casos que pueden ser incluidos en esta situación de privilegio, porque la mayoría opera en condiciones adversas.
Se pudo comprobar que en el Municipio de Cuernavaca, los artistas populares trabajan en forma independiente (podría decirse dispersos) sin la protección de una organización y un sistema financiero que fortalezca su condición de empresa o de taller familiar. Por lo general, cada artista se atiene a su individual iniciativa y riesgos.
Del 6 al 14 de noviembre de 2004, después de realizar detallada pesquisa de los artistas municipales involucrados en las diversas manifestaciones del arte popular, en el área de exposiciones temporales del Museo Regional Cuauhnáhuac (Palacio de Cortés) coordiné la instalación de “La Muestra de Artesanías Cuernavaquenses”, como parte del Primer Festival Internacional Cultural Cuernavaca 2004, organizado y financiado por el H. Ayuntamiento de la Ciudad. En ella, se colocaron en exhibición 40 piezas elaboradas por los siguientes maestros:
Ignacio López Juárez.- Cerería. Velas escamadas de Ocotepec.
Sicar Trujillo Garduño.- Cartonería y papel maché
Álvaro Sosa Andrade.- Cartonería y papel maché.
Javier Bobadilla Villar.- Cartonería y papel maché.
Cerámica “Santa María”.- Cerámica policromática cocida a altas temperaturas.
Rosario Herrera Talamantes.- Barro cubierto de mosaico de vidrio.
José Hernández Reyna.- Arte Barroco. Imaginiería Retablística Religiosa.
Jorge Alfaro Orozco.- Tallado de miniaturas en madera.
Baldomero Pérez de la Rosa.- Tallado en piedra.
Cooperativa “Yoliztli”.- Piezas religiosas del antiguo EMAUS.
El viernes 18 de febrero del año en curso, nuevamente coordiné la exhibición de Arte Popular con obras de los mismos maestros -pero entonces- en el “Centro de Encuentros Culturales de Cuernavaca”, ubicado en la avenida Río Balsas Número 9, colonia Vista Hermosa, lugar también sede de la Dirección de cultura y Actividades Artísticas del Ayuntamiento, local con espacio abierto para la realización de diversas actividades culturales.
Se está consciente que la difusión por medio de una o dos exposiciones no es la solución a la problemática que obstaculiza el desarrollo de las artesanías; porque además se requieren plantear estrategias de producción y comercialización, para que la oferta sea acorde a la demanda en calidad, cantidad y precios.
Se considera al turismo como uno de los mercados naturales de las artesanías. Sin embargo, las optimistas ventas que a través del turismo se esperaban en los últimos cuatro años, no fueron halagüeñas, en virtud de que -en el período indicado- se observó que del total del gasto realizado por los turistas nacionales y extranjeros en nuestro país, únicamente se destinó a la adquisición de artesanías, entre el 4 y 5%. Proporción que bien podría aplicarse al caso de Morelos en general.
Ante la imposibilidad de –por el momento- ahondar en los antecedentes del pesimista panorama señalado, es factible señalar algunas de las sus causas hipotéticas: 1) Oferta artesanal con características distintas a los gustos de los demandantes; 2) Desconocimiento en el mercado de las piezas producidas por los artistas de Cuernavaca; 3) Precios-costos; 4) Marginal o nula difusión en los principales centros urbanos del país y en ciudades del extranjero; 5) Piratería, contrabando e importaciones de artesanía oriental; 6) Deficientes o nulos apoyos financieros e institucionales. Existen instancias públicas y privadas especializadas en la asesoría técnica y en el financiamiento (FONART, BANAMEX…) sin embargo, en muchos casos, cuando proporcionan su ayuda, ésta, resultan en la práctica parcial o insuficiente.; 7) Efecto de crisis económicas nacionales y externas…
Como consecuencia de lo anterior, se mencionan cuatro casos:
a) Tradicionalmente, San Antón y Sacatierra de Cuernavaca eran reconocidos como lugares productores de una prestigiada alfarería (ollas, macetas…); hoy, eso es historia, porque ese tipo de piezas de barro que allá se venden, en su mayoría no se producen localmente, sino son abastecidas de Tlayacapan y Cuautla.
b) La guarachería, que en el pasado caracterizó a La Carolina, ha desaparecido y ha dejado de ser una fuente de trabajo en aquel barrio.
c) La cerámica tradicional de la “Tres de Mayo”, está siendo sustituida por productos chinos que llenan los estantes de los centros comerciales, con consecuentes acciones demoledoras en las posibilidades de subsistencia de los talleres especializados de esa región del Estado de Morelos.
d) La prestigiada empresa “Cerámica Santa María”, se retiró del mercado.
Por la importancia social y cultural de la producción de piezas de arte popular, el desarrollo de esta actividad, debe basarse en la coordinación de programas y trabajos específicos entre las instancias turísticas y culturales de los gobiernos municipal, estatal y federal, a fin de que se logren metas más ambiciosas.
Por otro lado, en estos esfuerzos, no debe desdeñarse la participación de las universidades que cuenten con carreras especializadas en diseño artístico, las que podrán aportar un nuevo enfoque, una nueva visión de piezas con mayor aceptación y demanda en los mercados.
A manera de un brevísimo glosario de conclusiones, se considera necesario que se defina y ponga en práctica, una política de desarrollo de la producción del arte popular, por medio de la cual se logre condiciones favorables de comercialización, se promuevan formas de organización de los productores y se les de el acceso a sistemas blandos de financiamiento: medidas que, aparte de preservar el patrimonio cultural que cada una de las piezas elaboradas lleva implícito, redundarán en beneficio social y económico personal y familiar de los artistas del ramo.
ARTE POPULAR MEXICANO
Amalgama de forma, color y música
El Regional del Sur. 2005
Por Jesús Pérez Uruñuela
Por Jesús Pérez Uruñuela
Por mucho tiempo el Arte Popular Mexicano estuvo relegado por criterios que lo consideraban primitivo y de origen grosero, dado su génesis indígena. En los años 30 del siglo XX, el muralismo mexicano provocó en el país el resurgimiento de una conciencia nacionalista, así como la necesidad de profundizar en nuestras raíces históricas en busca de una identidad que se pensaba perdida en los efímeros destellos de un aburguesado siglo XIX, obstinado en perpetuar un caduco y anacrónico sistema de gobierno y en eternizar la existencia de una sociedad afrancesada y ciega a los enormes cambios socio políticos de un mundo enfrascado en convulsiones sociales y enfrentamientos bélicos: condiciones propiciatorias del surgimiento de dos sistemas dialécticamente antitéticos: socialismo y capitalismo.
