Por Jesús Pérez Uruñuela
Regional del Sur. 2005
El sexo femenino, como herencia prehispánica tuvo en Ocotepec una posición de inferioridad respecto al hombre. Su obligación de madre era transmitir a sus hijas el cumplir con las obligaciones matrimoniales propias de “una buena esposa”. Además, les inculcaba los preceptos religiosos y morales que había recibido ella de su madre, y obviamente, las capacitaba para cocinar, coser, remendar, barrer y demás actividades hogareñas y agrícolas.
Relación de actividades propias de la MUJER:
Cocinar, “echar tortillas” para la familia, cuidar del aseo de la casa, y transportar agua desde la “pileta” de la Ayudantía Municipal a su hogar en cántaros de barro de tres orejas con capacidad para 8 a 10 litros. El cántaro era sostenido en la espalda con un mecate que pasaba por las tres orejas del jarro y que presionaba el pecho. Además de su continuos embarazos y partos (algunos malogrados), amamantaba y cuidaba a sus hijos (hasta trece en número) y atendía los animales domésticos (gallinas, guajolotes, perros...) y las plantas del jardín. Cuando era temporada de siembra y cosecha, llevaba alimento al campo para su esposo y los peones.
Y por si fuera poca la carga de trabajo (excepto en temporada de siembra y “pixca”) hacía tortillas para venderlas en Cuernavaca: antes de las tres de la mañana, la familia despertaba y estaba lista para iniciar el diario ajetreo. Los hombres de la casa llevaban el nixtamal al molino, y a las cinco, estaba listo el comal sobre el horno para cocer las tortillas. A las once horas, la mujer caminaba seis kilómetros para llegar a la ciudad a hacer “sus entregos” u ofrecerlas en el “Mercado del Reloj”. Como a eso de las cuatro de la tarde, muy cansada la mujer regresaba a Ocotepec (algunas veces) en el camión que iba a Chamilpa, y entonces daba de comer a la familia, atendía los animales domésticos... y “nixtamalizaba” el maíz para el próximo día.
Al acostarse, cumplía con sus obligaciones maritales.
Pese a lo arduo de su trabajo, la mujer ocotepeña, se distinguía por su femenina e impecable presencia: chincuete (falda muy amplia enredada en el cuerpo) y blusa repujada o huipil con fajas, así como delantal. Brillante pelo, arreglado en un par de gruesas trenzas entretejidas con listones de alegres colores. Arracadas, collares y anillos de metal le adornaban las orejas, el cuello y las manos.
Con garbo la mujer caminaba descalza con la cabeza descubierta o tapada con un rebozo de hilo de algodón color gris. Cuando acudía al campo, usaba sombrero de palma de ala ancha y copa cónica. Si llovía, para proteger su carga de tortillas, abría un paraguas. En días de fiesta, usaba guaraches.
La “supermujer” de Ocotepec, siempre, dejaba a su paso el fresco olor a rosas, jazmín o limón, por el uso del aceite rosado de ajonjolí, pintado con clorofila que aplicaba a su negra cabellera.
¿Y qué se cuenta de los “SEÑORONES” de aquel tiempo?
El Señor, en el “cerro de los ocotes”, tenía la tiránica e ilimitada autoridad sobre su esposa e hijos. Cuando él hablaba, ella, con sumisa actitud, inclinaba la cabeza. Al verlo llegar, los críos le besaban la mano en señal de respeto y veneración.
En la temporada de trabajo, los varones adultos de Ocotepec usaban sombrero de palma con ala ancha doble o sencilla, blanqueado con goma y óxido de zinc para soportar el sol y la lluvia. En las fiestas, y ocasiones especiales, portaban sombrero de fieltro o de palma charra con adornos de cuero. Esas piezas de vestir eran adquiridas en la tienda del señor Mitre, ubicada en el centro de la ciudad de Cuernavaca.
Si el hombre era una persona mayor, su ropa consistía en camisa y calzón de manta. Ambas piezas se ajustaban a la cintura con un “ceñidor” de algodón de color rojo o morado. Calzaba guaraches de vaqueta “tres correas”, suelas de hule de llantas de desecho de los automóviles. Cuando debía andar “de parada”, traía guaraches con suelas de cuero.
“Por ai” de los años cuarenta, los jóvenes empezaron a renegar del ropaje masculino tradicional y (aunque seguían con los guaraches) adoptaron la “costumbre citadina” de sustituir el sombrero por la gorra “besibolera” y los pantalones de manta por los de mezclilla ,así como adquirir camisas de algodón con diseños vistosos. Los niños, continuaron con el uso de sombreros de ala corta, de la ropa de manta y el caminar descalzos.
El “señorón” de la familia, fungía como patrón de una empresa familiar agropecuaria, en la cual, tanto la esposa como los hijos e hijas le auxiliaban en las faenas del campo: pastoreo, escardas, cosecha, “pixca”, desgrane del maíz...
Durante tres meses del año, el jefe familiar estaba plenamente dedicado a la agricultura. Después, ocupaba su tiempo en el corte de leña y en la elaboración de carbón, productos que transportaba en bestias de carga para ser ofrecidos en el mercado o bien entregados sobre pedidos previos.
Tenía otras actividades: construir y dar mantenimiento a la casa habitación, así como el tecorral de piedra que rodeaba el solar; acarrear agua en dos botes (alcoholeros) de lámina atados con un mecate a los extremos de un palo llamado “sostenedor” que era cargado por él sobre sus hombros. También proveía de leña al hogar.
En sus días de descanso, se emborrachaba.
FUENTE: “Ocotepec, un cerro de mexicanidad”. PACMYC-CONACULTA. Jesús Pérez Uruñuela
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