Por Jesús Pérez Uruñuela.
Procedente de Palenque, la avioneta se desplazaba sobre la cerrada selva lacandona rumbo a Bonampak. En ella viajaba Ali El-Hadi, Visir del sultanato de Omán, pequeño país (rico en petróleo ubicado en el extremo oriental de la península de Arabia) y su hijo Hasán, de apenas once años cumplidos.También lo acompañaban otro personaje árabe y un Subsecretario del gobierno mexicano, quien externaba dóctas explicaciones históricas y arqueológicas de la cultura Maya a los distinguidos visitantes. La nave aterrizó y sus ocupantes descendieron para unirse a un grupo de guardianes que los esperaban.
Luego, la comitiva ascendió por una colina “terraceada” hasta llegar a donde estaba el “Templo de las Pinturas”. Y una vez más se escuchó la perfecta pronunciación inglesa del Subsecretario:
-Esto que se llama el “Templo de las Pinturas”, está integrado por tres habitaciones independientes, en cuyo interior se observan célebres murales en los cuales se narra las exitosas campañas guerreras de dos gobernantes de Bonampak y uno de Yaxchilán, que concluyeron con la captura de jefes enemigos; en ese otro mural se expone la ceremonia de presentación del heredero al trono por la familia en el poder. Observen cómo cuidaban los antiguos pobladores de esta región los detalles, porque todos los dignatarios ahí presentes lucen sus mejores galas...
Y recorrieron las demás cámaras del “Templo de las pinturas” con escenas de gran colorido, que reseñan cruentas batallas, en las que se sacrificaba impíamente a prisioneros y otras con músicos y danzantes que alegraban las fiestas de los nobles.
Al descender de la colina, el Visir preguntó a su conciudadano acompañante: -¿Dónde está mi hijo Hasán? El descontrolado ayudante nada contestó, porque en los últimos instantes había estado inmerso en las amplias y doctas explicaciones. -¡Dónde está mi hijo...? -volvió a preguntar con manifiesta preocupación y enojo Ali El-Hadi
Un silencio sepulcral fue la respuesta. Sin embargo, un lugareño que permanecía sentado en una roca por donde el desconcertado grupo pasaba, comentó con serena voz:
-Si preguntan por un niño vestido en forma extraña como esos señores (y señaló al Visir y a su acompañante) se fue por aquel rumbo...
Con rapidez los guardianes acosaron con preguntas al despreocupado lugareño: -¿Lo llevaban a la fuerza? ¿Eran guerrilleros del EZL? ¿Iban encapuchados y armados…?
-¡Sepa! –repondía el inmutable individuo.
-¡Olvidémonos de este pobre individuo - comentó el Subsecretario y agregó: -¡Debemos actuar con prontitud, porque de pasarle algo al hijo del Visir tendríamos un magno problema que echaría por tierra los acuerdos comerciales y financieros de inversión en nuestra industria petroquímica, y hasta podrían los países árabes declararnos la guerra!
En tanto, que el jefe de seguridad solicitaba un helicóptero con “comandos” expertos en el rescate de personas raptadas para “peinar” la zona, el Subsecretario explicaba al Visir:
-Los indios de esta región, son personas raras, y creo que hasta sin sentimientos humanos, privados de materia gris en el cerebro.. ¡No hay forma de entenderse con ellos, porque aún cuando ya conocen el español, al hablarles, nada nos responden. Usted, señor Visir, en persona comprobará lo que le digo.
A la llegada del transporte aéreo con el selecto grupo de soldados (con uniformes camuflajeados), el operativo de búsqueda dio inició. Se formó una columna humana, que atravesó la tupida maleza y llegó a un grupo de jacales construidos con varas y techos de palma, donde sus habitantes sobrevivían con avanzados síntomas de desnutrición y serias deformaciones genéticas.
A una orden del comandante, la soldadesca invadió el poblado.
-¡Órale, bola de secuestradores…! ¿En dónde tienen prisionero al pequeño niño musulmán? Preguntó con insistente y brusca autoridad el comandante militar a los indígenas, amagandolos con sendas armas automáticas de alto calibre
El Subsecretario también intervino en la arenga:
-Les exijo que nos digan dónde está el niño extranjero porque de no hacerlo pondrán en peligro el futuro desarrollo económico del país y nuestras insuperables relaciones internacionales!