Si bien es cierto que en el presente el Arte Popular Mexicano ha alcanzado niveles de excelsitud y reconocimientos, no puede negarse que también pesan sobre él criterios discriminatorios. Supongo que esta actitud (en parte) se deba a las contrastantes condiciones de su oferta: por un lado, venta callejera, sin paternidad conocida (anonimato en su autoría) sujeta a un inclemente regateo del precio; y venta en tiendas ubicadas en lujosos hoteles, cuyos llamativos aparadores, exhiben piezas atadas a apergaminadas etiquetas en las cuales la firma de un “connotado” artista avala los estratosféricos precios impresos.
Además, de la ausencia de apoyos de las instancias públicas y privadas relacionadas al arte popular y de diversas factores desfavorables en su producción y comercialización, es determinante en los bajos niveles de demanda, el desconocimiento (sobre todo nacional) del profundo contenido plástico y social de estas manifestaciones artísticas, elaboradas por manos que modelan frágiles o duros materiales, transformando sueños, tradiciones y misterios de nuestro pueblo en formas, olores, sabores, colores y música, las que al ser creadas, son obras integrantes de un patrimonio cultural nacional e internacional.
Daniel Rubín de la Borbolla menciona al respecto: “El verdadero arte popular no tiene fronteras artísticas ni emotivas que lo puedan calificar de menor y mayor. Su verdadero contenido y uso, y el contacto íntimo entre productor y comprador, permite explorar todas las posibilidades, todas las emociones y todas las formas de expresión de que es capaz el hombre, para quien ninguna aventura plástica escapa a su agención y merecimiento”. (Los objetos de la vida diaria. Arte Popular Mexicano. Tomo I. Fondo Editorial de la Plástica Mexicana. 1974. p.3)
El modelado del barro, el tallado de la piedra, de la madera, del hueso, concha, la cestería, el tejido de fibras vegetales… surgieron después de que el hombre se volvió sedentario y agricultor. Del mismo autor antes referido, hoy, en el Arte Popular Mexicano,
la cartonería es:
Danzantes que no brincan y música de viento, sin viento.
“Fresca carcajada (pero silenciosa) de verano” de la sandía.
Disimulo de rostros tristes.
Niño y barrote con cabeza de penco en equina carrera.
Rumberas, pulqueras y catrinas del “más allá”.
Risa acartonada en la expiración.
La cerámica es:
Manos color del barro, barro color de mi raza.
Manos acariciando la tierra.
Tierra y madera unidas por el fuego.
Tierra olorosa a humedad y mezcal.
Tierra, fuego y agua.
Cavidades vacías frente a estómagos vacíos.
Cavidad de barro sedienta de lluvia.
Sapo que no brinca, ciervo que no corre, pez que no nada.
perro que no ladra, pájaro que no vuela, sirena que no canta.
Tortuga con voz de silbato.
Recuerdo de un viaje.
Pocillo con sabor a chocolate y a la abuela.
Estanque donde los patos fingen nadar.
Pez en lo profundo de la sopa.
Pensil sobre tierra quemada.
Alcancía, recaudo de quimeras.
La talla en madera es:
Olor a cedro y a pino en enaguas y rebozos.
Arcón cubierto de colores y recuerdos.
La talla en la piedra es:
Rocas con formas ocultas.
Formas que emergen al golpe del cincel.
Lagartija llamada “lagarto”.
Los tejidos son:
Listones multicolores trenzados con negra cabellera.
Espumosos hipiles, deshilvane de dudas y misterios.
Borla de algodón cardado, hilo jalado y tejido.
Urdimbre multicolor, unión entre vientre y árbol.
Rebozo: abrigo, cuna y mortaja.
La cestería es:
Chalchihuitles de jaras y palmas.
Palmas y hosannas en el Domingo de Ramos.
Palmas y anafres hermanados por el viento.
Y el Arte Popular Mexicano, también es:
Ruidoso torito juguetón de jara, papel y fuego.
Trozo de carrizo que se lamenta al paso del Nazareno.
Bagazo de caña, cuerpo del Señor.
Escamas de cera que se consumen ante un altar.
Sahumerio y cempaxóchitl que alternan aromas.
Muerte con sabor a amaranto y a miel.
Cipactónal y Oxomoco, los primeros morelenses
Regional del Sur. 2005
Por Jesús Pérez Uruñuela
Según Fray Gerónimo de Mendieta, en su “Historia Elesiástica Indiana”, en una cueva del antiguo Cuauhnáhuac (Cuernavaca) habitaba un par de ancianos llamados: él, Cipactónal y ella Oxomoco, dioses creados por Quetzalcóatl y Huitzilopochtli (hijos primigenios del supremo dios Tonacatecuhtli)
A Cipactónal se le dio la vida para que evitase la holganza y se dedicarse a la labranza y cultivo de la tierra, en tanto que Oxomoco se ocuparía en el hilar y tejer, así como en realizar actividades curativas, hechiceras y adivinatorias, para lo cual utilizaría los nueve granos de maíz que les proporcionaron al nacer sus deidades creadores.
Se cuenta que el surgimiento de los dos singulares personajes sucedió después de la tercera Era del mundo antiguo, el día Cuatro-Lluvia del año Uno-Pedernal cuando llovió fuego por un día entero. En esa ocasión, por sus imperfecciones, los hombres fueron destruidos y quienes sobrevivieron se convirtieron en guajolotes...
Durante la larga vida de aquellas vetustas deidades que llegaron a avecindarse a la antigua Cuauhnáhuac, procrearon los macehuales: hombres del pueblo que habitaron en el mundo antiguo.
Con el consejo de Quetzalcóatl, Cipactónal y Oxomoco establecieron en el mundo la cuenta del tiempo e inventaron el tonalámatl: libro-calendario de naturaleza lunar de los nacimientos basado en la adivinación y las festividades religiosas. Al primer día del calendario lo llamaron Cipactli: “cierta cosa llamada, que la pintan a manera de sierpe (o lagarto)...”, según Fray Gerónimo de Mendieta. Luego, asignaron los nombres a los otros 19 días restantes: ehécatl (viento), calli (casa), cuetzpallin (lagartija), cóatl (serpiente), miquiztli (muerte), mazatl (venado), tochtli (conejo), atl (agua), izcuintli (perro), ozomatli (mono), malinalli (yerba torcida), acatl (caña), ocelotl (jaguar), cuahtli (águila), cozcacuahuitl (zopilote), olín (movimiento), tecpatl (pedernal), quiáhuitl (lluvia) y xóchitl (flor)
En el año de 1989, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlaltelolco, se descubrió una pintura mural en el costado de un basamento piramidal que habría de conocerse como el Templo Calendárico. Los elementos de tal obra pictórica sobre estuco, son muy similares a los que presenta el Códice Borbónico, en su página 21, en la cual se observan en el interior de una figura rectangular que representa una caverna a Cipactónal y Oxomoco. En la entrada de ella se aprecian dos bastones dorados con la empuñadura tallada en forma de la cabeza de un cervatillo (semejantes a los que se elaboran y comercian en las grutas de Cacahuamilpa).
