viernes, 7 de noviembre de 2008

La Balsa de la Medusa (I)

Primer relato incidental del tráfico de drogas
El regional del Sur. 2005
Por Jesús Pérez Uruñuela



IVAN, EL LOCO DEL PUEBLO.

La “globalizante modernidad” en nada ha cambiado a un personaje representativo de lo más añejo del pasado, quien durante la época prehispánica fue respetado entre los nahuas, y que a partir de entonces, si no conservó esa distinción popular, sí se le consideró como un elemento indispensable del folclore local. Los niños lo “chanceaban”, las mujeres le temían y se persignaban al pasar junto a él. Algunos de los hombres indiferentes lo esquivaban, otros le daban una moneda y hasta había quienes envidiaban su despreocupada existencia. Era conocido como el loco del pueblo.
Aún cuando la palabra Ciudad fue el apelativo más usado (se decía eres hombre de ciudad; el gobierno de la ciudad, vamos a… o venimos de la ciudad, el ciudadano, etcétera) la nominación de ese personaje no cambió a el loco de la ciudad y siguió como el loco del pueblo: irresponsable desarrapado: malviviente de pelo y barba encrespado por la mugre; vago de terrible mirada, callado en ocasiones, o bien con discursos en voz queda, casi murmullo y otras veces con estridentes increpaciones apocalípticas al mundo.
Iván era el loco del pueblo.
Nadie conocía su edad, pues los más viejos del poblado le recordaban desde que ellos eran niños. Se desconocía cuándo apareció por primera vez. Algunos sostenían el rumor de que cuando llegó, era un hombre sabio y rico, pero el consumo de drogas le hizo perder la razón y su fortuna. Loco de atar, vagó por varios sitios hasta que se estableció en definitiva en una buhardilla de cartón y láminas cerca del basurero municipal.
En sus momentos de lucidez, Ivan, el loco del pueblo, ante las risas y burlas de un auditorio (generalmente infantil) exaltado y nervioso, narraba una leyenda, que él aseguraba fue verídica y además pronosticaba males y desgracias para los que permanecieran sordos a ella:
Decía:
En el sexto día de la creación, Dios ordenó que en la Tierra se produjeran las bestias, las sierpes y las alimañas terrestres. A cada una de las especies facultó para que se arrastrasen o volaran; otras, podrían caminar o trasladarse a brincos. Entre estas últimas estaban las arañas, a las cuales, además, se les permitió construir en el aire telas con hilos de seda donde atrapar insectos para alimentarse.
Luego, el desquiciado Ivan agregaba a su versión: los alacranes (también arácnidos) estaban muy molestos porque sólo podían andar con las patas pegadas al suelo. No podían volar o brincar para ir con facilidad a los lugares donde abundase su diario sustento. Además, su población había crecido y el alimento de la zona resultaba insuficiente para ellos, por lo que tenían que realizar largas y agotadoras caminatas para devorar un nutritivo escarabajo o una exquisita libélula; o bien esperar durante largos períodos agazapados bajo una roca a una asoleada y distraída cucaracha que pasase por ahí.
Un día –continuó el relato- se presentó ante los escorpiones la horrible diosa griega La Medusa y les dijo: -Yo puedo enseñarlos a viajar por el espacio como si volasen. . .
–¿A cambio de qué? –preguntaron interesados los alacranes.
La deidad expuso las condiciones por las cuales les enseñaría “a volar”: -Vean mi cabeza; de ella salen venenosas serpientes con las cuales domino a los seres humanos que están cerca de mí. Pero ellas están pegadas. Necesito de otros animales que puedan moverse por sí solos, para que me ayuden con su estupefaciente ponzoña a controlar a quienes no estén al alcance de mi vista.
Los alacranes al unísono contestaron:
¡Aceptamos!
La Medusa con sus alas de oro se elevó; llevaba consigo en sus manos de bronce a sus nuevos ayudantes. Cuando estuvo en las alturas, les indicó: -Observen a aquellas pequeñas arañas, que sujetas a una larga hebra de seda cruzan el espacio impulsadas por el viento. Vean que mientras unas continúan su deslizamiento aéreo, otras son detenidas por los ramajes de los arbustos. Pero inmediatamente, esos insectos, se vuelven de cara al viento, levantan la punta del abdomen y arrojan una diminuta gota de seda líquida, la cual es estirada por la brisa en forma de hebra sutil. Luego, las arañitas se sueltan y nuevamente el viento las lleva colgadas del filamento llamado “hilo de la Virgen”.