En virtud de la nula respuesta, Ali El-Hadi, con el rostro compungido y con palabras, entrecortadas por el pesar, les habló en árabe:
-El niño que buscamos es mi hijo único… Es todo en mi vida. Les daré lo que ustedes me pidan si me entregan a mi pequeño Hasán! Obviamente los indígenas no entendieron sus palabras, pero el sentimental mensaje que ellas llevaban sí fue captado por una mujer, la que se acercó al acongojado padre y le dijo en su lengua lacandona:
-Ese niño es tu hijo… ¿verdad? Yo te llevaré a él. –e intentó tomarlo de la mano para guiarlo.
En un supuesto intento de proteger al Visir, los comandos se avalanzaron sobre la india chiapaneca, pero Ali El-Hadi los detuvo con una señal, al tiempo que con emoción volvió a hablar en árabe a la indígena: -Tu sabes dónde está mi hijo... ¡Alá te bendiga! Y se dejó llevar por ella.
Mientras caminaban por una vereda, los comandos y el Subsecretario, no habían captado la fácil e inmediata comunicación que existió entre dos seres de tan diferentes culturas e idiomas, con el sólo hecho de establecer una sincera relación humana.
De repente, la indígena se detuvo y señaló hacia el otro lado de la pequeña colina que trepaban, en donde se escuchaban voces de acalorada discusión, así como el ruido del motor de un helicóptero que volaba en círculos.
Al llegar a la cumbre del cerro, el Visir se percató de la existencia de un espacio deforestado y aplanado, en cuyo centro un grupo de niños se aglutinaban en torno de su hijo .
Ali El-Hadi bajó el montículo aproximándose a los niños que permanecían indiferentes a su presencia, a la vez que discutían con encono entre ellos.
El Subsecretario advertió: -¡Tenga cuidado! y ordenó a los soldados: -¡Protéjanlo!.
Al estar cerca de la muchachada, el pertinaz padre, con exagerada expresión de sorpresa, comenzó a reir; luego, carcajeó con estridencia y al arquear su cuerpo -por tanta hilaridad- con una mano se presionaba el vientre y con la otra golpeteaba sus muslos y caderas.
Mientras tanto Hasán, el presunto raptado, en el centro de aquel paraje desmontado, absorto de cuánto acontecía a su alrededor, apretaba contra su pecho un desgastado balón de futbol, al tiempo que en idioma arábigo respondía a los reclamos de un niño lacandón que le exigía en su dialecto:
¡Ese gol no cuenta, fue en clarísimo fuera de lugar!
Procedente de Palenque, la avioneta se desplazaba sobre la cerrada selva lacandona rumbo a Bonampak. En ella viajaba Ali El-Hadi, Visir del sultanato de Omán, pequeño país (rico en petróleo ubicado en el extremo oriental de la península de Arabia) y su hijo Hasán, de apenas once años cumplidos.También lo acompañaban otro personaje árabe y un Subsecretario del gobierno mexicano, quien externaba dóctas explicaciones históricas y arqueológicas de la cultura Maya a los distinguidos visitantes. La nave aterrizó y sus ocupantes descendieron para unirse a un grupo de guardianes que los esperaban.
Luego, la comitiva ascendió por una colina “terraceada” hasta llegar a donde estaba el “Templo de las Pinturas”. Y una vez más se escuchó la perfecta pronunciación inglesa del Subsecretario:
-Esto que se llama el “Templo de las Pinturas”, está integrado por tres habitaciones independientes, en cuyo interior se observan célebres murales en los cuales se narra las exitosas campañas guerreras de dos gobernantes de Bonampak y uno de Yaxchilán, que concluyeron con la captura de jefes enemigos; en ese otro mural se expone la ceremonia de presentación del heredero al trono por la familia en el poder. Observen cómo cuidaban los antiguos pobladores de esta región los detalles, porque todos los dignatarios ahí presentes lucen sus mejores galas...
Y recorrieron las demás cámaras del “Templo de las pinturas” con escenas de gran colorido, que reseñan cruentas batallas, en las que se sacrificaba impíamente a prisioneros y otras con músicos y danzantes que alegraban las fiestas de los nobles.
Al descender de la colina, el Visir preguntó a su conciudadano acompañante: -¿Dónde está mi hijo Hasán? El descontrolado ayudante nada contestó, porque en los últimos instantes había estado inmerso en las amplias y doctas explicaciones. -¡Dónde está mi hijo...? -volvió a preguntar con manifiesta preocupación y enojo Ali El-Hadi
Un silencio sepulcral fue la respuesta. Sin embargo, un lugareño que permanecía sentado en una roca por donde el desconcertado grupo pasaba, comentó con serena voz:
-Si preguntan por un niño vestido en forma extraña como esos señores (y señaló al Visir y a su acompañante) se fue por aquel rumbo...