Con el pelo encrespado, ambos personajes se sitúan frente a frente con una de sus manos alzada, en manifestación de su condición divina. Sus rostros muestran arrugas y bocas con irregulares dentaduras, signos de vejez. En tanto que Oxomoco (ella) permanece hincada sobre un equipal (icpalli), en actitud adivinatoria, arroja al aire nueve semillas de maíz. Viste larga túnica y sobre su espalda lleva una jícara.
Cipactónal, sentado sobre otro equipal, alza un sahumador encendido y lo dirige hacia la entrada de la cueva. En su mano izquierda mantiene un punzón para el autosacrificio, mientras de la muñeca cuelga una bolsa sacerdotal copalxiquipilli. También sobre su espalda se observa una jícara (seguramente con tabaco)
Cabe mencionar que el grabado de la página 21 del Códice Borbónico está enmarcada por una franja con 27 círculos y una fracción de ellos, con lo cual se hace referencia a un completo ciclo lunar (27 días 7 hs. 43 min. 11 seg.)
En la parte superior izquierda del rectángulo con el cual se simboliza el interior de la caverna, está la monstruosa cabeza de un cipactli (lagarto). Y abajo del cuadro, sale un torrente de agua con conchas y los círculos antes referidos, para en forma simbólica significar la fluidez del tiempo.
Para los pueblos del mundo antiguo mesoamericano existieron dos calendarios que regían el año (xíhuitl). El primero, llamado tonalpohualli, era de naturaleza “sagrada”; duraba 260 días, porque se combinaban 20 días con 13 numerales (29x13=260). El segundo calendario estaba basado en el ciclo solar de 365 días. Se integraba de 18 “meses” de 20 días y cinco días adicionales.
Sobra agregar antecedentes y comentarios para dejar manifiesta la trascendencia legendaria que tiene la antigua Cuauhnáhuac, (actual Cuernavaca), porque en una caverna ubicada dentro de sus límites, un par de dioses ancianos, llamados Cipactónal y Oxomoco, los primeros morelenses, además de haber dado origen a la humanidad al finalizar la tercera Era del mundo antiguo, crearon las veintenas de días que permitirían a los pueblos prehispánicos mesoamericanos controlar y cuantificar el tiempo.
viernes, 7 de noviembre de 2008
LOS SEÑORES DE LOS AIRES Y DEL AGUA
Costumbres ancestrales del norte de Cuernavaca
Por Jesús Pérez Uruñuela
En los últimos días de mayo o principios de junio, por las barrancas de la Sierra del Ajusco, bajaban a los poblados de Santa María, Chamilpa, Ocotepe y Ahuatepec vientos, que (según se creía) eran la forma en que se manifestaban los llamados “señores de los aires”: míticos personajes de caprichoso comportamiento, relacionados con Ehécatl, dios del viento, los cuales resultaban beneficiosos o perjudiciales, según las atenciones que les brindasen los labriegos.
Durante la temporada de siembra, debía tenerse dispuestos para esos “eólicos seres -en carácter de ofrendas- los mismos alimentos y bebidas que habrían de consumir los agricultores. Además, nadie se atrevía a comenzar a comer sin antes desearles “buen provecho” o a beber sin el previo “salud” que obligan las buenas costumbres. De no ser así, “tan especiales visitantes” podrían sentirse ofendidos y dedicarse a hacer travesuras y maldades.
Si los campesinos veían que los ramajes de los árboles se movían por efecto del viento, comentaban “teyeifantin”: “aquí van ellos”... Ante la presencia de violentos ventarrones, exclamaban con temor “na mila ixigame”: ¡Ya se lo llevaron...!, o bien “yaxiga goatl (coatl)”: ¡Es un viento culebra!
A “los aires” se les manifestaba un respeto impregnado de temor, porque –en ocasiones para impedir herir su susceptibilidad- se evitaba pronunciar su nombre o llamarlos con prudente ambigüedad como “ellos”
En el mes de agosto eran frecuentes las tormentas eléctricas y las torrenciales lluvias; entonces, el labrador del norte del Municipio de Cuernavaca debía “convivir” con otras deidades: los ahuaque “señores del agua” llamados localmente “avaque”.
De acuerdo a las crónicas de los primeros clérigos que llegaron a Nueva España durante la conquista, se identifican los ahuaques con los tlaloques: auxiliares del dios Tláloc, encargados de transportar por el cielo enormes vasijas de barro con agua, las que al romperlas producían el estruendoso tronar y el rayo; luego, el valioso líquido se precipitaba sobre la tierra. A esos espíritus, también se les pedía cuidaran de la sementera, protegiéndola del ataque de animales roedores (ardillas, ratas, tejones...)
Antiguamente, los pueblos náhoas, en lo que hoy es el mes de diciembre, celebraban la fiesta ceremonial denominada Atemoztli (caída de las aguas), la cual tenía las siguientes características:
“Cuando (el cielo) comenzaba a tronar, los sátrapas (sacerdotes) de los tlaloques con gran diligencia ofrecían copal y otros perfumes a sus dioses... decían que entonces venían para dar agua... absteníanse los hombres de las mujeres y las mujeres de los hombres... (también) cortaban tiras de papel (amate) y atábanlas a unos varales desde abajo hasta arriba, e hincábanlos en los patios de sus casas...” (Sahagún Cap.XVI)
Asimismo, entonces ofrecían a los dioses calabazas y frijoles conocidos como ayocotli (ayocotes) que al final de las celebraciones eran comidos por los participantes a las mismas.
A principios del siglo XX, en el norte de la actual Cuernavaca, la costumbre anterior tuvo modificaciones: para halagar a los “pluviales ahuaques”, los campesinos encargaban a un curandero que colocara en medio del campo de cultivo una cruz alta adornada con flores. Junto a ella –antes de que el Sol alcanzase el cenit- se ponía una ofrenda consistente en juguetes, mole verde o rojo con pollo guisado sin sal, con panes, frutas rojas, utensilios de barro. No faltaba en la oblación, el licor, así como los cigarros o puros, dispuestos sobre un pliego de papel de china rojo extendido.
Si bien la cruz colocada en las milpas serranas tenía un simbolismo cristiano, también es posible que poseyese antiguas reminiscencias tlahuicas, porque, para esos pueblos prehispánicos, la cruz representaba -entre otros conceptos- el cruce de dos líneas formadas por el movimiento de dos elementos fundamentales para la agricultura: el diario trayecto del Oriente al Poniente del Sol y el curso que siguen los vientos del Norte al Sur.
En la víspera del veintiocho de septiembre (día de la fiesta de San Miguel) se recolectaba el pericón floreado, y con él se elaboraban pequeñas cruces, las cuales eran colocadas –para cubrir los cuatro rumbos del mundo- en las esquinas de la milpa y del panteón, así como en las puertas de las casas, con el propósito de impedir se introdujera “El espíritu malo o diablo” y al día siguiente, San Miguel Arcángel pudiera bendecir las primeras mazorcas tiernas de los maizales. A partir de entonces, la gente disfrutaba de “tamaladas y elotizas” realizadas con mazorcas de maíz tierno.
