domingo, 21 de septiembre de 2008
Un perro llamado "Brus" y su amo "Raúl"
¿Acaso puede exitir un relación más intensa que la que se establece entre un perro con su amo? Creo que no. "Bruss, el hermano perro", como le llamo, tiene tantas expresiones afectivas que superan la de muchos seres humanos. Él y Raúl, propiamente no requieren hablar y ladrar para establer comunicación. Cada día salen a dar el paseo matutino; si el hombre se retrasa, el can araña la puerta con brusquedad recordando el compromiso entre ambos. Al colocarle la correa al cuello el buen "Bruss" sabe que está a punto de recorrer los alrededores para revisar la presencia de otros congéneres en el barrio, captando los olores urinarios en árboles y postes. Con brincos y movimientos de la cola, el animalito expresa sus alegría, y también baja sus orejas y su mirada se opaca ante la tristeza. Raúl no desaprovecha la ocasión para acariciarlo. Al pasear por las banquetas del rumbo, ambos (perro y hombre) asemejan manener una ininterrumpida conversación silenciosa. Y cuando se separan por varios días, supongo que continúan enlazados por ondas nostálgicas imperceptibles para nosotros. Hace diez años que la vida los juntó, cuando "Bruss era un cachorrito", diez años (60 para un can que ha entrado a la tercera edad); y para Raúl, esos diez años, quizá uno de los períodos de tiempo más trascendentales en su existencia, porque Bruss ha sido en el pasado reservado y discreto confidente de su soltería, y hoy, fiel amigo y testigo de la feliz vida matrimonial de su amo.
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