Con rapidez los guardianes acosaron con preguntas al despreocupado lugareño: -¿Lo llevaban a la fuerza? ¿Eran guerrilleros del EZL? ¿Iban encapuchados y armados…?
-¡Sepa! –repondía el inmutable individuo.
-¡Olvidémonos de este pobre individuo - comentó el Subsecretario y agregó: -¡Debemos actuar con prontitud, porque de pasarle algo al hijo del Visir tendríamos un magno problema que echaría por tierra los acuerdos comerciales y financieros de inversión en nuestra industria petroquímica, y hasta podrían los países árabes declararnos la guerra!
En tanto, que el jefe de seguridad solicitaba un helicóptero con “comandos” expertos en el rescate de personas raptadas para “peinar” la zona, el Subsecretario explicaba al Visir:
-Los indios de esta región, son personas raras, y creo que hasta sin sentimientos humanos, privados de materia gris en el cerebro.. ¡No hay forma de entenderse con ellos, porque aún cuando ya conocen el español, al hablarles, nada nos responden. Usted, señor Visir, en persona comprobará lo que le digo.
A la llegada del transporte aéreo con el selecto grupo de soldados (con uniformes camuflajeados), el operativo de búsqueda dio inició. Se formó una columna humana, que atravesó la tupida maleza y llegó a un grupo de jacales construidos con varas y techos de palma, donde sus habitantes sobrevivían con avanzados síntomas de desnutrición y serias deformaciones genéticas.
A una orden del comandante, la soldadesca invadió el poblado.
-¡Órale, bola de secuestradores…! ¿En dónde tienen prisionero al pequeño niño musulmán? Preguntó con insistente y brusca autoridad el comandante militar a los indígenas, amagandolos con sendas armas automáticas de alto calibre
El Subsecretario también intervino en la arenga:
-Les exijo que nos digan dónde está el niño extranjero porque de no hacerlo pondrán en peligro el futuro desarrollo económico del país y nuestras insuperables relaciones internacionales!
En virtud de la nula respuesta, Ali El-Hadi, con el rostro compungido y con palabras, entrecortadas por el pesar, les habló en árabe:
-El niño que buscamos es mi hijo único… Es todo en mi vida. Les daré lo que ustedes me pidan si me entregan a mi pequeño Hasán! Obviamente los indígenas no entendieron sus palabras, pero el sentimental mensaje que ellas llevaban sí fue captado por una mujer, la que se acercó al acongojado padre y le dijo en su lengua lacandona:
-Ese niño es tu hijo… ¿verdad? Yo te llevaré a él. –e intentó tomarlo de la mano para guiarlo.
En un supuesto intento de proteger al Visir, los comandos se avalanzaron sobre la india chiapaneca, pero Ali El-Hadi los detuvo con una señal, al tiempo que con emoción volvió a hablar en árabe a la indígena: -Tu sabes dónde está mi hijo... ¡Alá te bendiga! Y se dejó llevar por ella.
Mientras caminaban por una vereda, los comandos y el Subsecretario, no habían captado la fácil e inmediata comunicación que existió entre dos seres de tan diferentes culturas e idiomas, con el sólo hecho de establecer una sincera relación humana.
De repente, la indígena se detuvo y señaló hacia el otro lado de la pequeña colina que trepaban, en donde se escuchaban voces de acalorada discusión, así como el ruido del motor de un helicóptero que volaba en círculos.
Al llegar a la cumbre del cerro, el Visir se percató de la existencia de un espacio deforestado y aplanado, en cuyo centro un grupo de niños se aglutinaban en torno de su hijo .
Ali El-Hadi bajó el montículo aproximándose a los niños que permanecían indiferentes a su presencia, a la vez que discutían con encono entre ellos.
El Subsecretario advertió: -¡Tenga cuidado! y ordenó a los soldados: -¡Protéjanlo!.
Al estar cerca de la muchachada, el pertinaz padre, con exagerada expresión de sorpresa, comenzó a reir; luego, carcajeó con estridencia y al arquear su cuerpo -por tanta hilaridad- con una mano se presionaba el vientre y con la otra golpeteaba sus muslos y caderas.
Mientras tanto Hasán, el presunto raptado, en el centro de aquel paraje desmontado, absorto de cuánto acontecía a su alrededor, apretaba contra su pecho un desgastado balón de futbol, al tiempo que en idioma arábigo respondía a los reclamos de un niño lacandón que le exigía en su dialecto:
¡Ese gol no cuenta, fue en clarísimo fuera de lugar!
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