Cabe agregar que en la época precolombina, el surgimiento de los primeros elotes en las milpas, también era festejado por los “macehuales” de entonces. Ellos tomaban las mazorcas tiernas y las llevaban a unos altares ubicados en lo alto de los cerros. Allá, encendían una candela e incienso en honor de Xiuhtecuhtli, (dios del fuego) no sin antes ofrecerle el sacrificio de una gallina, tamales y una jícara de pulque. Después de ser rociados con mehtli (pulque) los elotes eran asados junto con la gallina. Al comer lo ofrendado a los dioses, los antiguos mexicanos festinaban los primeros frutos de la siembra.
Los pueblos de la antigüedad estaban conscientes que los vientos y la lluvia, así como la luz solar, eran parte de un proceso meteorológico cíclico de reintegración y renovación en el cual, el Sol (Tonatiuh) con sus ardientes rayos, hace que diminutas gotas del mar y de los lagos suban al cielo para que Ehécatl, dios del viento, con su soplo las empuje hasta que de nuevo se reintegren a las nubes que están sobre los cerros (donde reside Tlaloc) y allá, el agua esté presta para convertirse en lluvia que luego volverá a caer sobre la tierra, lagos y mares.
Además de en el norte de Cuernavaca, en otras regiones del Estado de Morelos realizaban ceremonias especiales al viento y a la lluvia. Una de ellas es el municipio de Jiutepec, en donde “los chaneques y las nubes”, en el mes de agosto (cuenta la tradición) vigilaban celosamente que los habitantes de la localidad (dirigidos por siete mayordomos) les ofrecieran sabrosos manjares, alegre música, vistosos bailes y sonoros “cuetones”, para que decidieran retirarse y también estuvieran dispuestos a reaparecer con productivas lluvias en el siguiente período agrícola.
El paso del tiempo y “la modernidad” han diluido entre las nuevas generaciones la importancia de las viejas tradiciones. La juventud de hoy (herederos de un rico pasado histórico) prefieren celebrar las festividades religiosas y agrícolas con bailes francachelas amenizados con estridente música de altísimos decibeles difundidas por espectaculares bocinas.
Pese a que actualmente domina la alta tecnología, la cibernética y la tan referida “globalización”, los habitantes de Cuernavaca y de otros lugares, se asombran con las impredecibles variaciones en el clima y en los calendarios pluviales, así como con la presencia de violentos vientos y tormentosas lluvias que arrasan bienes y acaban –inclusive- con vidas humanas. Los expertos en la materia achacan tales fenómenos a los llamados efecto del “Niño” y de la “Niña”... Pero... acaso ¿No será que los “Señores del Aire y de las Aguas” así muestran su inconformidad y enojo porque ya no se les colocan en los altos del “cerro” las cruces y las ofrendas de comida y de bebida que antiguamente se les proporcionaba con tanto respeto y consideración?
Fuentes:
Relatos de Fidencio Juárez Rosales, Pedro Rosales Aguilar y Domingo Díaz Balderas.
Historia General de las cosas de la Nueva España.- Fray Bernardino de Sahagún.
Histroria de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme. Fray Diego Durán.
Tamoanchán y Tlalocan.- Alfredo López Agustín.
Las fiestas del Agua. Publicación de la Dirección de Educación Recreación y patrimonio Cultural del H. Ayuntamiento de Jiutepec, Morelos.
En los últimos días de mayo o principios de junio, por las barrancas de la Sierra del Ajusco, bajaban a los poblados de Santa María, Chamilpa, Ocotepe y Ahuatepec vientos, que (según se creía) eran la forma en que se manifestaban los llamados “señores de los aires”: míticos personajes de caprichoso comportamiento, relacionados con Ehécatl, dios del viento, los cuales resultaban beneficiosos o perjudiciales, según las atenciones que les brindasen los labriegos.
Durante la temporada de siembra, debía tenerse dispuestos para esos “eólicos seres -en carácter de ofrendas- los mismos alimentos y bebidas que habrían de consumir los agricultores. Además, nadie se atrevía a comenzar a comer sin antes desearles “buen provecho” o a beber sin el previo “salud” que obligan las buenas costumbres. De no ser así, “tan especiales visitantes” podrían sentirse ofendidos y dedicarse a hacer travesuras y maldades.
Si los campesinos veían que los ramajes de los árboles se movían por efecto del viento, comentaban “teyeifantin”: “aquí van ellos”... Ante la presencia de violentos ventarrones, exclamaban con temor “na mila ixigame”: ¡Ya se lo llevaron...!, o bien “yaxiga goatl (coatl)”: ¡Es un viento culebra!
A “los aires” se les manifestaba un respeto impregnado de temor, porque –en ocasiones para impedir herir su susceptibilidad- se evitaba pronunciar su nombre o llamarlos con prudente ambigüedad como “ellos”
En el mes de agosto eran frecuentes las tormentas eléctricas y las torrenciales lluvias; entonces, el labrador del norte del Municipio de Cuernavaca debía “convivir” con otras deidades: los ahuaque “señores del agua” llamados localmente “avaque”.
De acuerdo a las crónicas de los primeros clérigos que llegaron a Nueva España durante la conquista, se identifican los ahuaques con los tlaloques: auxiliares del dios Tláloc, encargados de transportar por el cielo enormes vasijas de barro con agua, las que al romperlas producían el estruendoso tronar y el rayo; luego, el valioso líquido se precipitaba sobre la tierra. A esos espíritus, también se les pedía cuidaran de la sementera, protegiéndola del ataque de animales roedores (ardillas, ratas, tejones...)
Antiguamente, los pueblos náhoas, en lo que hoy es el mes de diciembre, celebraban la fiesta ceremonial denominada Atemoztli (caída de las aguas), la cual tenía las siguientes características:
“Cuando (el cielo) comenzaba a tronar, los sátrapas (sacerdotes) de los tlaloques con gran diligencia ofrecían copal y otros perfumes a sus dioses... decían que entonces venían para dar agua... absteníanse los hombres de las mujeres y las mujeres de los hombres... (también) cortaban tiras de papel (amate) y atábanlas a unos varales desde abajo hasta arriba, e hincábanlos en los patios de sus casas...” (Sahagún Cap.XVI)
Asimismo, entonces ofrecían a los dioses calabazas y frijoles conocidos como ayocotli (ayocotes) que al final de las celebraciones eran comidos por los participantes a las mismas.
A principios del siglo XX, en el norte de la actual Cuernavaca, la costumbre anterior tuvo modificaciones: para halagar a los “pluviales ahuaques”, los campesinos encargaban a un curandero que colocara en medio del campo de cultivo una cruz alta adornada con flores. Junto a ella –antes de que el Sol alcanzase el cenit- se ponía una ofrenda consistente en juguetes, mole verde o rojo con pollo guisado sin sal, con panes, frutas rojas, utensilios de barro. No faltaba en la oblación, el licor, así como los cigarros o puros, dispuestos sobre un pliego de papel de china rojo extendido.