-Si otra vez quedarán atrapadas entre las yerbas o en las ramas de los árboles –continuó la Medusa- repiten la operación anterior una y otra vez hasta que se pierden en la lejanía.
-Ustedes, alacranes –concluyó la deidad helénica (Medusa)- pueden también aprovechar el movimiento del aire para ir con rapidez a recorrer grandes distancias en busca de generosos cotos de caza. Pero, debido a que sus cuerpos son más pesados que los de las “arañas voladoras”, requerirán más que de una brisa para cruzar el espacio, para lo cual, con mis potentes alas haré que el aire se mueva con tal intensidad que ustedes también podrán volar.
Una noche La Medusa (porque sólo en la oscuridad actuaba esa endemoniada diosa –aclaró Ivan- aleteó con vigor y un furioso chiflón meció las copas de los árboles. Los insectos de larga cola seccionada en cañutos, felices treparon hasta allá y se dejaron llevar por el potente ventarrón, mientras veían hacia abajo para escoger una zona con abundantes piezas de caza en donde descender con los aguijones prestos a clavarlos.
Finalmente, con desaforados gritos Ivan advertía:
-¡Gran desgracia para el ser humano que en ese instante esté en campo abierto sin la protección del techo de su casa. . .! ¡Y peor desastre será para quien se haga sordo a mis palabras, porque esos peligrosos “animalejos” representan LAS DROGAS, las que entrarán a sus casas y se apoderarán de sus almas para hacerlas prisioneras en las tinieblas de La Balsas de La Medusa.
Frente a las discotecas, en donde se aglutinaban cientos de jovencitos, Ivan solía gritar, en tanto señala hacia el cielo, que entonces se cubría de nubes arrastradas con violencia por el viento que a su vez comenzó a mover las copas de los árboles:
¡LA MEDU SA! ¡Ahí está! ¡Bate sus alas y flota sobre ustedes. . .!
Los jóvenes levantaban la vista hacia el firmamento. Al percatarse que nada extraordinario había en él más que la Luna, visible en un pequeño hueco, rodeada de inquietos nubarrones, se burlaban del desquiciado Iván.
-¡Están ciegos! ¡Ahí está La Medusa. . .! ¡No la ven porque no quieren verla. . .! –Insistía y por su frustrante intento, lloraba con desesperación aquel que era considerado “loco de atar”. Pero, acaso. . .¿no era el más cuerdo y sabio?
Efectivamente, invisible para la muchachada, una sombría figura había aparecido en el cielo y flotaba sobre los tejados del caserío. Después de un instante, la siniestra sombra agitó sus enormes doradas alas para alcanzar la Luna. Bramó estruendosamente al dirigirse a ella:
¡Brillante espejo de mi reino nocturno. . . bien sabes quién soy yo, pues conoces lo ilimitado de mis poderes. Anuncia a esos indefensos seres humanos que están convencidos de lo irresoluto de sus conflictos personales, y que buscan una luz inspiradora de vitalidad para sus desalentadas existencias, que en el blanco polvo de “La Balsa de la Merlusa” encontrarán la extática felicidad que añoran!
Al cubrir las nubes el satélite, la luz que caía sobre los tejados de la ciudad se apagó; sin embargo, desde las colinas aledañas a la ciudad de Cuernavaca, se observaban las ventanas de los caseríos iluminadas por intensas luces interiores como faros expectantes del regreso de los jóvenes que esa noche salieron a divertirse.
Y el viento sopló con mayor intensidad.
Por el cielo y en diferentes rumbos, el chiflón llevaba colgadas de largas hebras a pequeñas arañas. Atrás de ellas, también eran desplazados múltiples escorpiones impregnados de polvo blanco que veían con insistencia hacia abajo. Pasaron sobre la ciudad de “La Eterna Primavera” y no descendieron porque ahí ya había bichos de su misma especie. Buscaban otro lugar que también tuviese abundantes piezas de caza en donde bajar con los aguijones prestos a clavarlos.

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