martes, 30 de septiembre de 2008

Concierto de Tchaikovski para violín a una mano.


Cuento de Jesús Pérez Uruñuela
23 de julio de 2008 . Diairio de Morelos
El famoso violinista húngaro Anton Fischer, se presentaría el siguiente sábado en el Palacio de las bellas Artes de la ciudad de México. Desde su niñez, renombrados maestros lo llevaron a alcanzar sublimes niveles interpretativos y a los dieciocho años, en la ciudad de San Petersburgo, obtuvo el premio “Piotr Ilyitch Tchaikovsky” por una magistral e impecable interpretçción del Concierto para violín en re mayor, Op.35 de dicho autor.
A partir de entonces, fue para él un exitoso peregrinar por las principales capitales del mundo, interpretando obras para violín de los más famosos compositores. Una tarde, conoció en Paris a Marie Fricsay: mujer franco-húngara, de quien quedó prendado por su belleza e inteligencia; esa misma tarde, contrajo matrimonio con ella y de la unión nació un hermoso hijo.Durante más de cinco años, Antón impresionó y conmovió a los asistentes a sus conciertos; pero, de pronto, sus presentaciones fueron irregulares y después desapareció del mundo musical. ¿Qué había sucedido? Nadie lo supo.Después de su arribo al Distrito Federal, durante una semana Anton participó en agotadores ensayos, en los cuales, tanto él como el director de la Orquesta Sinfónica de la ciudad de México manifestaban inconformidad por estimar que, pese a que se efectuaban interpretaciones orquestales de gran emotividad y precisión musical, el violín del solista carecía de vitalidad y sentimiento. Y si el futuro concierto tuviere esas características, auguraban un rotundo fracaso.El viernes por la tarde (víspera del concierto), Antón caminó por el “primer cuadro” de la ciudad, absorto en lejanos pensamientos: Acudieron a su mente las delicias de su vida matrimonial y el nacimiento de su hijo. Al escuchar un lejano y familiar murmullo musical, detuvo su caminar frente a la entrada de un viejo edificio, cuya enorme y gruesa puerta manifestaba los ancestrales y nobles vestigios del esplendor colonial citadino. Irreflexivamente la atravesó, llegando a un patio en donde un par de mujeres charlaban. De inmediato identificó la música escuchada: ¡Era el Concierto para violín en re mayor, Op. 35 de Tchaikovsky, el que habría de ejecutar en “Bellas Artes” al siguiente día! La interpretación era magistral, precisa, irradiando enérgico coraje y sensual excitación espiritual. El violín era su “Stradivarius” y él quien lo instrumentaba.Sin poder contenerse, inició el ascenso por una escalera de desgastados peldaños, en tanto –como imprevista avalancha- cayeron sobre él angustiantes recuerdos:(En aquel lejano pasado, supo que su esposa e hijo presentaban síntomas de una extraña enfermedad... Con la mayor discreción dedicó su tiempo a atenderlos médicamente, requiriendo suspender presentaciones e inclusive enfrentarse a demandas judiciales por incumplimiento. Con el fallecimiento de sus dos seres amados, su mundo se desplomó y pensó que la música proveniente de su violín carecía de sentido, que eran inanimados sonidos provocados por una persona muerta en vida. -¡No existe un ser sobre la Tierra que sienta emoción al escuchar mi violín, porque yo tampoco lo siento! –se reprochaba con amargura.)Al concluir el ascenso a la escalera, Antón percibió con mayor intensidad las armonías ternarias del apasionado concierto de Tchaikovsky, deteniéndose frente a la entrada de un departamento amueblado modestamente, en cuyo interior frente a un aparato radio-grabadora estaba un niño casi adolescente, en una silla de ruedas. La posición contorsionada de su cuerpo y la expresión del rostro correspondía a un minusválido.En ese momento, una de las dos mujeres que charlaban abajo en el patio se acercó a él interrogándolo: -¿Qué se le ofrece…? soy la señora de esta casa.Sorprendido, Antón, contestó: -Disculpe que haya subido hasta acá sin su permiso, pero me llamó la atención el concierto que se escucha... y veo que el niño está “enfermito” –comentó con timidez-Mi hijito tiene una enfermedad que ningún médico puede curar... -respondió secamente la señora.-Eso mismo le pasó a mi esposa y a un hijo que tuvimos... y solicitó: -¿Me permite entrar a su casa?-Como no, pase usted – accedió la madre.-A su hijo le agrada Tchaikovsky...-Más que ningún otro... y en especial ese concierto, porque admira mucho al que “lo toca”… Luego la madre agregó a sus comentarios:-Antes mi hijo estudiaba violín. Cuando ya le salían bien algunas “piecesitas”, soñaba con tocar en Bellas Artes como el concertista del casete. Al aproximarse Antón al niño de la silla de ruedas, éste comenzó a agitar su cuerpo y a desorbitar sus ojos. Su boca, grotescamente se movió y de ella sólo salieron gemidos. ¡Había reconocido a Antón, porque su fotografía aparecía impresa en el casete…!En ese momento, las bocinas de la radio-grabadora despidieron las desbocadas armonías de la parte final del “Allegro moderato” del concierto, y el niño, con la vista fija en Antón suspendió sus convulsiones corporales y permaneció quieto. Luego, alzó su mano izquierda (la única movible) y poco a poco, los dedos de su mano accionaron de una forma incomprensible para su madre, pero no para Antón, quien lentamente se hincó frente a la silla de ruedas sin dejar de mirar aquellos alargados dedos que danzaban pegados a la contrahecha mano.-¡Muchacho! –Expresó emocionado Antón- ¡Tocas magistralmente el violín! Al unísono del “Allegro”, los deformes dedos de la mano izquierda del minusválido simulaban deslizarse por el mástil del imaginario instrumento, a la vez que entrecerraba los ojos en manifiesta enajenación interpretativa. Al escucharse los últimos arpegios del violín, Antón aplaudió y lanzó eufóricas felicitaciones: ¡Bravo, bravo, bravísimo! -y el jovencito respondió con guturales roncas voces y grotescas sonrisas.La madre con desconcierto dijo: -Señor, no se qué ha pasado, pero veo feliz como nunca a mi hijo y en eso, usted ha tenido mucho que ver.-Por el contrario, no tiene idea lo que su hijo ha hecho por mí –comentó. -Además, quiero que sepa – dijo con los ojos llenos de lágrimas- conozco muy bien a la persona que grabó el casete que escuchamos; él es un amigo con quien acabo de reconciliarme y hoy le pediré dos boletos para que ustedes vayan a escuchar su concierto en Bellas Artes, el cual, estoy seguro será el más maravilloso que haya interpretado.El sábado por la noche, al concluir el concierto, Antón Fischer fue reclamado a salir repetidas ocasiones al escenario por los ensordecedores ¡bravo! y continuos aplausos de un entregado público. Y en un palco estaba la madre y el niño minusválido quien balseaba su mano izquierda en señal de agradecimiento al público, por su imaginaria interpretación en Bellas Artes del concierto para violín de Tchaikovski.

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