Si bien la cruz colocada en las milpas serranas tenía un simbolismo cristiano, también es posible que poseyese antiguas reminiscencias tlahuicas, porque, para esos pueblos prehispánicos, la cruz representaba -entre otros conceptos- el cruce de dos líneas formadas por el movimiento de dos elementos fundamentales para la agricultura: el diario trayecto del Oriente al Poniente del Sol y el curso que siguen los vientos del Norte al Sur.
En la víspera del veintiocho de septiembre (día de la fiesta de San Miguel) se recolectaba el pericón floreado, y con él se elaboraban pequeñas cruces, las cuales eran colocadas –para cubrir los cuatro rumbos del mundo- en las esquinas de la milpa y del panteón, así como en las puertas de las casas, con el propósito de impedir se introdujera “El espíritu malo o diablo” y al día siguiente, San Miguel Arcángel pudiera bendecir las primeras mazorcas tiernas de los maizales. A partir de entonces, la gente disfrutaba de “tamaladas y elotizas” realizadas con mazorcas de maíz tierno.
Cabe agregar que en la época precolombina, el surgimiento de los primeros elotes en las milpas, también era festejado por los “macehuales” de entonces. Ellos tomaban las mazorcas tiernas y las llevaban a unos altares ubicados en lo alto de los cerros. Allá, encendían una candela e incienso en honor de Xiuhtecuhtli, (dios del fuego) no sin antes ofrecerle el sacrificio de una gallina, tamales y una jícara de pulque. Después de ser rociados con mehtli (pulque) los elotes eran asados junto con la gallina. Al comer lo ofrendado a los dioses, los antiguos mexicanos festinaban los primeros frutos de la siembra.
Los pueblos de la antigüedad estaban conscientes que los vientos y la lluvia, así como la luz solar, eran parte de un proceso meteorológico cíclico de reintegración y renovación en el cual, el Sol (Tonatiuh) con sus ardientes rayos, hace que diminutas gotas del mar y de los lagos suban al cielo para que Ehécatl, dios del viento, con su soplo las empuje hasta que de nuevo se reintegren a las nubes que están sobre los cerros (donde reside Tlaloc) y allá, el agua esté presta para convertirse en lluvia que luego volverá a caer sobre la tierra, lagos y mares.
Además de en el norte de Cuernavaca, en otras regiones del Estado de Morelos realizaban ceremonias especiales al viento y a la lluvia. Una de ellas es el municipio de Jiutepec, en donde “los chaneques y las nubes”, en el mes de agosto (cuenta la tradición) vigilaban celosamente que los habitantes de la localidad (dirigidos por siete mayordomos) les ofrecieran sabrosos manjares, alegre música, vistosos bailes y sonoros “cuetones”, para que decidieran retirarse y también estuvieran dispuestos a reaparecer con productivas lluvias en el siguiente período agrícola.
El paso del tiempo y “la modernidad” han diluido entre las nuevas generaciones la importancia de las viejas tradiciones. La juventud de hoy (herederos de un rico pasado histórico) prefieren celebrar las festividades religiosas y agrícolas con bailes francachelas amenizados con estridente música de altísimos decibeles difundidas por espectaculares bocinas.
Pese a que actualmente domina la alta tecnología, la cibernética y la tan referida “globalización”, los habitantes de Cuernavaca y de otros lugares, se asombran con las impredecibles variaciones en el clima y en los calendarios pluviales, así como con la presencia de violentos vientos y tormentosas lluvias que arrasan bienes y acaban –inclusive- con vidas humanas. Los expertos en la materia achacan tales fenómenos a los llamados efecto del “Niño” y de la “Niña”... Pero... acaso ¿No será que los “Señores del Aire y de las Aguas” así muestran su inconformidad y enojo porque ya no se les colocan en los altos del “cerro” las cruces y las ofrendas de comida y de bebida que antiguamente se les proporcionaba con tanto respeto y consideración?
Fuentes:
Relatos de Fidencio Juárez Rosales, Pedro Rosales Aguilar y Domingo Díaz Balderas.
Historia General de las cosas de la Nueva España.- Fray Bernardino de Sahagún.
Histroria de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme. Fray Diego Durán.
Tamoanchán y Tlalocan.- Alfredo López Agustín.
Las fiestas del Agua. Publicación de la Dirección de Educación Recreación y patrimonio Cultural del H. Ayuntamiento de Jiutepec, Morelos.
Durante la temporada de siembra, debía tenerse dispuestos para esos “eólicos seres -en carácter de ofrendas- los mismos alimentos y bebidas que habrían de consumir los agricultores. Además, nadie se atrevía a comenzar a comer sin antes desearles “buen provecho” o a beber sin el previo “salud” que obligan las buenas costumbres. De no ser así, “tan especiales visitantes” podrían sentirse ofendidos y dedicarse a hacer travesuras y maldades.
Si los campesinos veían que los ramajes de los árboles se movían por efecto del viento, comentaban “teyeifantin”: “aquí van ellos”... Ante la presencia de violentos ventarrones, exclamaban con temor “na mila ixigame”: ¡Ya se lo llevaron...!, o bien “yaxiga goatl (coatl)”: ¡Es un viento culebra!
A “los aires” se les manifestaba un respeto impregnado de temor, porque –en ocasiones para impedir herir su susceptibilidad- se evitaba pronunciar su nombre o llamarlos con prudente ambigüedad como “ellos”
En el mes de agosto eran frecuentes las tormentas eléctricas y las torrenciales lluvias; entonces, el labrador del norte del Municipio de Cuernavaca debía “convivir” con otras deidades: los ahuaque “señores del agua” llamados localmente “avaque”.
De acuerdo a las crónicas de los primeros clérigos que llegaron a Nueva España durante la conquista, se identifican los ahuaques con los tlaloques: auxiliares del dios Tláloc, encargados de transportar por el cielo enormes vasijas de barro con agua, las que al romperlas producían el estruendoso tronar y el rayo; luego, el valioso líquido se precipitaba sobre la tierra. A esos espíritus, también se les pedía cuidaran de la sementera, protegiéndola del ataque de animales roedores (ardillas, ratas, tejones...)
Antiguamente, los pueblos náhoas, en lo que hoy es el mes de diciembre, celebraban la fiesta ceremonial denominada Atemoztli (caída de las aguas), la cual tenía las siguientes características:
“Cuando (el cielo) comenzaba a tronar, los sátrapas (sacerdotes) de los tlaloques con gran diligencia ofrecían copal y otros perfumes a sus dioses... decían que entonces venían para dar agua... absteníanse los hombres de las mujeres y las mujeres de los hombres... (también) cortaban tiras de papel (amate) y atábanlas a unos varales desde abajo hasta arriba, e hincábanlos en los patios de sus casas...” (Sahagún Cap.XVI)
Asimismo, entonces ofrecían a los dioses calabazas y frijoles conocidos como ayocotli (ayocotes) que al final de las celebraciones eran comidos por los participantes a las mismas.
A principios del siglo XX, en el norte de la actual Cuernavaca, la costumbre anterior tuvo modificaciones: para halagar a los “pluviales ahuaques”, los campesinos encargaban a un curandero que colocara en medio del campo de cultivo una cruz alta adornada con flores. Junto a ella –antes de que el Sol alcanzase el cenit- se ponía una ofrenda consistente en juguetes, mole verde o rojo con pollo guisado sin sal, con panes, frutas rojas, utensilios de barro. No faltaba en la oblación, el licor, así como los cigarros o puros, dispuestos sobre un pliego de papel de china rojo extendido.
Si bien la cruz colocada en las milpas serranas tenía un simbolismo cristiano, también es posible que poseyese antiguas reminiscencias tlahuicas, porque, para esos pueblos prehispánicos, la cruz representaba -entre otros conceptos- el cruce de dos líneas formadas por el movimiento de dos elementos fundamentales para la agricultura: el diario trayecto del Oriente al Poniente del Sol y el curso que siguen los vientos del Norte al Sur.
En la víspera del veintiocho de septiembre (día de la fiesta de San Miguel) se recolectaba el pericón floreado, y con él se elaboraban pequeñas cruces, las cuales eran colocadas –para cubrir los cuatro rumbos del mundo- en las esquinas de la milpa y del panteón, así como en las puertas de las casas, con el propósito de impedir se introdujera “El espíritu malo o diablo” y al día siguiente, San Miguel Arcángel pudiera bendecir las primeras mazorcas tiernas de los maizales. A partir de entonces, la gente disfrutaba de “tamaladas y elotizas” realizadas con mazorcas de maíz tierno.
Cabe agregar que en la época precolombina, el surgimiento de los primeros elotes en las milpas, también era festejado por los “macehuales” de entonces. Ellos tomaban las mazorcas tiernas y las llevaban a unos altares ubicados en lo alto de los cerros. Allá, encendían una candela e incienso en honor de Xiuhtecuhtli, (dios del fuego) no sin antes ofrecerle el sacrificio de una gallina, tamales y una jícara de pulque. Después de ser rociados con mehtli (pulque) los elotes eran asados junto con la gallina. Al comer lo ofrendado a los dioses, los antiguos mexicanos festinaban los primeros frutos de la siembra.
Los pueblos de la antigüedad estaban conscientes que los vientos y la lluvia, así como la luz solar, eran parte de un proceso meteorológico cíclico de reintegración y renovación en el cual, el Sol (Tonatiuh) con sus ardientes rayos, hace que diminutas gotas del mar y de los lagos suban al cielo para que Ehécatl, dios del viento, con su soplo las empuje hasta que de nuevo se reintegren a las nubes que están sobre los cerros (donde reside Tlaloc) y allá, el agua esté presta para convertirse en lluvia que luego volverá a caer sobre la tierra, lagos y mares.
Además de en el norte de Cuernavaca, en otras regiones del Estado de Morelos realizaban ceremonias especiales al viento y a la lluvia. Una de ellas es el municipio de Jiutepec, en donde “los chaneques y las nubes”, en el mes de agosto (cuenta la tradición) vigilaban celosamente que los habitantes de la localidad (dirigidos por siete mayordomos) les ofrecieran sabrosos manjares, alegre música, vistosos bailes y sonoros “cuetones”, para que decidieran retirarse y también estuvieran dispuestos a reaparecer con productivas lluvias en el siguiente período agrícola.
El paso del tiempo y “la modernidad” han diluido entre las nuevas generaciones la importancia de las viejas tradiciones. La juventud de hoy (herederos de un rico pasado histórico) prefieren celebrar las festividades religiosas y agrícolas con bailes francachelas amenizados con estridente música de altísimos decibeles difundidas por espectaculares bocinas.
Pese a que actualmente domina la alta tecnología, la cibernética y la tan referida “globalización”, los habitantes de Cuernavaca y de otros lugares, se asombran con las impredecibles variaciones en el clima y en los calendarios pluviales, así como con la presencia de violentos vientos y tormentosas lluvias que arrasan bienes y acaban –inclusive- con vidas humanas. Los expertos en la materia achacan tales fenómenos a los llamados efecto del “Niño” y de la “Niña”... Pero... acaso ¿No será que los “Señores del Aire y de las Aguas” así muestran su inconformidad y enojo porque ya no se les colocan en los altos del “cerro” las cruces y las ofrendas de comida y de bebida que antiguamente se les proporcionaba con tanto respeto y consideración?
Fuentes:
Relatos de Fidencio Juárez Rosales, Pedro Rosales Aguilar y Domingo Díaz Balderas.
Historia General de las cosas de la Nueva España.- Fray Bernardino de Sahagún.
Histroria de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme. Fray Diego Durán.
Tamoanchán y Tlalocan.- Alfredo López Agustín.
Las fiestas del Agua. Publicación de la Dirección de Educación Recreación y patrimonio Cultural del H. Ayuntamiento de Jiutepec, Morelos.
En los últimos días de mayo o principios de junio, por las barrancas de la Sierra del Ajusco, bajaban a los poblados de Santa María, Chamilpa, Ocotepe y Ahuatepec vientos, que (según se creía) eran la forma en que se manifestaban los llamados “señores de los aires”: míticos personajes de caprichoso comportamiento, relacionados con Ehécatl, dios del viento, los cuales resultaban beneficiosos o perjudiciales, según las atenciones que les brindasen los labriegos.
Durante la temporada de siembra, debía tenerse dispuestos para esos “eólicos seres -en carácter de ofrendas- los mismos alimentos y bebidas que habrían de consumir los agricultores. Además, nadie se atrevía a comenzar a comer sin antes desearles “buen provecho” o a beber sin el previo “salud” que obligan las buenas costumbres. De no ser así, “tan especiales visitantes” podrían sentirse ofendidos y dedicarse a hacer travesuras y maldades.
Si los campesinos veían que los ramajes de los árboles se movían por efecto del viento, comentaban “teyeifantin”: “aquí van ellos”... Ante la presencia de violentos ventarrones, exclamaban con temor “na mila ixigame”: ¡Ya se lo llevaron...!, o bien “yaxiga goatl (coatl)”: ¡Es un viento culebra!
A “los aires” se les manifestaba un respeto impregnado de temor, porque –en ocasiones para impedir herir su susceptibilidad- se evitaba pronunciar su nombre o llamarlos con prudente ambigüedad como “ellos”
En el mes de agosto eran frecuentes las tormentas eléctricas y las torrenciales lluvias; entonces, el labrador del norte del Municipio de Cuernavaca debía “convivir” con otras deidades: los ahuaque “señores del agua” llamados localmente “avaque”.
De acuerdo a las crónicas de los primeros clérigos que llegaron a Nueva España durante la conquista, se identifican los ahuaques con los tlaloques: auxiliares del dios Tláloc, encargados de transportar por el cielo enormes vasijas de barro con agua, las que al romperlas producían el estruendoso tronar y el rayo; luego, el valioso líquido se precipitaba sobre la tierra. A esos espíritus, también se les pedía cuidaran de la sementera, protegiéndola del ataque de animales roedores (ardillas, ratas, tejones...)
Antiguamente, los pueblos náhoas, en lo que hoy es el mes de diciembre, celebraban la fiesta ceremonial denominada Atemoztli (caída de las aguas), la cual tenía las siguientes características:
“Cuando (el cielo) comenzaba a tronar, los sátrapas (sacerdotes) de los tlaloques con gran diligencia ofrecían copal y otros perfumes a sus dioses... decían que entonces venían para dar agua... absteníanse los hombres de las mujeres y las mujeres de los hombres... (también) cortaban tiras de papel (amate) y atábanlas a unos varales desde abajo hasta arriba, e hincábanlos en los patios de sus casas...” (Sahagún Cap.XVI)
Asimismo, entonces ofrecían a los dioses calabazas y frijoles conocidos como ayocotli (ayocotes) que al final de las celebraciones eran comidos por los participantes a las mismas.
A principios del siglo XX, en el norte de la actual Cuernavaca, la costumbre anterior tuvo modificaciones: para halagar a los “pluviales ahuaques”, los campesinos encargaban a un curandero que colocara en medio del campo de cultivo una cruz alta adornada con flores. Junto a ella –antes de que el Sol alcanzase el cenit- se ponía una ofrenda consistente en juguetes, mole verde o rojo con pollo guisado sin sal, con panes, frutas rojas, utensilios de barro. No faltaba en la oblación, el licor, así como los cigarros o puros, dispuestos sobre un pliego de papel de china rojo extendido.
Si bien la cruz colocada en las milpas serranas tenía un simbolismo cristiano, también es posible que poseyese antiguas reminiscencias tlahuicas, porque, para esos pueblos prehispánicos, la cruz representaba -entre otros conceptos- el cruce de dos líneas formadas por el movimiento de dos elementos fundamentales para la agricultura: el diario trayecto del Oriente al Poniente del Sol y el curso que siguen los vientos del Norte al Sur.
En la víspera del veintiocho de septiembre (día de la fiesta de San Miguel) se recolectaba el pericón floreado, y con él se elaboraban pequeñas cruces, las cuales eran colocadas –para cubrir los cuatro rumbos del mundo- en las esquinas de la milpa y del panteón, así como en las puertas de las casas, con el propósito de impedir se introdujera “El espíritu malo o diablo” y al día siguiente, San Miguel Arcángel pudiera bendecir las primeras mazorcas tiernas de los maizales. A partir de entonces, la gente disfrutaba de “tamaladas y elotizas” realizadas con mazorcas de maíz tierno.
Cabe agregar que en la época precolombina, el surgimiento de los primeros elotes en las milpas, también era festejado por los “macehuales” de entonces. Ellos tomaban las mazorcas tiernas y las llevaban a unos altares ubicados en lo alto de los cerros. Allá, encendían una candela e incienso en honor de Xiuhtecuhtli, (dios del fuego) no sin antes ofrecerle el sacrificio de una gallina, tamales y una jícara de pulque. Después de ser rociados con mehtli (pulque) los elotes eran asados junto con la gallina. Al comer lo ofrendado a los dioses, los antiguos mexicanos festinaban los primeros frutos de la siembra.
Los pueblos de la antigüedad estaban conscientes que los vientos y la lluvia, así como la luz solar, eran parte de un proceso meteorológico cíclico de reintegración y renovación en el cual, el Sol (Tonatiuh) con sus ardientes rayos, hace que diminutas gotas del mar y de los lagos suban al cielo para que Ehécatl, dios del viento, con su soplo las empuje hasta que de nuevo se reintegren a las nubes que están sobre los cerros (donde reside Tlaloc) y allá, el agua esté presta para convertirse en lluvia que luego volverá a caer sobre la tierra, lagos y mares.
Además de en el norte de Cuernavaca, en otras regiones del Estado de Morelos realizaban ceremonias especiales al viento y a la lluvia. Una de ellas es el municipio de Jiutepec, en donde “los chaneques y las nubes”, en el mes de agosto (cuenta la tradición) vigilaban celosamente que los habitantes de la localidad (dirigidos por siete mayordomos) les ofrecieran sabrosos manjares, alegre música, vistosos bailes y sonoros “cuetones”, para que decidieran retirarse y también estuvieran dispuestos a reaparecer con productivas lluvias en el siguiente período agrícola.
El paso del tiempo y “la modernidad” han diluido entre las nuevas generaciones la importancia de las viejas tradiciones. La juventud de hoy (herederos de un rico pasado histórico) prefieren celebrar las festividades religiosas y agrícolas con bailes francachelas amenizados con estridente música de altísimos decibeles difundidas por espectaculares bocinas.
Pese a que actualmente domina la alta tecnología, la cibernética y la tan referida “globalización”, los habitantes de Cuernavaca y de otros lugares, se asombran con las impredecibles variaciones en el clima y en los calendarios pluviales, así como con la presencia de violentos vientos y tormentosas lluvias que arrasan bienes y acaban –inclusive- con vidas humanas. Los expertos en la materia achacan tales fenómenos a los llamados efecto del “Niño” y de la “Niña”... Pero... acaso ¿No será que los “Señores del Aire y de las Aguas” así muestran su inconformidad y enojo porque ya no se les colocan en los altos del “cerro” las cruces y las ofrendas de comida y de bebida que antiguamente se les proporcionaba con tanto respeto y consideración?
Fuentes:
Relatos de Fidencio Juárez Rosales, Pedro Rosales Aguilar y Domingo Díaz Balderas.
Historia General de las cosas de la Nueva España.- Fray Bernardino de Sahagún.
Histroria de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme. Fray Diego Durán.
Tamoanchán y Tlalocan.- Alfredo López Agustín.
Las fiestas del Agua. Publicación de la Dirección de Educación Recreación y patrimonio Cultural del H. Ayuntamiento de Jiutepec, Morelos.
RELATOS DEL “SEÑOR ANÓNIMO”
Por Jesús Pérez Uruñuela
Navegando por el mundo del “INTERNET” en la búsqueda de datos requeridos en una de mis investigaciones, agradable sorpresa fue mi encuentro con el SEÑOR ANÓNIMO, famoso poeta, literato, filósofo, pintor, etcétera, poseedor de infinita sabiduría, aplicada en todas las ramas del conocimiento humano. Estaba cómodamente ubicado en uno de esos PORTALES que la tecnología moderna ha creado en la llamada “cibernética”. Mucha complacencia me causó verlo, porque, siempre sorprende su elocuencia y su innegable saber. Para no aburrirlo con innecesaria parola, pedí a tan sabio personaje, me permitiera transcribir en mi columna algo de su amplísima obra literaria. Estuvo de acuerdo, y a continuación expongo tres relatos de su autoría:
PRIMER RELATO.
Grupos de trabajo de alto desempeño.
La próxima vez que tú veas a los gansos migrando al sur por el invierno, volando en formación V, tú estarás interesado en conocer que ciencia los lleva a volar de esa manera, ellos han aprendido que las alas del ganso que va adelante reduce la resistencia del aire al ganso que va atrás. Volando en formación V la parvada en conjunto adiciona un rango de vuelo mayor del 71% comparado con el que un ganso podría volar solo.Cuando un ganso se sale de formación siente súbitamente la molestia de la resistencia del aire y rápidamente regresa a la formación para tener la ventaja del poder de sustentación que le ofrece el ganso de enfrente. Y si e pájaro líder se cansa, se va para atrás y otro toma su lugar. El graznido de los gansos de atrás sirve de aliento a los de adelante para mantener la velocidad. Finalmente, cuando uno de los gansos se enferma o está herido y cae, dos gansos más se salen de la formación siguiéndolo para protegerlo y ayudarlo. Ellos permanecen con él hasta que se recupera o muere; y entonces despegan en su propia formación o se adicionan a otra para alcanzar a su grupo original. Como tú puedes ver –me dijo el SEÑOR ANÓNIMO en carácter de moraleja- lo que tenemos que hacer para atraer aquellos que no participan, es demostrarles que el mundo que nos rodea es similar al mundo de los gansos. Esto significa que tenemos que pagar un mínimo precio, para poder obtener más de todos, organizándonos como un gran equipo.
SEGUNDO RELATO.
La marioneta.
Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen.Escucharía cuando los demás hablan, y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate. Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto no solamente mi cuerpo sino también mi alma. Dios mío, si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti y una canción de Serrat sería la serenata que le ofrecería a la luna. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos... Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida... No dejaría pasar un solo instante sin decirle a la gente que la quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer u hombre que son mis favoritos y viviría enamorado del amor. A los hombres les probaría cuan equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse. A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido. Tantas cosas he aprendido de ustedes los hombres... He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño por primera vez la mano de su padre, lo tiene atrapado para siempre. He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero finalmente de mucho no habrán de servir porque cuando me guarden dentro de su maleta, infelizmente me estaré muriendo.
TERCER RELATO
Cada mañana en el África.
Cada mañana, en el África,una gacela se despierta; sabe que deberá correr más rápido que el león, o éste la matará. Cada mañana, en el África, un león se despierta; sabe que deberá correr más rápido que la gacela, o morirá de hambre. Cada mañana, cuando sale el sol, no importa si eres un león o una gacela; mejor será que te pongas a correr.
Navegando por el mundo del “INTERNET” en la búsqueda de datos requeridos en una de mis investigaciones, agradable sorpresa fue mi encuentro con el SEÑOR ANÓNIMO, famoso poeta, literato, filósofo, pintor, etcétera, poseedor de infinita sabiduría, aplicada en todas las ramas del conocimiento humano. Estaba cómodamente ubicado en uno de esos PORTALES que la tecnología moderna ha creado en la llamada “cibernética”. Mucha complacencia me causó verlo, porque, siempre sorprende su elocuencia y su innegable saber. Para no aburrirlo con innecesaria parola, pedí a tan sabio personaje, me permitiera transcribir en mi columna algo de su amplísima obra literaria. Estuvo de acuerdo, y a continuación expongo tres relatos de su autoría:
PRIMER RELATO.
Grupos de trabajo de alto desempeño.
La próxima vez que tú veas a los gansos migrando al sur por el invierno, volando en formación V, tú estarás interesado en conocer que ciencia los lleva a volar de esa manera, ellos han aprendido que las alas del ganso que va adelante reduce la resistencia del aire al ganso que va atrás. Volando en formación V la parvada en conjunto adiciona un rango de vuelo mayor del 71% comparado con el que un ganso podría volar solo.Cuando un ganso se sale de formación siente súbitamente la molestia de la resistencia del aire y rápidamente regresa a la formación para tener la ventaja del poder de sustentación que le ofrece el ganso de enfrente. Y si e pájaro líder se cansa, se va para atrás y otro toma su lugar. El graznido de los gansos de atrás sirve de aliento a los de adelante para mantener la velocidad. Finalmente, cuando uno de los gansos se enferma o está herido y cae, dos gansos más se salen de la formación siguiéndolo para protegerlo y ayudarlo. Ellos permanecen con él hasta que se recupera o muere; y entonces despegan en su propia formación o se adicionan a otra para alcanzar a su grupo original. Como tú puedes ver –me dijo el SEÑOR ANÓNIMO en carácter de moraleja- lo que tenemos que hacer para atraer aquellos que no participan, es demostrarles que el mundo que nos rodea es similar al mundo de los gansos. Esto significa que tenemos que pagar un mínimo precio, para poder obtener más de todos, organizándonos como un gran equipo.
SEGUNDO RELATO.
La marioneta.
Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen.Escucharía cuando los demás hablan, y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate. Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto no solamente mi cuerpo sino también mi alma. Dios mío, si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría que saliera el sol. Pintaría con un sueño de Van Gogh sobre las estrellas un poema de Benedetti y una canción de Serrat sería la serenata que le ofrecería a la luna. Regaría con mis lágrimas las rosas, para sentir el dolor de sus espinas, y el encarnado beso de sus pétalos... Dios mío, si yo tuviera un trozo de vida... No dejaría pasar un solo instante sin decirle a la gente que la quiero, que la quiero. Convencería a cada mujer u hombre que son mis favoritos y viviría enamorado del amor. A los hombres les probaría cuan equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse. A un niño le daría alas, pero le dejaría que él solo aprendiese a volar. A los viejos les enseñaría que la muerte no llega con la vejez sino con el olvido. Tantas cosas he aprendido de ustedes los hombres... He aprendido que todo el mundo quiere vivir en la cima de la montaña, sin saber que la verdadera felicidad está en la forma de subir la escarpada. He aprendido que cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño por primera vez la mano de su padre, lo tiene atrapado para siempre. He aprendido que un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse.
Son tantas cosas las que he podido aprender de ustedes, pero finalmente de mucho no habrán de servir porque cuando me guarden dentro de su maleta, infelizmente me estaré muriendo.
TERCER RELATO
Cada mañana en el África.
Cada mañana, en el África,una gacela se despierta; sabe que deberá correr más rápido que el león, o éste la matará. Cada mañana, en el África, un león se despierta; sabe que deberá correr más rápido que la gacela, o morirá de hambre. Cada mañana, cuando sale el sol, no importa si eres un león o una gacela; mejor será que te pongas a correr.
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